La Cueva de Satán o la
Caverna del Diablo, como se quiera llamar, amanece con calma; no hay apuro del
otro lado de la puerta, pues el bregar continuo no tiene puerto seguro en estos
predios.
Allí, detrás de la pared
carcomida, justo sobre un montón de heno, el poeta no firma convenios con el
tiempo, es monstruo disoluto que hace décadas dejó de ejercer la soberanía en
su persona.
Las imágenes, tan borrosas
como en la caverna platoniana, no solo por espejo, también por ausencia de
pasto seguro, aseguran que falta muy poco para el cierre permanente, pues el
poeta está a punto de partir y no hay razón para un recibimiento glamoroso en esta mentira que llamamos La hermosa
mañana.
El poeta Héctor Miranda se
nos muere, los días están contados para este hacedor de manuales de brujas, de
Marlenes esquivas y danzas en las colinas de la Santísima Trinidad rociada con
Hidromiel y alcohol de tienda mezclado con Agua de Colonia. Se nos muere Héctor
a las puertas de la ciudad y ninguna institución a favor de la cultura se
interesa por salvarlo.
Cuando apareció en la
palestra espirituana, ya tenía su nombre entre los más grandes; solo que su
aparición en el Yayabo fue como un rayo sobre la literatura local. Con su manual
de Las Brujas, cosida la boca y mirando de soslayo, nos retrató a todos desde
el pastizal.
Allí danzó convirtiendo su
palabra en verbo. Logró discursar velado por sus saberes esotéricos, a la luz
del guitarrero y las píldoras del sueño; bailó el vals vienés abrazado a CintioVitier
en las puertas del teatro y lo observábamos complacidos de esa feria.
Pero no todos los noviembres
son de lluvia; si en su última palabra publicada reverdecen las colinas, ahora
será el confín del mundo el que dicta la sentencia. Ya avizoró sus campos:
*Te regalo mis ojos,
Que ahora ven otras tardes,
Otras mañanas idas, otros oros dispersos.
Te regalo mis ojos que ahora ven tiernamente
Como el azul demora detrás de la ventana,
Mis ojos que ahora ven como se muere el viento.
Pronto veremos un concilio
de poetas alrededor del féretro; entonces nos preguntaremos el por qué y nos
saludaremos con pesar murmurando frases cortas. Vendrá una cuadrilla de
funcionarios culturales con alguna frase conocida y afirmarán que Héctor Miranda
era uno de los mejores escritores del país.
Estaremos sordos a las
frases palaciegas, pero el bardo estará muerto, tieso, mudo, como nosotros.
* Ir a Biblioteca a
encontrar seis poemas de Héctor Miranda
Hector era mi amigo, mi enamorado como decía él. Pero te has equivocado, a su entierro no fue ningún funcionario de la cultura ni poeta hablantin, allí solo fuimos amigos íntimos, amigos del barrio y escritores sí, amigos también.
ResponderEliminarHéctor quiso hacerme escribir una vez un libro, y yo de fresca le respondí criticando los de él. Así tuvimos largas conversaciones en la puerta de mi casa, con aquel olor etílico que me mataba, pero yo lo quería ya y así lo aceptaba. Tati, como me decía él, y llegaba alguna noche tocando mi puerta para regalarme a escondidas una flor blanca que no sé aún de donde sacaba.
Héctor era mi amigo y lo extraño mucho al abrir mi puerta y mirar al frente y ver cerrada la de él.
Querido amigo, estés donde estés siempre te recordaré.
Entonces no me equivoqué; siempre supe que los funcionarios no estarían, que nadie estaría en su último recital. Hicieron bien los funcionarios en no asistir, pues si asoman sus lomos impolutos, sería más en absurdo. Héctor era mi amigo. Ahora estará en paz.....bailando en la colina.
Eliminar