La
nicotina lo está matando; anoche, poco antes de salir para la estación
de ómnibus, se compro una cajetilla de Populares para poder aguantar
estoicamente en la lista de espera.
Ya a punto de entrar en la
Yutong, aprieta contra su pecho los tres cigarrillos que le quedan en el
bolsillo de su verde y raído uniforme militar. Dicen que todos los del
ejército terminamos alcohólicos, piensa, pero a mi no me dará tiempo, yo
terminaré en la funeraria sin pulmones.
Absorbe la última cachada
y sube al ómnibus, mezclando en su respiración los últimos atisbos del
espíritu del cigarrillo con la fría temperatura interior.
Está
cansado, sumiso al sueño que lo predispone a pasar todo el viaje
dormitando, mientras elabora toda una avalancha de vivencias que
llegarán seguramente apenas llegue a La Habana.
Sus jefes, en la
unidad militar en la que ha jurado permanencia eterna, lo han presentado
como promoción para la escuela de Inteligencia Militar. Su máxima
gloria es vencer al enemigo desde el más alto peldaño del conocimiento
estratégico.
Hubo una linda fiesta de despedida en su casa,
organizada por el CDR y su familia. Celebraron la entrada del muchacho a
la carrera que siempre quiso. Le desearon muchos éxitos en la capital,
una comisión de amigos y vecinos lo acompañó a la Terminal de ómnibus,
augurándole un gran futuro.
Dando los traspiés característicos
logra llegar hasta su asiento. Sus pesadas botas parece que quieren
hundir el pasillo de la Yutong, mientras todos sus consortes de viaje se
acomodan para iniciar la travesía.