Cocina

Mis libros publicados.

Clairmont
Poesía (2001)
Editorial Luminaria. Cuba.
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Tribal
Poesía. (2004)
Editorial Luminaria. Cuba.
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La Habitación Ámbar
Poesía. (2007)
Editorial Luminaria. Cuba.
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La Noche Americana
Poesía. (2013)
Editorial Luminaria. Cuba.
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Interregno
Poesía. (2015)
Ediciones Matanzas. Cuba.
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La Suciedad del Corredor de Fondo
Narrativa. (2017)
Editorial Guantanamera. España.
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Bañando Japonesas
Narrativa. (2021)
Editorial D´McPherson. Estados Unidos.
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Poemas de mi libro
La Habitación Ámbar

Ediciones Luminaria 2010
Sancti Spíritus. Cuba


   I
  El Muro


A juzgar por la textura y el color del ladrillo, el muro que se alza en el centro de la plaza tiene más de 400 años.
Esto se demuestra en lo gastado del cemento, en las piedras enterradas que fungen como basamento original, en el color del tiempo: temporadas de musgo ya muerto, capas negras de polvos y carruajes.
Todo indica que, en lo alto, se empinaba un arco sólido que soportaba un sistema de techumbre de raro estilo, casi sin ejemplos en la actualidad.
Quizás el espacio intermedio entre la pared central y la esquina que aparentemente cortaba lo que hoy es la avenida principal, fue en un tiempo la entrada a un sótano. Se debería excavar en esa dirección, y es posible que así, se descubran los datos reales sobre la fecha de construcción.
No quedan rastros de puertas ni ventanas, pero se han descubierto restos de madera. Todos coinciden en que si se demuestra que estas fueron las originales, entonces, se podría revelar el misterio de este muro que se empina solitario en la plaza de la ciudad.



   II
El patio        



En mi patio, nadie ha muerto. Sábado: pasa el bullicio de los infantes y la trementina se revuelve entre la seda. La casa es una sombra en los bajos de una tienda. Los esclavos creen en las fiestas de los sábados. En el teatro murió alguien cuando la diva comenzaba a reír de miedo; pero en mi patio nadie ha muerto. Sábado: trazan círculos de tiza en los corredores de una catedral en ruinas. Los soldados se muerden los puños frente a las vidrieras de una tienda donde alguien ha muerto, pero en mi patio nadie muere. Sábado: la cara de los médicos provoca repulsión. El gusto por la música de cámara es un descubrimiento provinciano y una esclavitud. Alguien muere diariamente y no conozco ni el nombre ni la causa; pero nadie ha muerto en mi patio donde comienzo a comprender que mi patio no es buen lugar para morir, que los sábados son como la catedral en ruinas, que la música de cámara es una esclavitud para los soldados de provincia y que las divas se muerden los puños, de miedo.


 III
La fiesta



Siempre estará oculta la finalidad del cónclave. Los eruditos proclaman un estado de conciencia superior para aquellos que asienten el sonido y la reverberación.
Inoculada está la sospecha de un futuro cercano con mejor suerte: mandalas, acertijos de salón, atisbos de fuego respaldado por una melodía siniestra.
Nada falta.
Un nuevo crédito, un trazo en la pared que da al norte del jardín. Los emisarios tuvieron una semana atroz. Marcharon llevando las nuevas a los barrios pobres de la ciudad; ahora son testigos de una comunión con otras vidas que pretenden encontrar felicidad en los antiguos cantos.
Pero no sucede nada. El limbo interior de los participantes, humedece cada átomo del convite, lugar donde nadie sabe que decir; pues todos, al unísono, piden silenciosamente una gracia que los haga libres.


                                                          
IV
La muerte



Aparentemente, hay algo más allá. Las muestras, los desechos de un cuerpo frágil y trascendente, no dejan dudas de una convención que debe resolver los antiguos pánicos: pequeñas cosas que poblaron un espacio y un tiempo que, ahora, se desvanecen.
Manos, pies cansados, algo nos dicen estas proporciones de lo que fue real.
De ser así, los días para esos pies, pasaron; se podría pensar que aún caminan por entre un jardín inmenso o sobre un hemisferio prohibido.
Y las manos, que, por años buscaron y sostuvieron cosas, parece que ahora posan para la eternidad. Quizás estén alcanzando un árbol gigante o acariciando otras manos desconocidas, vedadas para nosotros que no vemos cómo los objetos responden a una finalidad que va más allá de esta cama, donde aparentemente, un cuerpo yace bajo el dogma que llamamos muerte.


V
La familia



La familia tiene un padre y una madre como todas. Seis hermanos hastiados del sol y la jornada de cal, la ceremonia.
Hay, además, dos niños y una esclava que soporta las atrocidades de esas fieras voluminosas y carnívoras. La esclava tiene un plato, una cuchara; también tiene un cuchillo debajo de la cama.
Las seis esposas de los seis hermanos cuelgan día a día de una soga. La casa no soporta la herejía de esas noches muertas.
De las seis esposas, cuatro aman; las dos restantes beben.
Hay un perro de turno, un peleador sin nombre que sueña con los pastizales donde alguna vez corrió.
Infortunado padre que no encuentra una poción para hacer sus días más altivos.
La familia está cansada; las paredes de la casa parece que oyen y hablan un lenguaje vedado a los nativos, soportando historias tan dispares como esta que ahora vive en solapada comunión.
Hay frío y silencio.


VI
La risa



Cambios, desgarramientos de la piel. La risa de Casal mostró que no hay camino recorrido sin sangre y laberinto.
El maestro sonrió en la cruz al ver cómo los suyos, trataban de cambiar el rumbo de una fe.
La risa fue sembrada en los abrevaderos. La primera funcionó como obediencia; después, fue el caos al creernos que somos dioses de fuego.
Julián del Casal convocó a sus pupilos y, un día su destino cambió por la risa pálpito, risa guerra, risa candidez del cuerpo y del espíritu.
Detrás de nuestra puerta, hay una carcajada siniestra que espera por la llave para su libertad. 



VII
El miedo 



Súmase al cuerpo cual férula que arde. Aparece en los momentos insospechados, cuando soñamos que soñamos. Lo demás no lo saben. La calle es ancha como este papel que me tocó decir en el momento del trueno.
Los más dichosos dicen que surgió una noche de lluvia, mientras en cualquier pensión apaleaban a la madre de todos. Otros, como yo, le temen cual cadena que conduce tramas de tiempo; la reacción es la misma del comienzo: el grito, el pálpito allá donde los pálpitos son lanceros prestos a herir. El miedo al miedo es el vidente ante el espejo. 



VIII
Un sueño



Muchas veces, sueño que he matado; los colores son distintos y la paz interior se acaba.
En el sur de la isla, hay unas playas invisibles. Desnudos y bajo la lluvia estival, recogemos señales de otra vida.
Un asesino es como un médico. Dos vasos de alcohol y una pasada por la ladera son el premio.
La ley la inventaré yo cuando anuncie el fin de la estación entre las barcazas del puerto.
Los muslos de la pelirroja están llenos de sal; con los ojos y la lengua, arrebato aquello que fue mío. De niño, creía en las apariciones y en las cartas de viaje. Mi pecado es poseer lo que siempre tuve guardado en mis gavetas.
Entre los ladrones y la pelirroja, hay una historia de sangre. He matado.
Siempre sueño que he matado.
Ella duerme. Yo afirmo la sangre.


                                               
IX
La patria y los amigos

                       

Hay un puente entre la patria y los amigos.
Amigos felices que una vez quemaron sus ropas, lucían delgados y solitarios a la luz.
Patrias desordenadas, como los filmes antiguos vistos en hora de siesta con hambre de linterna y posadas abiertas hasta el amanecer.
Debajo de la mesa, hay muchas patrias; pero estas tienen las puertas clausuradas.
Los amigos siempre duermen, sueñan con puentes ambarinos y con días de cosecha.
Hay un puente y un espejo entre los amigos y la patria que sueña.



X
La virtud


Nimiedad  al asentir los hábitos del censor.
Palabras perdidas o soñadas en otra dimensión de fe y templanza.    
La suerte la discuten otros. El caminante decide no opinar en el cenáculo de historiadores. Se acabó el oro que hizo placenteros los días pasados.
Háblame otra vez - diría el virtuoso orador- habla nuevamente ante todos y demuestra que toda dádiva es cara, que toda devoción por los padres naturales en esta nueva revisión de vida, es un atentado a la virtud; pues ésta se ofrece solapada detrás de la puerta principal de nuestras vidas.
Los llamados esperan la llegada del invierno sin espacio a dudas y tiestos cadenciosos de otra historia. Se desvanece la costumbre de ceñir la espada cuando alguien evoca el viejo código.
Virtud de madre, virtud de hijos de la suerte y de la ley.
Los espejos mueren en la cruz.



XI
El huerto


Una fuerza encima de la tierra. Tierra fértil.
El jornalero se dobla entre hierba y nogal, agua, y piedra que esparce el agua sobre la tierra fértil.
Líneas serranas como una guillotina cósmica.
El jornalero enciende la luz, la venta comienza a manifestarse en cada sablazo sobre el tallo.
Nadie cree en el jornalero cuando en la tarde confiesa su cansancio.
Nadie corre a saldar las cuentas que el pobre dejó entre los surcos, cuando soñaba que era dueño de la tierra y de los cuchillos que ahora afila nuevamentepara la próxima jornada.



XII
El circo

Fuera de la ciudad, hay un lugar cubierto por las mantas. El circo asoma por las estacas encendidas y los gritos del pueblo, cuando todo comienza.
En el ruedo los olores se entremezclan con malsana alegría.
Dicen que una vez cayó un avión sobre la carpa, matando a todos, menos al payaso.
En la función, hombre y animal pretenden ser iguales en el goce primitivo de selva y sapiencia.
Vamos, vamos al encuentro de los niños y los leones hambrientos que odian tanto como ese domador que añora matar.
La luz aplasta a la corista del centro con extraña y relativa calma.





XIII
La fe

Cuerpo que se quema y vuela a la deriva. Cáñamo hirviente en la garganta del tigre. Amor, misericordia a la causa primera desde el instante en que el romero floreció ante el pueblo.
¿Quién le temerá al trueno después de ser salvo?
Así, la tentación de otro lugar u otra vida queda deshecha en el umbral de los sueños: El que corta la carne en el mercado, el escriba y el borracho, todos saben de otra dimensión, todos esperan la dádiva profética…Y es que en toda contrición, hay recompensa; en todo mar, hay un velero solitario que espera por un seguro ancladero.
El escriba, el borracho y el que corta la carne en el mercado, conocen los pilares donde está fundada la confianza, una fe perdida, la suerte o las prebendas de un mejor despertar… esperan.






Poemas de mi libro
La noche Americana

Editorial Luminaria 2013
Sancti Spíritus. Cuba



Seven

                                            


Proemio


Asmodeo, Belcebú, Mamon, Belfegor, Amón, Leviatán, Lucifer. Todos llegan a la cena. La sala redonda, pisos y paredes color granate. Una música suave y amenazante, como los pájaros de fuego, se impone en el cenáculo. Desde la oscuridad del fondo, un arcano símbolo en la pared, donde un ser alado vuela con una piedra amarrada en los pies.
Desde pequeños fuimos dos veces al día hasta el pozo, buscando aguas claras para saciar la sed y preparar los caldos de la cena. Cuántas veces la soga del pozo crujió, y para advertirnos del poder, las fauces hicieron estragos en nuestra alma, llamándonos a la profundidad. (Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada).

Ah, si las armas que necesitamos aparecieran de súbito para cumplir todas las encomiendas incumplidas. Pero nada es blando en el costal, y las gratuidades las borró el patrón.
En la soledad del torreón, alguien enumeró los clavos que marcan nuestras manos.
La habitación es rojo sangre. Fuimos diariamente al pozo. Allí llenamos los odres de unas aguas extrañas y  vimos todo claramente: estamos condenados a ser nosotros mismos, aunque los siete demonios nos azoten con la dura fusta.
Es que el bien y el mal son los hijos de la misma noche. (Breviloquium)Hilos gastados se entretejen en la rueca. Solo conocemos las cien primeras varas del camino.
Cuando se aleja la inocencia, una habitación queda vacía en nuestra alma; es cuando las hienas irrumpen y la vacuidad se torna desvarío.

En el estado de inocencia, el goce hubiera sido tanto más fuerte, por cuanto la naturaleza era más pura y el cuerpo más sensible
Tomás de Aquino

Llevémosle a los visitantes nuestras dudas, los chismes que guardamos debajo de la cama, la rabia, el polvo y el stereo que no guarda un minuto de silencio en las veladas de hoy, mientras los viejos policías descubren la cabeza de nuestra amada en una caja en medio del desierto. 



I


Luxuria



Cerraron con llave maestra todas las puertas y ventanas. Hubo un minuto de silencio. Sentados alrededor de la mesa, compartimos la misma soledad que padecíamos fuera del recinto; pero unas manos tibias comenzaron a recorrer mi cuerpo, hasta llegar a las entrecalles que conducen a mi libertad. Para qué más, si la vida puede caber en una botella de Ribera del Duero o en estas manos que descubren los rincones.
Así es el sueño. La ardiente fe en un mundo creado por nuestros hombros cansados de tanta convención; la esperanza de un desorden, donde la raíz se hunda en la fértil tierra y dé sus frutos dulces como la miel del azahar.
No podíamos salir de aquella habitación. El vino encendió nuestros ojos; buscábamos una salida, una estrategia para querer abandonarlo todo; pero el roce de la piel tiene sus propias reglas.
Bailando desnuda encima de la mesa, los fluidos mojaban tus muslos hasta llegar a mi boca.
Había una extraña escena en la pared, donde una princesa nubia, hacía el amor con un tigre de Bengala, y las doncellas rociaban líquidos sobre la alfombra.
Es el pan, Asmodeo; la sonrisa en tu cara. La sombra de la inconsciencia que salva estas horas en una habitación cerrada, donde todo está pintado de azul, y los pisos son blandos para poder descargar toda la energía sobre el cuerpo desnudo.
Hubo insinuaciones. Nuestros ojos fueron más allá de la línea divisoria, donde el bien y el mal son dos cuentas del collar que rodea nuestros sueños.
Afuera todo duerme en la paz central que dictan los viejos libros sagrados. Pero quisimos estar juntos en este sueño que se extiende por tus pechos y llega hasta la hora del cantar de los cantares.
¿Cual es la medida exacta de las cosas? La sesión acaba, los impulsos de la duermevela dejan un camino abierto. Pero nadie lo sabe; hay un armario abierto dentro del cuerpo, allí se guardan los deseos de vivir en un mundo al revés, de mercantilizar la piel que reluce sudorosa encima en la mesa.
Ahora, en lasitud, vemos cómo pudo ser el mundo. Hay un atisbo entre la cortina rasgada. Otra habitación que espera silenciosa. 



II

Gula



Se quiebra el silencio con la soez resonancia que produce el pan al ser devorado.
Suben desde el fondo del alma los vapores aceitosos que atraviesan la garganta, y salen provocando el exterminio de toda cosa viva.
Un plato de lentejas, una dolorosa resistencia a la lealtad.
Cuántas horas preparando un set, donde el personaje principal es una carga endocrina. Y las células estallan con la fermentación.
El primer bocado es convertido en el bolo alimenticio que baja hasta el estómago; allí, tras un proceso en ácidos, como las calderas del infierno, el cuerpo retuerce todos los azúcares y vitaminas. La sangre absorbe con beneplácito aquello que importa para una jornada feliz. Pero los excesos comprimen el alma y el propio cuerpo se deshace con asomo de liviandad y falta de juicio.
Las comisuras de la boca se inflaman soltando los residuos, mientras por la mente pasa la idea de la felicidad. El cuerpo pide gracia, y los vecinos piden a otro Dios que les envíe un tribunal para enjuiciar a todo ser viviente que consume sus días en eterna exacerbación, mientras los arcángeles se suben al tejado y rocían aceites en el patio, propiciando el fin.


III

Avaritia


Manos alargadas como lanzas. La deformación de la mirada implica años de observancia y pláticas en la soledad del tálamo.
Contando las monedas se va la vida, y tras los cristales empañados, la ciudad jadea.
Las monedas caen una a una sobre el mantel. El brillo del metal arrastra el corazón al pozo donde el alma se achica.
Es dorada; en la cara norte hay una reina luciendo los abalorios de su estirpe, asoman en la frente largas espinas que traspasan la corona. La cara sur es un escudo donde un labrador golpea la tierra con la guadaña, mientras un perro de pelea ladra al fondo del metal. Los bordes están cubiertos de marcas antiguas, sus caras desgastadas, advierten las muchas manos que la han acariciado.
Está sola la moneda. Sola en la multitud de otras hermanas, en la repleta bolsa que se esconde bajo el suelo. Una más, una moneda más para ser salvo. Otra reina engalanada y otro perro que ladre diciendo lo dura que es la vida y cómo malgastamos los dineros. Una más, Dios mío. Una moneda más para asistir a la eterna fiesta que es contar y sentir el sonido caprichoso como los cantos de una iglesia plateada.
Afuera hay muchos placeres, pero las manos los esquivan y  se alargan para abrazar las pertenencias y vigilar la cacerola que bulle en los confines de la mente.




IV

Acidia



Te marchaste, oscuro deseo de soñar. Las horas corren y los soles que cruzan el cielo, ya han tropezado muchas veces contra la regia cabecera de mi silla. Desde allí veo envejecer el mundo. La ciudad dicta sus leyes; las personas van Dios sabe a qué lugar  para humedecer sus labios con el suave cantar de las palabras.
De niño jugaba a la guerra; innumerables ejércitos se destruyeron en la batalla cerca del arroyo, y todos saludábamos el aire matinal con los extremos de una jornada sin par.
Ahora desde mi balcón, la rectitud y el deber no importan. He sido un poderoso señor entre los vivos; hubo tiempos en que repartí prebendas y golosinas a hombres y mujeres, olvidando que la retribución tiene muchas formas de convivir en el corazón del sabio. Pero ya se quebró el arco, mi habitación ofrece una vista singular del universo.
¿Para qué tanta rabia o alegría, si las campanas doblan igual de armonizadas?
Afuera el sol y la lluvia han dejado huellas en la tierra. Mis manos están secas; me gusta palparlas y recorrer los laberintos de la piel, y adivinar la última caricia.
Mis vecinos han muerto; desde la ventana escucho las plegarias, el estertor de la tristeza. Confieso que no hay nada como sentarse en el balcón y ver sin ver, como la gente pasa, llora o canta sin razón. No hay necesidad de escalar el monte, y no importa que el monte sea grato. Somos los de ayer y de mañana. Nunca hubo celebración tan importante como para perderse entre la multitud.
Seguiremos siendo el mismo proyecto, el esbozo de alguna cosa viva.
Nadie nos estará esperando a la entrada del puente.



V

Ira



Sube del infierno el manto que oculta el paisaje. El boleto está pagado desde el momento en que subimos al autobús para un viaje por tierras inexploradas.
Como en un juego de barajas, nos repetimos una y otra vez: somos el chofer, el inspector, los pasajeros. Hemos hecho un canje perfecto.
La muerte está muy cerca cuando empuñamos el hacha, pero no lo recordamos al lanzar el grito de guerra y los fragmentos salen disparados en todas direcciones como una granada de mano.
La otra alternativa es sentarse a beber, lejos, en un bar destinado a los moribundos; y allí, sin decir una palabra, desear que todos mueran y posar para la eternidad en una foto donde la guadaña pasa a ras de suelo.
Sobre la mesa hay un cuchillo. El mango es negro como el ébano, y la hoja predice cuánta liviandad puede esconder. Está al lado de la copa, ansioso por hundirse en un cuerpo cualquiera para saciar la sed. Ha sido siempre un asesino, necesita de la mano gestora y de la nube en los ojos del dueño, para entrar sin temor a la historia que comienza desde que las manos comenzaron a temblar y las hojas del árbol cercano perdieron el verdor.
Después vuelve todo a su lugar, pero ya el universo vibró. Allí estará el cuchillo cansado; la copa estará rota, y el dueño quizás nunca pudo regresar del viaje, mientras los perros negros ladran sin compasión en nuestra pesadilla.



VI

Invidia



Cuando llegaba tarde al colegio, el profesor me azotaba con la vara; la piel se estremecía bajo el temblor. Observaba a mis condiscípulos reírse de la mala suerte de mis espaldas. En mi lecho salieron decenas de espíritus malignos que rodearon mi casa.
Con el tiempo, la sed por la verdad ajena nubló mis ojos. El árbol del prójimo puede ofrecer sombra para todos.
Mis pies están cubiertos de la herrumbre que trae el caminar descalzo, buscando razones para no dormir.
Hubo un tiempo de regocijo cuando mis compañeros sufrieron las desdichas de una estación terrible. Las cosechas se inundaron con las felices lluvias que lo destruyeron todo: las vacas, las mujeres, los dineros.
Ahora, a la luz de mis escasas luminarias, me valgo de los inventos modernos para ver como suceden las caídas de todos los mortales. Ya nadie ríe, todos, al unísono, desean un ataúd para mi cuerpo y yo, ausente de las ferias, oigo graznar las aves de rapiña, cuando la desgracia cae del techo en la casa de cualquier aventurero que osó, sin pensarlo, dedicar un día de su vida, a pasearse petulante por mi puerta.




VII

Superbia




Soy fuerte como el mármol. Observo con abominación, cuanta idiotez camina por el mundo. Cuando los pobres de espíritu se acercan, mi infancia crece ante los transeúntes y la espada reluce con justeza.
Camino acompañado de los dioses. Es la dádiva que recibí de joven, cuando destruí las reglas que me imponían.
La pobreza es un deber para todos los que me alaban y bendicen mi cordura. No tengo fe en el fuego ni en la gloria futura; tengo los bolsillos llenos de medallas, adquiridas en los antiguos mercados de provincia.
Soy el mejor ejemplo del valor, de la justicia y la devoción por las cosas bellas.
Afuera, una jauría de perros salvajes se disputan la carne abandonada. Los cuchillos afilados y relucientes reflejan mi figura. Estoy sentado, espero que algún día, todos los caballeros y damas agraciadas, se inclinen con dulzura frente a los divanes donde sueño con tener entre mis manos la caja dorada que casi ningún mortal podrá jamás acariciar.




2 comentarios:

  1. Hermenegildo, en estos días publicaré en mi blog (si no lo he perdido) una reseña sobre tu libro "La noche americana", que me parece excelente, es decir, tu libro, no mi reseña.

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    1. Gracias amigo, espero tu excelente reseña.

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