lunes, 9 de diciembre de 2013

Sin Palabras



Hoy en la mañana viví una inmensa cola de cubanos de a pie, en el Banco Popular de Ahorro de la ciudad de Sancti Spíritus.

Eran las 11:30 de la mañana y sin ninguna explicación, las puertas del local no habían abierto. La cola crecía y la multitud exasperada carecía de herramientas suficientes como para alzar una protesta formal ante tal abuso. Recordé que es lunes (los lunes en mi ciudad, por un misterio indescifrable, son disfuncionales), entonces me limité a sumar otro percance a los tantos que se suceden este día.

A las 12:30 de la tarde ya la fila inmensa de ciudadanos llegaba hasta ese paseo que parece perderse entre las lomas del Escambray. El sol agobia y la desesperación por  realizar una gestión laboral o cobrar un simple cheque, mínimo y risueño, llega al clímax, cuando ocurre lo inesperado: camina hasta la puerta del banco uno de los tantos estudiantes Paquistaníes que hoy llenan nuestros parques y escuelas. Mira con sorna a la multitud desesperada, extrae de su bolso la tarjeta magnética VISA y con altanería la introduce en el cajero automático que posa para la eternidad en las puertas del Banco; seguidamente accede, bajo la mirada atónita de una veintena de viejecillas y hombres cansados, a su cuenta bancaria, embolsándose tranquilamente un enorme fajo de billetes en CUC.

Hubo un silencio de sepulcro, solamente interrumpido por la maquina imprimiendo la transacción. Al momento se marcha el estudiante, pero antes no puede evitar (y juro que trató) de mirar nuevamente a la cola y despedirse meneando la cabeza con una sonrisa de burla.