martes, 13 de mayo de 2014

Equívocos


El mundo es pequeño, dirían aquellos que piensan que sí, que en algún lugar desconocido nos veremos de repente en una calle fría, o que tropezaremos con alguien conocido en otra playa prohibida  llena de gente rara y hambrienta.
Es difícil creer tal insinuación, pues no sabemos nada de este mundo que no es tan pequeño y no aparecerá el amigo, justo cuando las deudas me estén matando, ni llegará la doctora vecina cuando en un hospital distante, una enfermera, en total frenesí, me inocule en vena ese líquido malévolo que destruirá mi cuerpo en menos de un segundo.
Si el mundo fuera tan pequeño esa muchacha que me indicó la ruta del tren en la medianoche de Berlín, estaría siempre mostrándome el camino y nunca sería posible el pensar que la vida es una mierda, una mierda de verdad porque el mundo es tan pequeño que todo se vuelve una mierda, pero el mundo no es tan pequeño y nadie me indicará el camino nuevamente y la enfermera ya estará preparando la aguja en algún lugar de este planeta y ahora llueve y la vida, a pesar de que el mundo no es tan pequeño como ese que sueñan los ilusos, puede ser una mierda cuando sentado en cualquier parte de este mundo, aparece alguien conocido. 

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El sol de la mañana le da en el rostro asustado por el sol. Su mejilla parece un campo sembrado de arroz hace apenas un mes, pues pequeñas pronunciaciones llamadas pelos, salen de los charcos como espigas orientándose hacia el cielo, pequeñas y mal formadas.
Sus manos están construidas con una potente piel que ha acariciado otras pieles remotas y cotidianas de forma magistral. Sus manos saben de otras manos, como las de casi todo el mundo, pero estas manos saben más que esas otras que caminan balanceándose por la avenida pendientes de otros cuerpos.

Su lengua acaricia otras lenguas cotidianamente. Podríamos pensar que es lo mismo una lengua u otra, pero la suya sabe la diferencia entre las dos lenguas protagonistas de esta que marcha entre los dientes por la avenida principal, húmeda y feliz de avanzar hacia la lengua madre, esa que sabe distintamente a las otras que ha probado.
Sus pies van cubiertos por unas porciones de piel, zapatones gastados por el talón, pero exactos y seguros al caminar, resguardando los dedos que hace un rato yacían sobre un lecho donde unas manos delicadas los toqueteaban al amparo de una música feliz y crema para la piel. Ahora se dirigen a otras manos más furiosas, manos que quizás ni atiendan sus reclamos, pero que sí acariciarán otras partes del mismo cuerpo, trayendo una similar sensación de felicidad.

Con un estornudo bajo el sol de la mañana, de su boca sale, como un disparo, un chorro imperceptible de un líquido incoloro. Sale lleno de animales microscópicos que maldicen el exilio en plena calle, pues la idea era inundar otro cuerpo caliente e introducirse en otra piel vía vulva conocida u otra boca cándida y conversadora. Los escrotos van conformes junto al pene perforador; ya tuvieron trabajo en la mañana, pero la psiquis de un buen aparato reproductor y de placer, no tiene tiempo de relax, menos en esta mañana en que el sol cae temprano sobre el cuerpo al cual pertenece y que se encamina hacia en encuentro ya previsto.

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Gracias a una pieza de hierro que sale de la pared, el hombre no cae al suelo. Las extremidades colgadizas suponen un viejo brujo ahorcado en la más remota inquisición de España; el doctor, observando a lo lejos al paciente, podría ser un Torquemada diestro y sutil. De su cuerpo atravesado por agujas e inundado de flema, se trasluce un corazón y entrañas deficientes. Los dolores superan la garganta incómoda y llena de glándulas cansadas, fétidas.

La manos cuarteadas y sin brillo, se agarran a duras penas de la pieza de hierro, entre sus uñas de águila y la piel, hay una sustancia sucia que puede ser sangre o sedimentos arcaicos de su bregar por el mundo de los vivos. Sus manos se niegan a ayudar al cuerpo quebrado. Los olores de las axilas y del cuello anuncian que la hora está llegando; lo podemos deducir por los sonidos que salen despavoridos por las carnosidades de la boca: ayyy ayyy.

Pobres ojos hundidos que alguna vez vieron un amanecer fulgurante y cálido. Ahora solo ven la cama sucia, sus vagos brazos que sostienen unas manos casi dormidas y a lo lejos Torquemada que espera que termine todo y llegue el silencio después del último ayyy ayyy.
 


 

jueves, 3 de abril de 2014

Héctor Miranda. No todos los noviembres son de lluvia



La Cueva de Satán o la Caverna del Diablo, como se quiera llamar, amanece con calma; no hay apuro del otro lado de la puerta, pues el bregar continuo no tiene puerto seguro en estos predios.

Allí, detrás de la pared carcomida, justo sobre un montón de heno, el poeta no firma convenios con el tiempo, es monstruo disoluto que hace décadas dejó de ejercer la soberanía en su persona.

Las imágenes, tan borrosas como en la caverna platoniana, no solo por espejo, también por ausencia de pasto seguro, aseguran que falta muy poco para el cierre permanente, pues el poeta está a punto de partir y no hay razón para un recibimiento glamoroso en esta mentira que llamamos La hermosa mañana.

El poeta Héctor Miranda se nos muere, los días están contados para este hacedor de manuales de brujas, de Marlenes esquivas y danzas en las colinas de la Santísima Trinidad rociada con Hidromiel y alcohol de tienda mezclado con Agua de Colonia. Se nos muere Héctor a las puertas de la ciudad y ninguna institución a favor de la cultura se interesa por salvarlo.

Cuando apareció en la palestra espirituana, ya tenía su nombre entre los más grandes; solo que su aparición en el Yayabo fue como un rayo sobre la literatura local. Con su manual de Las Brujas, cosida la boca y mirando de soslayo, nos retrató a todos desde el pastizal. 

Allí danzó convirtiendo su palabra en verbo. Logró discursar velado por sus saberes esotéricos, a la luz del guitarrero y las píldoras del sueño; bailó el vals vienés abrazado a CintioVitier en las puertas del teatro y lo observábamos complacidos de esa feria.  

Pero no todos los noviembres son de lluvia; si en su última palabra publicada reverdecen las colinas, ahora será el confín del mundo el que dicta la sentencia. Ya avizoró sus campos:


*Te regalo mis ojos,
Que ahora ven otras tardes,
Otras mañanas idas, otros oros dispersos.
Te regalo mis ojos que ahora ven tiernamente
Como el azul demora detrás de la ventana,
Mis ojos que ahora ven como se muere el viento.

Pronto veremos un concilio de poetas alrededor del féretro; entonces nos preguntaremos el por qué y nos saludaremos con pesar murmurando frases cortas. Vendrá una cuadrilla de funcionarios culturales con alguna frase conocida y afirmarán que Héctor Miranda era uno de los mejores escritores del país.

Estaremos sordos a las frases palaciegas, pero el bardo estará muerto, tieso, mudo, como nosotros.
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* Ir a Biblioteca a encontrar seis poemas de Héctor Miranda

miércoles, 19 de marzo de 2014

Cadavre Exquis 1




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Castell de Ribes

Para cuando llueva se habrá acabado la fiebre.

Llegar al cielo, quedarse allí...

una buena espada para matar el alma.

¿Para matar?
¿Arpa tamar?
¿Rpar rmat?

¿P-12 o P-11? 

Y yo fan a Asia y yo...hojas verdes, secas...vuelan.

Oh la la, le fromage, mon fromage, 

notre fromage.
 




martes, 4 de marzo de 2014

Encuentran los restos de la iglesia y el convento de San Francisco de Asís


Piso del Convento.

Iglesia de San Francisco.
Con la demolición del parque central de la ciudad, con motivo de la restauración necesaria para celebrar el próximo 500 aniversario de la fundación de la Villa del Espíritu Santo, ha aparecido el piso de la nave central del antiguo convento Franciscano y parte de los basamentos de la iglesia. Los espirituanos han seguido el proceso de desenterramiento con atención; ha sido un suceso grato para la ciudad.

El convento de San Francisco y su iglesia, fueron  construidos en el año 1716. La iglesia, con el devenir de los años cumplió diferentes funciones. Ya en el siglo XIX, por su deterioro, fue caballeriza del ejército español, hasta que en el año 1917 fue aprobada su demolición.

Convento de San Francisco a principios del siglo XX
Arqueólogos en plena faena.
Con un estilo constructivo de afiliación Neoclásica, la iglesia de San Francisco de Asís fue una de las joyas de la arquitectura local.
Hoy los espirituanos buscan entre sus lozas de barro  y piezas de cerámica, aquellos sonidos sagrados que hicieron de la antigua plaza de la ciudad un lugar de ensueño.


(Fotos cortesía del Arq. Pedro Jorge Jiménez Ramírez)
 

jueves, 13 de febrero de 2014

El Zurdo



Se marchó. Nos dejó a todos boquiabiertos. No se despidió de sus consortes ni de los miles de fanáticos que esperaban más. Dejó encima de su cama una veintena de postales renacentistas, una botella de miel, un cajón de bronce lleno de objetos rarísimos, una herradura de cuando la toma de La Habana por los ingleses y una deuda inmensa con sus seguidores que quieren más. Se fue el zurdo sin avisar.

Y es que un tipo así deja huellas eternas. Fue el único trovero que nunca hizo concesiones estéticas ni éticas. Con su guitarra a la izquierda, y las cuerdas también alineadas arbitrariamente, logró un manojo de canciones extrañas y certeras. Con aliento al rock sinfónico, al cubaneo tradicional y sabe Dios de cuantas fuentes transparentes y ocultas, armó su cancionero con o sin Gunila, cantando Vida, Amigo dibujo, o las Nauseas de un fin de siglo aplastante.
Santiago Feliú nos enseñó a tocar el cielo en sus noches de concierto, o al menos (vaya suerte) a tocar la piel de la muchacha más bella utilizando su canción como pretexto.

Allí doquier esté, seguramente lo esperaron los guardas de lo eterno con un ramo de rosas y una cajetilla de cigarrillos; hubo una ovación y le dijeron que era el mejor guitarrero de la isla, cosa que a él no le interesó mucho. Allí estará con su indumentaria de último hippie cubano, pues ya todos se cansaron o se fueron lejos de esta isla que anuncia con luces de neón lo controversial y efímero que es el estar vivo. Seguramente en el hotel de la eternidad, en la puerta de su habitación llena de dibujos de clavos de línea, teléfonos con vida y ángeles desnudos, habrá un cartel que dice: Mi corazón no es un Iceberg.

Lo conocí hace mucho tiempo, allá en La Habana delirante de la Casa del Té; cuando las canciones se aplastaban contra el pavimento y llovía diariamente.
Junto a una amiga común, nos vimos el día en que regresaba de las selvas de Latinoamérica, más gago que nunca y con una colección de canciones debajo de la manga.
Muchos años después, al terminar un espectacular concierto en Sancti Spíritus, ya en un ruedo de amigos, el zurdo me quitó el vaso de ron y dijo: voy a cantar algo para arreglar la noche. Abrazó su guitarra siniestra y comenzó:

El jardín tranquilo, el hogar ya está frío, ya no hay nadie en casa, tengo que empezar….

miércoles, 5 de febrero de 2014

El interrogatorio



- Buenas noches ciudadano. Su nombre por favor.
- Santiago Puentes.
- ¿Qué hace usted a altas horas de la noche vagando por la ciudad?
- Es que no puedo dormir, oficial; además, me gusta el aire de la madrugada.
- ¿Qué trae en ese bolso? ábralo inmediatamente.
- ¿Tengo que hacerlo? ¿Tiene usted el derecho de revisar a los transeúntes?
- Sí ciudadano, abra el bolso de una vez.
- Sí señor.
- Pero ¿Qué es eso, piedras?
- Sí, piedras negras.
- Espere, espere ciudadano…Qué rayos hará usted con esas piedras,             ¿Acaso va a cometer una agresión? Móntese en la patrulla.
- Mire oficial, yo no he hecho nada malo, no confunda las cosas. Esas son mis piedras, las habituales.
- ¿Cómo dice?
- Las habituales, las que todos tenemos para resguardarnos de la muerte y la soledad.
- Mire ciudadano, es tarde, hay frío y no tengo deseos de joder a esta hora. Dígame para qué puerta o qué persona son esas piedras que usted va a lanzar.
- Oficial… ¿no entiende que son mis piedras?
- Qué piedras ni un carajo. Monte en el auto patrulla.


- Aquí patrullero 556. Con el oficial de guardia, reporta el sargento Oscar.
- Aquí oficial de guardia. Informe.
- Tengo al ciudadano Santiago Puentes, con número de identidad 70101603309 vecino de la calle cuarta, en el reparto Colón. Le hemos incautado de su bolso una gran cantidad de piedras de color negro. El ciudadano dice que son su resguardo para no sentirse solo. Recomendamos conducirlo a la primera unidad como precaución de un posible delito de agresión.
- Sargento Oscar… ¿dice usted que son sus piedras negras? Entonces no puedo ver cuál es el delito. Explique con calma.
- Mire oficial, el ciudadano habla cosas raras sobre un resguardo para la soledad; le repito que es muy extraño un hombre solo cargado de piedras en la noche.
- Pero sargento Oscar, son sus piedras… ¿Es que usted no tiene la suya?
- ¿Cómo dice oficial de guardia….mi piedra?
- Claro, su piedra. Todos tenemos una piedra escondida para esos enredos de la vida.
- Oficial, no sé si usted juega conmigo. No entiendo nada.
- No se haga el comemierda sargento Oscar, usted sabe que todos en este mundo tenemos nuestra piedra. No puedo entender cuál es su situación con el ciudadano, pero sabe que llevar la piedra encima no es delito. Yo no puedo creer que no sepa nada.
- No oficial de guardia, no entiendo nada de lo que ocurre.
- No me joda. ¿Usted vive solo o está casado?
- Vivo con mi esposa y mis dos hijas.
- ¿Y no ha visto nunca las piedras de su esposa y las pequeñitas de sus hijas?
- Claro que no oficial. Me confunde.
- ¿No sabe que todos estamos preparados para subsistir? Busque, busque entre las ropas de su mujer, debajo de la cama, en el escaparate de sus hijas.
- Si, recuerdo ahora que he visto una piedra negra debajo del colchón.
- Claro Oscar, es la piedra de su esposa, la que lleva a todas partes escondida entre sus cosas de mujer. Yo tengo la mía en la funda de mi pistola, y cada vez que estoy en apuros la acaricio. Pero dígame, porque me deja con mucho asombro. ¿De verdad que usted nunca ha tenido su piedra? ¿Cómo ha podido sobrevivir en este mundo, combatiente?
- No sé, no sé oficial. Estoy muy confundido. No sé qué hacer. No entiendo nada de lo que me está pasando.
- Mire, primeramente suelte a ese hombre que camina feliz con su resguardo; luego cuando regrese de la guardia operativa, busque sus piedras en el río, entonces verá que la vida será más fácil.
- Es que me siento ridículo con eso de tener una piedra negra en mi bolsillo; tampoco creo que todos posean una.
- ¿No? Entonces, sargento Oscar, la vida fuese una mierda; no conozco a quien que no tenga a buen recaudo su pequeño guijarro; de hecho, no entiendo cómo usted ha podido vivir treinta años de su vida tan solo. Mire, le doy un consejo: busque su lugar en la tierra, hágase de su pedrusco lo más rápido que pueda, todavía está a tiempo. Suelte al ciudadano y dedíquese a buscar su seguridad.

- Está libre ciudadano Santiago, puede marcharse.
- Gracias oficial.
- Lamento lo ocurrido, aunque no entiendo nada de lo que está pasando.
- Sí señor, ya escuché por su radio que usted no tiene piedra; posiblemente es el único en este mundo que está solo.
- Yo no me siento solo. Tengo mujer e hijas.
- Claro, pero ellas tienen su resguardo, y además… ¿nunca se ha sentido como alejado de todos, aún en medio del gentío?
- Sí, es verdad.
- Claro, es que la soledad no tiene que ver con la esposa ni los hijos ni con nadie; la soledad es algo personal que se lleva a todas partes.
- Entonces para qué necesito la piedra.
- No sé oficial. Ni siquiera puedo saber si funciona, pero todos tenemos una piedra y basta. Aquí tengo muchas, tengo la de la soledad incurable, esta otra para la esperanza de una relación amorosa, la pequeña te ayuda a dormir cuando estás desvelado y la cama se te convierte en un campo de fútbol. Tengo esta muy especial, su misión es recordar que estoy solo y que necesito las otras piedras.
- Ya veo. En fin, puede marcharse. Tenga buenas noches.
- Buenas noches oficial.
- Ah… ¿No podría regalarme una piedra de las suyas? Digo, si puede.

sábado, 11 de enero de 2014

El puerco

El puerco
Cuento

En el fondo del patio, lugar al que se llega por un largo y estrecho pasillo, vive el puerco. Tres veces al día recibe su dieta de  polvos fortificantes, pan viejo mezclado con miel de purga y restos de la comida familiar.

Espera pacientemente el fin de año para ser sacrificado y así contribuir al bienestar de su gente. Él lo sabe; diríase que es un puerco perspicaz y lleno de interrogantes sobre la vida, la suerte y la condición de estar vivo.

Es una familia casi perfecta: el señor José, su esposa y los tres hijos en grata convivencia. Observa con detenimiento a todos en la casa. Oye los gritos alegres, las discusiones típicas de un matrimonio enraizado, y disfruta con devoción el retozo de los niños cuando por accidente están cerca de su corral.

En sus momentos de reflexión, se imagina como padre de una familia como esta que lo engorda. Sueña con lucir una camisa de flores doradas como José y salir tomado de la mano con una mujer linda, luciendo esos inmensos tacones rojos cuyo sonido marca las noches de la casa. Se imagina sentado frente a una mesa con mantel a cuadros, degustando exquisitos manjares y volátiles bebidas, sosteniendo una conversación agradable con los comensales.
Sabe que si se lo propone, podría ganar esa felicidad soñada y alejarse del corral mortífero; pero tiene dudas, pues si logra cambiar su suerte, tendría que hacer lógicamente todas las maniobras que dictan las leyes del buen vivir, incluida la crianza, sacrificio y cena de fin de año, de un puerquito soñador e inteligente como él.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Sin Palabras


Hoy en la mañana viví una inmensa cola de cubanos de a pie, en el Banco Popular de Ahorro de la ciudad de Sancti Spíritus.

Eran las 11:30 de la mañana y sin ninguna explicación, las puertas del local no habían abierto. La cola crecía y la multitud exasperada carecía de herramientas suficientes como para alzar una protesta formal ante tal abuso. Recordé que es lunes (los lunes en mi ciudad, por un misterio indescifrable, son disfuncionales), entonces me limité a sumar otro percance a los tantos que se suceden este día.

A las 12:30 de la tarde ya la fila inmensa de ciudadanos llegaba hasta ese paseo que parece perderse entre las lomas del Escambray. El sol agobia y la desesperación por  realizar una gestión laboral o cobrar un simple cheque, mínimo y risueño, llega al clímax, cuando ocurre lo inesperado: camina hasta la puerta del banco uno de los tantos estudiantes Paquistaníes que hoy llenan nuestros parques y escuelas. Mira con sorna a la multitud desesperada, extrae de su bolso la tarjeta magnética VISA y con altanería la introduce en el cajero automático que posa para la eternidad en las puertas del Banco; seguidamente accede, bajo la mirada atónita de una veintena de viejecillas y hombres cansados, a su cuenta bancaria, embolsándose tranquilamente un enorme fajo de billetes en CUC.

Hubo un silencio de sepulcro, solamente interrumpido por la maquina imprimiendo la transacción. Al momento se marcha el estudiante, pero antes no puede evitar (y juro que trató) de mirar nuevamente a la cola y despedirse meneando la cabeza con una sonrisa de burla.