No existe mundo más cerrado que la
biblioteca personal de un intelectual cubano. Entrar al panteón, por casualidad
o por buena fe del anfitrión, es como
conquistar un reino a golpe de espada.
Hasta hace muy poco tiempo el precio de los
libros en Cuba fue generoso; hoy, a pesar del aumento, comprar un ejemplar
sigue siendo relativamente accesible a los bolsillos rellenos con moneda
nacional; pero si recordamos la avalancha literaria de los años 70, con las
Ediciones Huracán, tendremos la certeza de que nunca antes, ni después, el
librero de un lector rabioso estuvo tan bien servido. Fue una aventura
editorial, donde el objetivo principal fue presentar, en banda ancha, lo mejor
de la literatura universal, aunque las hojas volaran por los aires en la
segunda lectura. Las Ediciones Huracán, utilizando las máquinas de lo que
otrora fue la imprenta de Selecciones de
Reader Digest, cubrieron una época de carencias y vicisitudes con la característica de dejar la habitación llena
de hojas sueltas, casi siempre leídas.
Pero nada es perfecto en este mundo, y el
orgullo de los coleccionistas nunca ha sido un humilde ejemplar de apellido
Huracán, pues de huracanes estamos hasta el cuello, aunque guardemos con celo
aquellos títulos cardinales y queridos.
Siempre existe un espacio en el librero mucho más íntimo, secreto e
inalcanzable por la plebe: aquellos ejemplares únicos, traídos de lejanas
tierras, satanizados casi siempre.
Recuerdo petulancias y frenesí de muchos lectores por poseer LosVersos Satánicos, Doctor Shivago o El Diario de Anais Nin; llegar a casa de un escritor y ver esos
ejemplares durmiendo cómodamente en el librero, traía como consecuencia una
noche de insomnio tras la negativa del dueño a prestar, al menos por un día,
aquellas joyas; entonces comenzaba la estampida, pidiendo al amigo de Madrid,
Miami o Estambul un libro, un librito pequeño para aplacar la sed.
Ese espacio VIP en los estantes ha tenido
un rey por décadas; poseer sus obras completas lanza a su dueño al escalón
social más alto en la selva literaria. Me refiero al inmenso Milan Kundera.
Confieso que he tenido casi todas sus novelas, agrupadas en
el espacio de lujo en mi pequeña biblioteca, casi siempre con sus cubiertas
camuflajeadas, cubriendo así sus lomos de algún cazador furtivo; pero ha sido
en vano; perdí La Inmortalidad
cuando una loca de La Habana
me prometió leerla en una semana y devolverla totalmente restaurada; La Insoportable Levedad del Ser sufrió lo inconcebible, pues otro manos largas optó por
llevársela en su maleta de emigrante. Así fui perdiendo los mejores y más
queridos ejemplares de mi colección.Solo me queda El libro de la Risa
y el Olvido, novela escrita en el
año 1978 y la última que he leído; ha sido la más difícil de conseguir
en el angosto camino de la literatura Underground. Tendré que seguir la regla
de un amigo: No se prestan los libros de Milan Kundera.
Este cantor de la Primavera de Praga desde
el otro lado del puente, luego de sufrir censuras y refugiado en París después
de obtener en 1968 el Premio de la
Unión de Escritores Checoslovacos por su novela La Broma,
ha marcado un tono bien alto en las letras; desde su rincón oscuro, con su
estilo diáfano, ameno y a la vez punzante, nos ha dado un arte de altísimos
quilates, culto y ontológico, sin perder la posibilidad del disfrute terrenal;
prosa que va desde lo apolíneo a lo dionisíaco, de la ficción al ensayo en
igual tono.
Un clásico contemporáneo aparece cuando el tiempo no alcanza, la
velocidad de la vida crece y a pesar de todo, continuamos leyendo. No
podríamos, en una estación de ómnibus o viajando en la P4 de Ciudad de La Habana, leer La
Montaña Mágica o Ulises,
esos dos monumentos literarios, pero sí al escritor Checo quenos ayudaa no
perder la concentración con salidas fortuitas o reiteraciones necesarias, allí
donde hace falta reiterar. Leí El Libro
de los Amores Ridículos en mi último viaje en tren de La Habana a Sancti Spíritus,
solamente así podría soportar esa máquina de acero.
Su principal temática, velada por los miles
de callejones que enriquecen la obra, es la emigración; el destierro visto con
los ojos de la tristeza y la soledad, el ser inadaptado pero capaz, que se
sostiene a duras penas en un mundo prestado; allí está la intríngulis de su
obra: la disertación filosófica y huraña, sobre la capacidad del expatriado de
entender su entorno y ser reconocido. Si su estilo ha sido
clave para su triunfo, los dedos en la llaga contemporánea, con una temática
capaz de ser retrato de generaciones, también ha propiciado que sea leído en
casi todos los idiomas conocidos y en los cinco continentes.
Faltan muchos años para que el autor de La Vida está en otra Parte sea publicado en
Cuba. Podríamos esperar que algún personaje en apuros, en una película cubana,
lo mencione con vehemencia, como sucedió con John Donne afortunadamente, un
escritor poco conocido y el cual todos citaron
después del filme, hasta que perdió su espacio en la zona de lujo de los
estantes personales cuando salió de la imprenta nacional una antología de sus
versos.
Ahora que se han movido los hilos para la
cercana publicación de la poesía de Heberto Padilla, quizás arranque la
maquinaria y vean la luz sus novelas, junto a otros imprescindibles como Boris
Pasternak, Severo Sarduy o Guillermo Cabrera Infante; la lista sería infinita.
Fuerte candidato para el premio Nobel de
Literatura, Milan Kundera está ahí, de mano en mano y escondido en el
librero, esperando entre libros esotéricos y otros autores también perdidos.
Está en la zona más importante del estante, sentado en el trono, con la suerte
de ser posiblemente el escritor contemporáneo extranjero más leído y estudiado
en Cuba, siempre por debajo de la mesa.