jueves, 13 de febrero de 2014

El Zurdo



Se marchó. Nos dejó a todos boquiabiertos. No se despidió de sus consortes ni de los miles de fanáticos que esperaban más. Dejó encima de su cama una veintena de postales renacentistas, una botella de miel, un cajón de bronce lleno de objetos rarísimos, una herradura de cuando la toma de La Habana por los ingleses y una deuda inmensa con sus seguidores que quieren más. Se fue el zurdo sin avisar.

Y es que un tipo así deja huellas eternas. Fue el único trovero que nunca hizo concesiones estéticas ni éticas. Con su guitarra a la izquierda, y las cuerdas también alineadas arbitrariamente, logró un manojo de canciones extrañas y certeras. Con aliento al rock sinfónico, al cubaneo tradicional y sabe Dios de cuantas fuentes transparentes y ocultas, armó su cancionero con o sin Gunila, cantando Vida, Amigo dibujo, o las Nauseas de un fin de siglo aplastante.
Santiago Feliú nos enseñó a tocar el cielo en sus noches de concierto, o al menos (vaya suerte) a tocar la piel de la muchacha más bella utilizando su canción como pretexto.

Allí doquier esté, seguramente lo esperaron los guardas de lo eterno con un ramo de rosas y una cajetilla de cigarrillos; hubo una ovación y le dijeron que era el mejor guitarrero de la isla, cosa que a él no le interesó mucho. Allí estará con su indumentaria de último hippie cubano, pues ya todos se cansaron o se fueron lejos de esta isla que anuncia con luces de neón lo controversial y efímero que es el estar vivo. Seguramente en el hotel de la eternidad, en la puerta de su habitación llena de dibujos de clavos de línea, teléfonos con vida y ángeles desnudos, habrá un cartel que dice: Mi corazón no es un Iceberg.

Lo conocí hace mucho tiempo, allá en La Habana delirante de la Casa del Té; cuando las canciones se aplastaban contra el pavimento y llovía diariamente.
Junto a una amiga común, nos vimos el día en que regresaba de las selvas de Latinoamérica, más gago que nunca y con una colección de canciones debajo de la manga.
Muchos años después, al terminar un espectacular concierto en Sancti Spíritus, ya en un ruedo de amigos, el zurdo me quitó el vaso de ron y dijo: voy a cantar algo para arreglar la noche. Abrazó su guitarra siniestra y comenzó:

El jardín tranquilo, el hogar ya está frío, ya no hay nadie en casa, tengo que empezar….

miércoles, 5 de febrero de 2014

El interrogatorio



- Buenas noches ciudadano. Su nombre por favor.
- Santiago Puentes.
- ¿Qué hace usted a altas horas de la noche vagando por la ciudad?
- Es que no puedo dormir, oficial; además, me gusta el aire de la madrugada.
- ¿Qué trae en ese bolso? ábralo inmediatamente.
- ¿Tengo que hacerlo? ¿Tiene usted el derecho de revisar a los transeúntes?
- Sí ciudadano, abra el bolso de una vez.
- Sí señor.
- Pero ¿Qué es eso, piedras?
- Sí, piedras negras.
- Espere, espere ciudadano…Qué rayos hará usted con esas piedras,             ¿Acaso va a cometer una agresión? Móntese en la patrulla.
- Mire oficial, yo no he hecho nada malo, no confunda las cosas. Esas son mis piedras, las habituales.
- ¿Cómo dice?
- Las habituales, las que todos tenemos para resguardarnos de la muerte y la soledad.
- Mire ciudadano, es tarde, hay frío y no tengo deseos de joder a esta hora. Dígame para qué puerta o qué persona son esas piedras que usted va a lanzar.
- Oficial… ¿no entiende que son mis piedras?
- Qué piedras ni un carajo. Monte en el auto patrulla.


- Aquí patrullero 556. Con el oficial de guardia, reporta el sargento Oscar.
- Aquí oficial de guardia. Informe.
- Tengo al ciudadano Santiago Puentes, con número de identidad 70101603309 vecino de la calle cuarta, en el reparto Colón. Le hemos incautado de su bolso una gran cantidad de piedras de color negro. El ciudadano dice que son su resguardo para no sentirse solo. Recomendamos conducirlo a la primera unidad como precaución de un posible delito de agresión.
- Sargento Oscar… ¿dice usted que son sus piedras negras? Entonces no puedo ver cuál es el delito. Explique con calma.
- Mire oficial, el ciudadano habla cosas raras sobre un resguardo para la soledad; le repito que es muy extraño un hombre solo cargado de piedras en la noche.
- Pero sargento Oscar, son sus piedras… ¿Es que usted no tiene la suya?
- ¿Cómo dice oficial de guardia….mi piedra?
- Claro, su piedra. Todos tenemos una piedra escondida para esos enredos de la vida.
- Oficial, no sé si usted juega conmigo. No entiendo nada.
- No se haga el comemierda sargento Oscar, usted sabe que todos en este mundo tenemos nuestra piedra. No puedo entender cuál es su situación con el ciudadano, pero sabe que llevar la piedra encima no es delito. Yo no puedo creer que no sepa nada.
- No oficial de guardia, no entiendo nada de lo que ocurre.
- No me joda. ¿Usted vive solo o está casado?
- Vivo con mi esposa y mis dos hijas.
- ¿Y no ha visto nunca las piedras de su esposa y las pequeñitas de sus hijas?
- Claro que no oficial. Me confunde.
- ¿No sabe que todos estamos preparados para subsistir? Busque, busque entre las ropas de su mujer, debajo de la cama, en el escaparate de sus hijas.
- Si, recuerdo ahora que he visto una piedra negra debajo del colchón.
- Claro Oscar, es la piedra de su esposa, la que lleva a todas partes escondida entre sus cosas de mujer. Yo tengo la mía en la funda de mi pistola, y cada vez que estoy en apuros la acaricio. Pero dígame, porque me deja con mucho asombro. ¿De verdad que usted nunca ha tenido su piedra? ¿Cómo ha podido sobrevivir en este mundo, combatiente?
- No sé, no sé oficial. Estoy muy confundido. No sé qué hacer. No entiendo nada de lo que me está pasando.
- Mire, primeramente suelte a ese hombre que camina feliz con su resguardo; luego cuando regrese de la guardia operativa, busque sus piedras en el río, entonces verá que la vida será más fácil.
- Es que me siento ridículo con eso de tener una piedra negra en mi bolsillo; tampoco creo que todos posean una.
- ¿No? Entonces, sargento Oscar, la vida fuese una mierda; no conozco a quien que no tenga a buen recaudo su pequeño guijarro; de hecho, no entiendo cómo usted ha podido vivir treinta años de su vida tan solo. Mire, le doy un consejo: busque su lugar en la tierra, hágase de su pedrusco lo más rápido que pueda, todavía está a tiempo. Suelte al ciudadano y dedíquese a buscar su seguridad.

- Está libre ciudadano Santiago, puede marcharse.
- Gracias oficial.
- Lamento lo ocurrido, aunque no entiendo nada de lo que está pasando.
- Sí señor, ya escuché por su radio que usted no tiene piedra; posiblemente es el único en este mundo que está solo.
- Yo no me siento solo. Tengo mujer e hijas.
- Claro, pero ellas tienen su resguardo, y además… ¿nunca se ha sentido como alejado de todos, aún en medio del gentío?
- Sí, es verdad.
- Claro, es que la soledad no tiene que ver con la esposa ni los hijos ni con nadie; la soledad es algo personal que se lleva a todas partes.
- Entonces para qué necesito la piedra.
- No sé oficial. Ni siquiera puedo saber si funciona, pero todos tenemos una piedra y basta. Aquí tengo muchas, tengo la de la soledad incurable, esta otra para la esperanza de una relación amorosa, la pequeña te ayuda a dormir cuando estás desvelado y la cama se te convierte en un campo de fútbol. Tengo esta muy especial, su misión es recordar que estoy solo y que necesito las otras piedras.
- Ya veo. En fin, puede marcharse. Tenga buenas noches.
- Buenas noches oficial.
- Ah… ¿No podría regalarme una piedra de las suyas? Digo, si puede.