El mundo es pequeño, dirían
aquellos que piensan que sí, que en algún lugar desconocido nos veremos de
repente en una calle fría, o que tropezaremos con alguien conocido en otra
playa prohibida llena de gente rara y
hambrienta.
Es difícil creer tal
insinuación, pues no sabemos nada de este mundo que no es
tan pequeño y no aparecerá el amigo, justo cuando las deudas me estén matando,
ni llegará la doctora vecina cuando en un hospital distante, una enfermera, en
total frenesí, me inocule en vena ese líquido malévolo que destruirá mi cuerpo
en menos de un segundo.
Si el mundo fuera tan
pequeño esa muchacha que me indicó la ruta del tren en la medianoche de Berlín,
estaría siempre mostrándome el camino y nunca sería posible el pensar que la
vida es una mierda, una mierda de verdad porque el mundo es tan pequeño que
todo se vuelve una mierda, pero el mundo no es tan pequeño y nadie me indicará
el camino nuevamente y la enfermera ya estará preparando la aguja en algún
lugar de este planeta y ahora llueve y la vida, a pesar de que el mundo no es
tan pequeño como ese que sueñan los ilusos, puede ser una mierda cuando sentado
en cualquier parte de este mundo, aparece alguien conocido.
El sol de la mañana le da en
el rostro asustado por el sol. Su mejilla parece un campo sembrado de arroz
hace apenas un mes, pues pequeñas pronunciaciones llamadas pelos, salen de los
charcos como espigas orientándose hacia el cielo, pequeñas y mal formadas.
Sus manos están construidas
con una potente piel que ha acariciado otras pieles remotas y cotidianas de
forma magistral. Sus manos saben de otras manos, como las de casi todo el
mundo, pero estas manos saben más que esas otras que caminan balanceándose por
la avenida pendientes de otros cuerpos.
Su lengua acaricia otras
lenguas cotidianamente. Podríamos pensar que es lo mismo una lengua u otra,
pero la suya sabe la diferencia entre las dos lenguas protagonistas de esta que
marcha entre los dientes por la avenida principal, húmeda y feliz de avanzar
hacia la lengua madre, esa que sabe distintamente a las otras que ha probado.
Sus pies van cubiertos por
unas porciones de piel, zapatones gastados por el talón, pero exactos y seguros
al caminar, resguardando los dedos que hace un rato yacían sobre un lecho donde
unas manos delicadas los toqueteaban al amparo de una música feliz y crema para
la piel. Ahora se dirigen a otras manos más furiosas, manos que quizás ni
atiendan sus reclamos, pero que sí acariciarán otras partes del mismo cuerpo,
trayendo una similar sensación de felicidad.
Con un estornudo bajo el sol
de la mañana, de su boca sale, como un disparo, un chorro imperceptible de un
líquido incoloro. Sale lleno de animales microscópicos que maldicen el exilio
en plena calle, pues la idea era inundar otro cuerpo caliente e introducirse en
otra piel vía vulva conocida u otra boca cándida y conversadora. Los escrotos
van conformes junto al pene perforador; ya tuvieron trabajo en la mañana, pero
la psiquis de un buen aparato reproductor y de placer, no tiene tiempo de relax,
menos en esta mañana en que el sol cae temprano sobre el cuerpo al cual
pertenece y que se encamina hacia en encuentro ya previsto.
Gracias a una pieza de
hierro que sale de la pared, el hombre no cae al suelo. Las extremidades
colgadizas suponen un viejo brujo ahorcado en la más remota inquisición de
España; el doctor, observando a lo lejos al paciente, podría ser un Torquemada diestro
y sutil. De su cuerpo atravesado por agujas e inundado de flema, se trasluce un
corazón y entrañas deficientes. Los dolores superan la garganta incómoda y
llena de glándulas cansadas, fétidas.
La manos cuarteadas y sin
brillo, se agarran a duras penas de la pieza de hierro, entre sus uñas de
águila y la piel, hay una sustancia sucia que puede ser sangre o sedimentos
arcaicos de su bregar por el mundo de los vivos. Sus manos se niegan a ayudar
al cuerpo quebrado. Los olores de las axilas y del cuello anuncian que la hora
está llegando; lo podemos deducir por los sonidos que salen despavoridos por
las carnosidades de la boca: ayyy ayyy.
Pobres ojos hundidos que
alguna vez vieron un amanecer fulgurante y cálido. Ahora solo ven la cama
sucia, sus vagos brazos que sostienen unas manos casi dormidas y a lo lejos
Torquemada que espera que termine todo y llegue el silencio después del último
ayyy ayyy.