martes, 29 de abril de 2014

Premio para escritora




Acaba de obtener el premio nacional Pinos Nuevos en la disciplina de poesía, la escritora espirituana Dalila León.

Dueña varios reconocimientos, la poetisa asume este nuevo galardón con su poemario Bon Apettit.

Desnuda, cotidiana y a la vez extra, cargada del realismo terrenal, pero desde la posición adecuada, donde el sujeto lírico participa desde las gradas en ese evento y/o juego por la copa del mundo que es la vida misma.

Dalila espera para el próximo año la publicación por Reina del Mar Editores, su poemario Sin Buenas Nuevas; súmase ahora Bon Apettit a su colección.


Tres preguntas a Dalila:

1-    ¿Háblame de tu vocación por escribir, de qué extraño lugar recoges y conviertes en letra?
La vocación está en vivir, de ahí sale todo lo que necesito.
2-    Los procesos de creación nunca son iguales. Háblame del tuyo.
Parten lo procesos de una necesidad o de la necesidad de botar lastre de vida.
3-    Ahora tendrás, en el 2015, dos libros de una vez. ¿Se dejarán acariciar los dos o ya hubo quema de etapas entre ambos?
Con el pasar de los años el libro Sin buenas nuevas, me dio pie para escribir Bon Apettit, aunque en lo formal hay diferencias, siempre existe un hilo conductor.



Dos poemas del libro  Bon Apettit

Observo la luz

que cae sobre las vísceras de puerco
imagino las mías
revueltas
a oscuras
bien adentro.
Afuera
siguen las ofertas
me concentro en el hígado.
Para cocinarlo a la italiana
-explica una señora-
debe estar bien fresco.
Entonces pienso en mis perros
que esperan su comida
y olvido a la señora
que continúa hablando
olvido las ofertas
olvido la luz
que cae sobre las vísceras
y me alejo
con dos libras de hígado
y unos deseos enormes
de vomitar.
                                                                                  
            
Puedo fingir que bailo
   


que lanzo mi cuerpo
contra otros cuerpos.
Show me the way
Puedo reconocer
que fumo
que sudo
y pienso demasiado
to the next whiskey bar.
Puedo engañar a mis amigos
aparentar que la música
se ha bebido mi noche
mi rabia.
Oh, don´t ask why
Puedo fingir
ahora
debo fingir
pues el concierto termina
y no queda nada por escuchar
salvo tu nombre.
Oh, don´t ask why…

jueves, 3 de abril de 2014

Héctor Miranda. No todos los noviembres son de lluvia



La Cueva de Satán o la Caverna del Diablo, como se quiera llamar, amanece con calma; no hay apuro del otro lado de la puerta, pues el bregar continuo no tiene puerto seguro en estos predios.

Allí, detrás de la pared carcomida, justo sobre un montón de heno, el poeta no firma convenios con el tiempo, es monstruo disoluto que hace décadas dejó de ejercer la soberanía en su persona.

Las imágenes, tan borrosas como en la caverna platoniana, no solo por espejo, también por ausencia de pasto seguro, aseguran que falta muy poco para el cierre permanente, pues el poeta está a punto de partir y no hay razón para un recibimiento glamoroso en esta mentira que llamamos La hermosa mañana.

El poeta Héctor Miranda se nos muere, los días están contados para este hacedor de manuales de brujas, de Marlenes esquivas y danzas en las colinas de la Santísima Trinidad rociada con Hidromiel y alcohol de tienda mezclado con Agua de Colonia. Se nos muere Héctor a las puertas de la ciudad y ninguna institución a favor de la cultura se interesa por salvarlo.

Cuando apareció en la palestra espirituana, ya tenía su nombre entre los más grandes; solo que su aparición en el Yayabo fue como un rayo sobre la literatura local. Con su manual de Las Brujas, cosida la boca y mirando de soslayo, nos retrató a todos desde el pastizal. 

Allí danzó convirtiendo su palabra en verbo. Logró discursar velado por sus saberes esotéricos, a la luz del guitarrero y las píldoras del sueño; bailó el vals vienés abrazado a CintioVitier en las puertas del teatro y lo observábamos complacidos de esa feria.  

Pero no todos los noviembres son de lluvia; si en su última palabra publicada reverdecen las colinas, ahora será el confín del mundo el que dicta la sentencia. Ya avizoró sus campos:


*Te regalo mis ojos,
Que ahora ven otras tardes,
Otras mañanas idas, otros oros dispersos.
Te regalo mis ojos que ahora ven tiernamente
Como el azul demora detrás de la ventana,
Mis ojos que ahora ven como se muere el viento.

Pronto veremos un concilio de poetas alrededor del féretro; entonces nos preguntaremos el por qué y nos saludaremos con pesar murmurando frases cortas. Vendrá una cuadrilla de funcionarios culturales con alguna frase conocida y afirmarán que Héctor Miranda era uno de los mejores escritores del país.

Estaremos sordos a las frases palaciegas, pero el bardo estará muerto, tieso, mudo, como nosotros.


* Ir a Biblioteca a encontrar seis poemas de Héctor Miranda