lunes, 4 de diciembre de 2017

Expo Origen del insomnio

Sucedió el sábado 2 de diciembre en la Galería Fayad Jamís de la UNEAC. Cada obra, pintadas por Claudia Torres (dibujos al carboncillo) y las mías (Pintadas con espátula) son interpretaciones de cinco cuentos escritos por Dalila León, Ariel Fonseca, y tres cuentos míos.



Palabras al catálogo por Elizabeth Borrego

(Re)Tratos

Tres números sintetizan los motivos de esta exhibición: cinco historias, dos artistas y como resultado quince piezas reunidas para conformar Origen del insomnio, de Hermes Entenza y Claudia Torres, un intento por invertir y rehacer dos procesos creativos tan distintos como coherentes una vez reunidos en este lugar común: plástica y literatura.
Así, al azar esos números nos llevan al encause de cuestiones planteadas y resueltas aquí: ¿Por qué detenerse a pensar si pintar o escribir ante una historia? ¿Para qué escoger un estilo, colores o trazos cuando se puede contar un personaje desde dos esquinas totalmente opuestas? Y la que, consideramos, es más importante: ¿cómo representar una realidad que llega a lo figurativo desde la ficción?
Como ejercicio creativo, Origen… propone no limitar este quehacer simultáneo en una sola dirección, sino que por el contrario presenta cinco personajes nacidos, indistintamente, de un cuento, un cuadro o la inspiración de tres autores: Dalila León, Ariel Fonseca y Hermes Entenza. De este modo los protagonistas surgen como reinterpretaciones de una necesidad a veces literaria, a veces dibujada y, a veces captada desde un rostro perdido en la cotidianidad por un lente fotográfico.
Son cinco estampas con nombres tan propios de una sociedad moderna, agitada y cansada donde sobreviven  Lilly, Laura, Teresa, Yoanna y Max, quienes hartos de su rutina sufren por esa soledad contada en sus historias como “una enfermedad letal que vive muy dentro (…) se aloja en la garganta y escala lentamente con espíritu asesino llegando hasta la cabeza, provocando esa pérdida de la razón a corto plazo (…)”.
Extenuados y a veces trastornados de un entorno donde “los sábados son tan aburridos como los domingos”, todos intentan escapar del tedio con soluciones extremas y verosímiles: un asesinato premeditado, el abandono del hogar o el sexo descuidado con un extraño.
Pero pase lo que pase en sus historias, el conflicto no es tan importante como la construcción de estos protagonistas que terminan siendo rostros  amenazantes a carboncillo o brochazos transvanguardistas y hoy presentados en diez piezas de gran formato que repiten aquella idea de Goethe cuando escribió: “Si yo pinto mi perro exactamente como es, naturalmente tendré dos perros, pero no una obra de arte”.
Solo que en este caso, las intenciones últimas no buscan simplemente construir una imagen o un cuento a secas, sino un concepto de tres que contenga la soledad, la miseria, o la pasión combinando la narración con la gran expresividad cromática y los trazos sobrios del carboncillo.
Cinco historias, dos artistas y como resultado quince piezas conforman este trato entre la experiencia de Hermes Entenza y la mocedad de Claudia Torres –quien por primera vez protagoniza una muestra–. Cinco historias, dos artistas y quince piezas que logran relación común entre imagen y narración, entre arte y sociedad, entre realidad y ficción.


YOANNA



Los sábados son tan aburridos como los domingos pero nadie lo sabe, o al menos no quieren saberlo y se inventan reuniones y fiestas que no atenúan el tedio. Estamos irritados. No hay ni una buena peli en la TV. Tenemos una botella de ginebra y en el bafle suena Rammstein, pero nadie le hace caso, ni siquiera a la botella de ginebra. Es sábado.

Hemos intentado jugar al ajedrez, al dominó, a jugar a mentir, a toquetear entre todos las piernas de Yoanna, pero ella también está aburrida, y no da gusto.
Afuera, sentados en el quicio de la puerta, están los malditos revendedores de dólares con su conversación vacía. Hablan de fútbol, de Cristiano Ronaldo y del precio de los jeans en el mercado negro. Nos miramos con odio.
¿Y si matamos a un imbécil de esos? Dice Yoanna. Asentimos los cuatro. Sería un buen sábado.
Abrimos la puerta y agarramos uno por el cuello. Yoanna lo hala con fuerza mientras nosotros, apenas entra el cuerpo y se cierra la puerta, lo apuñaleamos con regocijo, tapándole la boca para que los quejidos no se escuchen en la calle.
En pocos minutos la sala es roja por la sangre. Nosotros también. Evitando que el charco salga por la puerta, nos quitamos las camisas, Yoanna la blusa, y sellamos la rendija.
Ahí está el cuerpo muerto del usurero. Le revisamos los bolsillos. Tenemos cientos de dólares y miles de pesos en la mano, rojos también, sanguinolentos y valiosos. Decidimos botarlos a la basura, pues no somos ladrones, solo un piquete aburrido que quiere pasar una buena tarde de sábado.
Con maestría improvisada lo descuartizamos, y en pocos minutos quedan en la sala cinco grandes bolas de carne. No sabemos qué hacer.
¿Y si lo cocinamos? Sugiere Yoanna nuevamente. Volvemos a asentir.
Pensamos en una buena fiesta con cervezas importadas y un buen asado. Invitaríamos al caer la noche a todos nuestros amigos tan aburridos como nosotros. Así la música será mejor recibida y Rammstein tendría un buen público.
Pero surge un problema: Nadie quiere comer el cuerpo sudado de un hombre desagradable, solo Yoanna está dispuesta, claro.
Embadurnados en sangre, y preocupados por la carne de la fiesta, nos sentamos alrededor del cuerpo dividido, tratando de darle sentido a la tarde.
No, no es lo mismo. Sería mejor tomar ginebra y cervezas comiéndonos a una doncella joven y limpia. Estamos convencidos, menos Yoanna, claro.
Nos volvemos a mirar. Ahora con una complicidad machista. Al final, pase lo que pase, una tarde de aburrimiento puede propiciar un descubrimiento tenebroso, sobre todo si el hallazgo siempre ha estado ahí, esperando por nosotros. No lo pensamos dos veces. Fue como un aviso interno o una conexión fabulosa que surge de la nada, o del tedio.
Tomamos rápidamente a Yoanna por los brazos y antes de que se dé cuenta de lo que pasa, recibe en su pecho tres puñaladas certeras. En pocos minutos está dividida en pedazos y deshuesada, lista para una buena parrillada.
Nos bañaremos y estaremos elegantes. Vamos a cocinar dos buenos guisados, uno para las muchachas que vengan a la fiesta, con la carne del imbécil revendedor de dólares y el otro caldero para nosotros con la dulce y tierna carne de Yoanna.

Hemos puesto su foto en el Facebook como homenaje a nuestra buena amiga. Ahora podremos, aunque sea por unas horas, disfrutar de este maldito sábado, que a fin de cuentas, es tan aburrido como los domingos.

Hermes Entenza

TERESA LA PECADORA


 Cuando mi padre me botó de casa recogí mis tres o cuatro trapos en un maletín, me afeité por última vez en el espejo inmenso del baño familiar, y me fui sin mirar atrás por miedo a querer regresar a la maldita feria que es la convivencia.
Parásito, eres un parásito, me dijo malhumorado. Mis hermanas lloraron como pudieron, y mi olor a aguardiente no dio tregua para atenuar la situación.
Cuando la locura invade el cuerpo es muy difícil ser un hombre cabal. No soporto la rancia aristocracia mañanera de mi casa, y lo peor, ellos no admiten mi vida disoluta y alejada de ese entramado caótico que dicta una familia incapaz de lidiar con mi carácter.
El piano vibra desde el amanecer y mi padre diariamente me narra cuentos y recita poemas que escoge al azar de su inmensa biblioteca. Nunca los he leído, no me interesa leer esa carga de papel que podría servir para encender el fuego en mis noches en La Guarida, ese lugar oscuro y acogedor donde con mis amigos verdaderos consumo el alcohol barato que me vende Teresa La Pecadora. Pero ella no está de acuerdo con mi decisión.
- Yo llevé una vida imbécil, muchacho-, me dice con aliento a infierno. - Mira, deberías aprovechar tus días, cambiar tu forma de pensar e imponerte-.
- No me jodas, no soporto estar en una casa donde tengo que guardar unas reglas estúpidas; no quiero ser un tipo culto, no me interesa el piano, ni leer, ni mucho menos participar en esas reuniones extrañas con gente que viene a la casa a escuchar a mi mamá dando conciertos y hablando de arte con una copa de vino tinto en la mano. Prefiero estar aquí contigo, drogado, borracho y viviendo esta realidad de mierda que siempre será mejor que convivir entre mis hermanas encopetadas con sus novios estúpidos-.
Ella sonríe; a veces no sé qué puede estar pensando cuando mira de reojo mis artimañas para vaciar el vaso en dos grandes tragos.
Desde el puente frente al Bar podemos verla detrás del mostrador con su cara rojiza de tanta cerveza. Teresa La Pecadora fue de una familia rica como la mía; me lo han dicho mis consortes de borrachera. También un día se largó de su casa y nunca regresó. Dicen que el tío, un tipo adinerado de La Habana, la violó en su adolescencia.
- La vida es una mierda Teresa-…Y ella sonríe con candidez, si es que ese rostro marcado por la decepción puede en algún momento ser cándido.
- No seas tonto- responde. -Búscate una novia linda, decente; vive con ella feliz, deja de beber y hacer apuestas peligrosas, estudia y hazte un hombre de bien-.
Pero ella no sabe que yo sí soy un hombre de bien; y mi novia Anabell no será la más linda del pueblo, pero tiene la piel más dulce de todo el  universo; disfruta como la beso desde el cuello hasta esas tetas duras como una piedra, y mi lengua corre por los pezones hasta tropezar con la cicatriz del navajazo que le dieron en la prisión cuando una lesbiana trato de llevarla a su cama.
En mi casa la desprecian; quieren que me enamore de Alina, la hija de un músico de la orquesta sinfónica. Es linda pero aburrida. Toca violín y siempre me saluda con cierto deseo morboso, lo puedo ver; me dan deseos de llevarla a La Guarida y metérsela mientras toca su maldito violín. Creo que hasta le gustaría, pero sus padres me aborrecen tanto como los míos, y siempre ha sido imposible sostener una conversación de más de cinco minutos con ella.
No doy un minuto al lado de Anabell ni por diez años junto a una tipa como Alina. Pero eso Teresa no lo sabe, y me sigue aconsejando que vuelva a casa y me convierta en un tipo bueno. Yo, que no entiendo mucho de bondades, me pregunto qué cojones será un tipo bueno. Yo he robado dinero a mi padre, he entrado en casa de los vecinos y me he llevado platería y joyas caras; así he bebido mucho tiempo y hasta le compré un par de zapatillas Adidas a mi novia; pero mi padre hizo su fortuna robándole los derechos de la casa a mis tíos, y mi abuelo le robaba el salario mensual a los obreros de su  central azucarero en Matanzas, y los macheteros ganaban una peseta diaria. Por eso mi padre se pudo graduar de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y se casó con mi madre, profesora y concertista de piano. Yo no soy tan malo.
Esta noche buscaré a Teresa. Le compraré unas gafas, la llevaré a comer pizzas y nos iremos juntos a La Guarida a beber el mejor alcohol de la ciudad.
Cuando alguien me pregunta si soy feliz, yo le digo que sí, que soy un tipo alegre. Pero la soledad es como una enfermedad letal que vive muy dentro. Comienza a sentirse desde el abdomen y sube hasta el pecho; allí sientes ese vacío como si navegaras en el espacio, después se aloja en la garganta y escala lentamente con espíritu asesino llegando hasta la cabeza, provocando esa pérdida de la razón a corto plazo y escapando por los ojos en forma de esas gotas terribles que nos arranca el sueño.
Y cuando me siento triste o solo lo que hago es alejarme de todos, y sentado aquí en el puente, espero que llegue la noche y La Guarida abra sus puertas para mirar la cara sufrida de Teresa La Pecadora, entonces le tatareo en el oído aquella sonata de Chopin que mamá toca en el piano y le recito bajito aquel poema de Verlaine que mi padre me leía.

Hermes Entenza



LILLY


Esperar que llegue temprano.

Lo recibo con una sonrisa.
-¡Buenas noches, cariño! Acabo de darme un baño milagroso -  digo, empujándolo a la mesa.
Sirvo vino y le enciendo un cigarro.
-Guisé la carne con la receta de tu madre, como la prefieres.
Me he maquillado provocadoramente,  sé que le gusta, pero apenas me mira.
-Prueba- le digo,  sin dejar de sonreír - lo cociné solo para ti.
Me siento a su lado. Al besarle aspiro la fragancia de su esposa, menos apetecible que el aroma de mi champú o el de la carne.
-¿No tienes hambre? – Pregunto -  ¡Es tu favorito!
-Lilly… ¿Por qué haces esto?
-No puedes abandonarme ahora- le exijo, con mi mejor sonrisa.
No responde.

Esperar que termine su copa

Sirvo más vino y le enciendo otro cigarro.
-No puedes hacerlo, hoy no.
-¿Cuándo entonces? Esto no es bueno para ti, ya lo hemos hablado, esta situación ha durado demasiado tiempo.
-¡¿Demasiado tiempo? ¿Qué es demasiado?!- grito, sin parar de sonreír.
-¿Y eso que importa ahora? Bien o mal, todo ha terminado entre nosotros.
- Todo no…
-Todo, sí… lo sabes bien.
-Al menos prueba la carne - repito - la cociné solo para ti.
Le sirvo, lo observo masticar, degustar y elogiar el veneno, mi veneno.

Esperar que termine la carne, esperar que se retuerza sobre la alfombra.

-¡Buenas noches, cariño! – digo, sin parar de sonreír.

Dalila León

MAX

 







Has abierto el gas. Lo abriste el lunes, el miércoles, e incluso el domingo, a sabiendas que pudo explotar el edificio si se encendía una llama y matar a todos.
En realidad no quieres que pase, sólo quieres acabar con tu sufrimiento. Y si los odias, es por pasar felices frente a tu puerta, por gemir en las noches mientras hacen el amor. Es un odio irracional ese que sientes. Aun dormido sientes asco de tanta felicidad ajena y sueñas con ella. La crees tuya, pero no es tu perra, no, no lo es. Ella no es de nadie. Por eso no la has llevado a vivir contigo, porque estás asustado de que tus amigos se burlen, te critiquen y aunque tantas veces le has oído decir: Debes ser consciente de tu edad, Max, ella no es mujer para ti, es demasiado joven. Eso quieres, claro que quieres.
Te dormiste viendo la televisión, el teléfono sonó y no despertaste. Era ella. Eres lo único que quiero, Max. Sus lágrimas, su vocecita. Y luego su cuerpo encima de ti en aquel hotelucho en las afueras de la ciudad, y sus besos, que terminarán por hacerte comprar el apartamento que le prometiste. Por suerte, mientras veías Lolita, el coctel de píldoras: para los nervios, la artrosis… terminó de hacerte efecto, apedreando, obligándote a caer en la cama. En unos minutos no serás capaz de sentir la explosión.
Permite que el gas entre, Max. No temas. Cuando pasen los meses y ya ella no conteste tus llamadas, no te escriba, cuando la barriga le crezca, y todos sepan que has hecho el papelazo del siglo, porque evidentemente tu reloj biológico ya pasó. Ojala y acabes afrontándolo. Eres un viejo de mierda.
Ahora, cuando tus pulmones poco a poco terminen de llenarse, quizás su imagen se vaya desdibujando y aceptes de una vez, que no es tuya, ni lo será.

Ariel Fonseca

LAURA

Tocan a mi puerta. No espero a nadie ni quiero visitas. La calle está revuelta; ha habido un robo en el mercado que hay en la esquina.
Abro malhumorado y es una joven policía, luciendo su ajustado uniforme y el pelo suelto que se desparrama por sus hombros irremediablemente.
- Buenas noches ciudadano.
- Buenas noches agente.
- Estamos revisando las viviendas cercanas al mercado.
- ¿Pasa algo grave?- Le pregunto con sorpresa.
- No, nada grave; parece que hay elementos sueltos en la escena del delito y debemos ampliar la investigación por todo el barrio, buscando  datos y huellas de los ladrones… ¿Puedo pasar?
- Claro, entre.
Es alta y de aspecto agradable, cosa rara en esta profesión. Revisa la sala, la cocina y el pequeño patio.
- Mire señor, debo revisar su cuarto.
- No hay problemas, venga.
La guio por el pasillo y abro la puerta. El aire acondicionado lleva media hora encendido climatizando la habitación antes de irme a dormir.
- Qué agradable lugar.
- Sí, es muy agradable; me ha llevado más de diez años arreglarlo a mi forma. Allí está el baño; si quiere puede revisar y además, con este calor podría hasta ducharse - Me aventuro a decirle, a sabiendas de que puede ser un desacato y quizás vaya preso por ser un tipo irrespetuoso con un agente del orden.
- ¿Dice usted que puedo bañarme?
- Por supuesto, usted puede hacer lo que quiera.
Rápidamente comienza a desvestirse delante de mí. Yo siempre he sido un poco tonto para asimilar estas cosas. Me demoro en reaccionar, pero sin darme cuenta me voy quitando la ropa a la misma velocidad.
En segundos caemos en la cama revolcados. Comienza a lamerme por el pecho hasta mi verga asustada por la prontitud de los hechos. Sus labios pulposos no dan tregua y se comen todo lo que encuentran a su paso.
Yo intuyo que es una loca, pero su uniforme tirado en el suelo me dice que es una muchacha serena y vigilante.
Me da sus espaldas y sus caderas bien formadas. La penetro con fuerza de presidiario acabado de salir de las rejas en el primer encuentro con su amante. Su cara se tensa y grita como una asesina en la silla eléctrica. El cuerpo pide más movimientos hasta alcanzar el clímax. Exploto como un obús y mi esperma baña su piel, su pelo y la Makarov que reposa al lado de la cama.
Nos miramos sorprendidos. Estamos sudados. El aire acondicionado no alcanza a enfriar lo necesario.
Se viste apurada y tomando en sus manos la pistola, limpia con su lengua las gotas de semen que parecen perlas adheridas al hierro.
- Papi, allá afuera están los otros agentes esperándome. Tengo que salir volando porque si me demoro mucho van a tumbar la puerta. Me llamo Laura, llámame anda, y conversamos.


Hermes Entenza

FOTOS EN LA EXPO















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