martes, 30 de julio de 2013

lya



Por la ventana entra una luz demasiado fuerte como para soportarla por más de diez minutos. Afuera el paisaje rocoso, a un lado, contrasta con el mar que parece entrar por la ventanilla opuesta. El complemento de los opuestos es su rostro iluminado y con sabor a océano.

Su mirada no se detiene en ninguna de las ventanas; apenas se sentó y el tren comenzó la marcha, bajó la mirada hasta los pies de sus compañeros de viaje. Poco le importa los desniveles de las colinas ni el oleaje teñido de azul intenso.

Alguna vez, quizás, se lanzó por los riscos en pleno delirio y encendió hogueras internas para saciar su hambre de vida. Compartió su pan y su queso con los más cercanos y tal vez disfrutó del sol en sus brazos, mientras la montaña observaba severa. Pero nunca se sabe.

Olvidó su nombre y amigos al despertar casi desnuda en las arenas de Coveta Fumá.

miércoles, 24 de julio de 2013

Isla



Llegar a una isla es como abrir el horno y sacar un pan aceitoso y caliente.

La isla tiene cien palmas enterradas en el fondo del valle. Enterradas al revés; con los penachos en el fondo de la tierra, languideciendo junto a fetiches de las profundidades y mezclando lo poco que le queda de verdor con las aguas hirvientes del manantial.

Alguien avistó la isla. La pequeñez no da treguas; no hay descanso posible en un recinto donde el verano asoma los dardos. Todos saben de las raras emanaciones de la cueva central; allí donde se tejen los mantras para soportar el sol y afilar los cuchillos.
Cuando en la isla alguien calla, callan todos los isleños.