lunes, 19 de agosto de 2013

El rey del librero

No existe mundo más cerrado que la biblioteca personal de un intelectual cubano. Entrar al panteón, por casualidad o por buena fe del anfitrión,  es como conquistar un reino a golpe de espada.

Hasta hace muy poco tiempo el precio de los libros en Cuba fue generoso; hoy, a pesar del aumento, comprar un ejemplar sigue siendo relativamente accesible a los bolsillos rellenos con moneda nacional; pero si recordamos la avalancha literaria de los años 70, con las Ediciones Huracán, tendremos la certeza de que nunca antes, ni después, el librero de un lector rabioso estuvo tan bien servido. Fue una aventura editorial, donde el objetivo principal fue presentar, en banda ancha, lo mejor de la literatura universal, aunque las hojas volaran por los aires en la segunda lectura. Las Ediciones Huracán, utilizando las máquinas de lo que otrora fue la imprenta de Selecciones de Reader Digest, cubrieron una época de carencias y vicisitudes con la  característica de dejar la habitación llena de hojas sueltas, casi siempre leídas. 

Pero nada es perfecto en este mundo, y el orgullo de los coleccionistas nunca ha sido un humilde ejemplar de apellido Huracán, pues de huracanes estamos hasta el cuello, aunque guardemos con celo aquellos títulos  cardinales y queridos. Siempre existe un espacio en el librero mucho más íntimo, secreto e inalcanzable por la plebe: aquellos ejemplares únicos, traídos de lejanas tierras, satanizados casi siempre.

Recuerdo petulancias y frenesí  de muchos lectores por poseer Los Versos Satánicos, Doctor Shivago o El Diario de Anais Nin; llegar a casa de un escritor y ver esos ejemplares durmiendo cómodamente en el librero, traía como consecuencia una noche de insomnio tras la negativa del dueño a prestar, al menos por un día, aquellas joyas; entonces comenzaba la estampida, pidiendo al amigo de Madrid, Miami o Estambul un libro, un librito pequeño para aplacar la sed.

Ese espacio VIP en los estantes ha tenido un rey por décadas; poseer sus obras completas lanza a su dueño al escalón social más alto en la selva literaria. Me refiero al inmenso Milan Kundera.

Confieso que he  tenido casi todas sus novelas, agrupadas en el espacio de lujo en mi pequeña biblioteca, casi siempre con sus cubiertas camuflajeadas, cubriendo así sus lomos de algún cazador furtivo; pero ha sido en vano; perdí La Inmortalidad cuando una loca de La Habana me prometió leerla en una semana y devolverla totalmente restaurada; La Insoportable Levedad del Ser sufrió lo inconcebible, pues otro manos largas optó por llevársela en su maleta de emigrante. Así fui perdiendo los mejores y más queridos ejemplares de mi colección. Solo me queda El libro de la Risa y el Olvido, novela escrita en el  año 1978 y la última que he leído; ha sido la más difícil de conseguir en el angosto camino de la literatura Underground. Tendré que seguir la regla de un amigo: No se prestan los libros de Milan Kundera.
Este cantor de la Primavera de Praga, luego de sufrir censuras y refugiado en París después de obtener en 1968 el Premio de la Unión de Escritores Checoslovacos por su novela La Broma, ha marcado un tono bien alto en las letras; desde su rincón oscuro, con su estilo diáfano, ameno y a la vez punzante, nos ha dado un arte de altísimos quilates, culto y ontológico, sin perder la posibilidad del disfrute terrenal; prosa que va desde lo apolíneo a lo dionisíaco, de la ficción al ensayo en igual tono. 

Un clásico contemporáneo aparece cuando el tiempo no alcanza, la velocidad de la vida crece y a pesar de todo, continuamos leyendo. No podríamos, en una estación de ómnibus o viajando en la P4 de Ciudad de La Habana, leer La Montaña Mágica o Ulises, esos dos monumentos literarios, pero sí al escritor Checo que nos ayuda a no perder la concentración con salidas fortuitas o reiteraciones necesarias, allí donde hace falta reiterar. Leí El Libro de los Amores Ridículos en mi último viaje en tren de La Habana a Sancti Spíritus, solamente así podría soportar esa máquina de acero.

Su principal temática, velada por los miles de callejones que enriquecen la obra, es la emigración; el destierro visto con los ojos de la tristeza y la soledad, el ser inadaptado pero capaz, que se sostiene a duras penas en un mundo prestado; allí está la intríngulis de su obra: la disertación filosófica y huraña, sobre la capacidad del expatriado de entender su entorno y ser reconocido. Si su estilo ha sido clave para su triunfo, los dedos en la llaga contemporánea, con una temática capaz de ser retrato de generaciones, también ha propiciado que sea leído en casi todos los idiomas conocidos y en los cinco continentes.

Faltan muchos años para que el autor de La Vida está en otra Parte sea publicado en Cuba. Podríamos esperar que algún personaje en apuros, en una película cubana, lo mencione con vehemencia, como sucedió con John Donne afortunadamente, un escritor  poco conocido y el cual todos citaron después del filme, hasta que perdió su espacio en la zona de lujo de los estantes personales cuando salió de la imprenta nacional una antología de sus versos. 

Ahora que se han movido los hilos para la cercana publicación de la poesía de Heberto Padilla, quizás arranque la maquinaria y vean la luz sus novelas, junto a otros imprescindibles como Boris Pasternak, Severo Sarduy o Guillermo Cabrera Infante; la lista sería infinita.

Fuerte candidato para el premio Nobel de Literatura, Milan Kundera está ahí, de mano en mano y escondido en el librero, esperando entre libros esotéricos y otros autores también perdidos. Está en la zona más importante del estante, sentado en el trono, con la suerte de ser posiblemente el escritor contemporáneo extranjero más leído y estudiado en Cuba, siempre por debajo de la mesa.

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