La
nicotina lo está matando; anoche, poco antes de salir para la estación
de ómnibus, se compro una cajetilla de Populares para poder aguantar
estoicamente en la lista de espera.
Ya a punto de entrar en la
Yutong, aprieta contra su pecho los tres cigarrillos que le quedan en el
bolsillo de su verde y raído uniforme militar. Dicen que todos los del
ejército terminamos alcohólicos, piensa, pero a mi no me dará tiempo, yo
terminaré en la funeraria sin pulmones.
Absorbe la última cachada
y sube al ómnibus, mezclando en su respiración los últimos atisbos del
espíritu del cigarrillo con la fría temperatura interior.
Está
cansado, sumiso al sueño que lo predispone a pasar todo el viaje
dormitando, mientras elabora toda una avalancha de vivencias que
llegarán seguramente apenas llegue a La Habana.
Sus jefes, en la
unidad militar en la que ha jurado permanencia eterna, lo han presentado
como promoción para la escuela de Inteligencia Militar. Su máxima
gloria es vencer al enemigo desde el más alto peldaño del conocimiento
estratégico.
Hubo una linda fiesta de despedida en su casa,
organizada por el CDR y su familia. Celebraron la entrada del muchacho a
la carrera que siempre quiso. Le desearon muchos éxitos en la capital,
una comisión de amigos y vecinos lo acompañó a la Terminal de ómnibus,
augurándole un gran futuro.
Dando los traspiés característicos
logra llegar hasta su asiento. Sus pesadas botas parece que quieren
hundir el pasillo de la Yutong, mientras todos sus consortes de viaje se
acomodan para iniciar la travesía.
Ella también piensa en
morirse, lleva semanas tomando dos píldoras diarias de Amitriptilina.
Llegó tarde a la Terminal y casi pierde su pasaje reservado.
Un pequeño maletín y una magnífica carpeta de cuero, que resguarda con celo, conforman todo su equipaje.
Si
continúo tomando los somníferos voy a terminar ingresada en
Psiquiatría, piensa, tendré que poner freno a todo esto, pues si hoy
casi pierdo la guagua, mañana perderé todo lo que tengo. Sonríe con
picardía convencida de su belleza, mientras sus largos cabellos, al
comenzar su camino por el pasillo central del ómnibus, se entrecruzan
con las cabezas ajenas, atenuando el accidente con el exquisito olor que
inunda el frío recinto.
También desea dormir en todo el viaje;
los calmantes tomados antes de salir de casa comienzan a hacer su
trabajo. Su familia le dedicó una cena de despedida, la velada duró
hasta bien entrada la madrugada, y siente el cansancio que provoca la
falta de sueño.
Bañando a todos con su frescura matinal, pide
permiso a su compañero de viaje y se deja caer en el asiento de la
ventana. Mejor, así podré dejar recostada la cabeza en el cristal y
dormir como Dios manda.
Comienza el movimiento. Llega el silencio
característico de los viajantes cuando ven como la ciudad se les escapa
por la ventana empañada.
Un ómnibus es como una pecera rodante. Se
trasluce el deseo de nadar dentro del recipiente e interactuar entre
todos cuando el ambiente es bueno y las personas están dispuestas a
sostener una conversación agradable.
Los viajes son para
conocernos… ¿verdad? si, es verdad, responde ella, uno se aburre aquí
dentro. ¿Eres de La Habana? no, voy a líos de negocio, dice inundando el
ambiente con su olor a Dolce & Gabbana y esa frescura que trae
consigo el estar día a día cultivando el cuerpo. ¿Quieres un chicle? Él
indeciso, bueno sí, te lo acepto, gracias. Ella observa por primera vez a
su compañero de viaje. Repasa desde abajo su viejo uniforme de militar
sin graduación. Pobrecito, dice para sí. ¿Eres guardia? No, voy a
estudiar Inteligencia militar, ahhhh, sí, es lo que siempre he querido.
Bueno, le dice ella, si es lo que quieres, entonces estarás feliz, sí,
responde excitado, estoy muy contento, y mi familia también. Qué
bárbaro. Busca otro chicle y revisa con el tacto la carpeta que sostiene
en los muslos.
El comienza a comprender que está sentado al lado
de una muchacha muy bella, siente su respiración, observa detalladamente
la piel de sus piernas cuando desaparecen bajo la carpeta; su olfato le
dice que es una joven con dinero, educación y buen gusto. ¿Y tú, a qué
vas a La Habana? Ella lo mira y sonríe por unos segundos, no te va a
gustar, le dice, voy a la Oficina de Intereses a recoger mi visa de
residencia en los Estados Unidos, ahhhh, ¿entonces te vas
definitivamente? Sí, responde. Bueno, cada cual a lo suyo, piensa él, y
le da vueltas a la cabeza. Carajo, tan linda y tan joven para irse a
pasar trabajo a ese país de mierda; este mundo está patas arriba, la
gente solo desea comer mierda y lucir ropa de moda.
Llega el
silencio inevitable. Es un muchacho apuesto, piensa ella. Solamente
habría que quitarle el cochino traje de militar y vestirlo como una
persona decente; la vida es una basura, este pobre tipo pasando trabajo,
luchando por estudiar algo que en el fondo es una mierda; él ni
siquiera sabe las cosas que podrá encontrar allá en la Florida.
Anda
rápida la guagua por la vía. Algún que otro roce de las manos, una
mirada furtiva cazando a los otros ojos que no pueden dormir.
Desde
niño le enseñaron que con la revolución no se juega; que ni un guiño
ocasional puede pasar por la mente. Conserva en su billetera una foto
del Pre en la que junto sus amigos del alma, posa frente al mar.
Aprovecha la situación emocional para echarle otra ojeada. Observa a sus
amigos con tristeza. Es lo único que lo ata a ellos. Todos emigraron
hace mucho tiempo, y de hecho, por su afiliación revolucionaria perdió
todo contacto. Muchas veces quiso destruir el pedazo de papel, pero unas
manos invisibles impedían el acto, obsequiándole una paz que provenía
de aquella época de joven frente al mar con sus amigos.
Intenta
dormir pensando en todas las cosas sucedidas en su escuela, las
aventuras con sus amigos, mientras siente que la mano de ella está
cerca, menuda y olorosa.
El paisaje pasa rápidamente por
sus ojos. A pesar de los somníferos no ha podido dormir. Está feliz.
Siente que algo nuevo acecha detrás de su ventana. Siempre quiso más de
la vida, pero nada es dádiva. Aprendió de sus padres y amigos, que las
cosas hay que conseguirlas con grandes sacrificios.
Se palpa la
cadenita plateada; mira la medalla pequeñita que sobresale por el
escote. Recuerda cuando en la beca, su novio, luego de una buena
discusión, le regaló la prenda en su cumpleaños días antes de la
celebración, pues era el presidente de la UJC en la facultad y nunca
quiso visitarla debido al carácter agresivo de su familia con el
gobierno.
Nada es eterno, piensa. Apenas llegue a Miami, dejaré
tirada en plena calle 8 esta cadenita que me recuerda los días de la
Universidad.
¿Sabes lo que vas a hacer? Le pregunta él de
repente, apenas la Yutong entra en el andén. Claro, responde ella más
dulcemente de lo que quisiera… ¿Y tú? arremete ¿Estás claro de lo que
vas a hacer con tu vida? Él intenta parecer un hombre serio, claro,
responde, ya mi vida está resuelta.
Bueno… suerte entonces. Por
primera vez en todo el viaje se toman las manos por un segundo. Manos
frías de Yutong, blandas y cremosas para poder lucir como una mujer
decente; manos duras de hacer tanto ejercicio en la preparación militar,
efectivas para cualquier evento.
La Habana arde. Los almendrones salpican las calles con aceite y gasolina. La gente camina desordenada. La pareja se despide.
Ya
estando a muchos metros de distancia se sorprenden cuando al virarse,
los ojos tropiezan nuevamente, como el péndulo salvaje de un reloj
universal o la cadencia de las olas en el malecón.
No pueden evitar una sonrisa cómplice.
Gusanita linda carajo murmura en verde olivo.
Comunista
bonitillo, piensa ella cuando se despiden en la inconciencia, mientras
de la costa entra directamente a los pulmones un aire caliente y salobre
que da deseos de correr.
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