lunes, 12 de agosto de 2013

El señor González

Esta mañana su despertar ha sido seductor; al abrir los ojos la mano cariñosa de su esposa exploró más allá del punto neutro buscando prolongaciones, colmando la escena con un beso fantástico y sólido.

Fue el término de una semana intensa; su labor como Fiscal General del distrito alcanzó gran connotación en la radio y la prensa. Después de mucho bregar, logró la pena capital para el más despiadado asesino de la comarca.

Luego de un tierno desayuno donde manoseó las curvas de su esposa, todavía relajadas por el sueño, sale de la casa el señor González. Da los buenos días al vecino y se marcha a su oficina.

Tiene la mente llena de conceptos; ha hecho demasiadas declaraciones en la semana y las palabras se le quedan rodando como ráfagas.
El cansancio no le ha quitado cierto goce interior; aunque la modestia ha sido siempre su divisa, siente la admiración de todos, sabe que cuando llega a la corte todos los ojos lo siguen, dejando atrás una cadena de murmullos favorables que lo convierten en un hombre de éxito.

El día en su oficina transcurre en paz. Su alegato pacifista y severo contra el crimen ha tenido gran resonancia. Hoy su labor será la revisión del documento para ser publicado. El único toque amargo es la nueva ola de crímenes como respuesta del hampa a la segura ejecución del reo.

Gracias por su llamada señor González, no se preocupe, todo tendrá solución, ya las fuerzas del orden están tomando posiciones en la zona del puerto. Nuestro órgano policial se dedicará exclusivamente a este problema, después, cuando venga la calma, solo quedarán asuntos del tránsito. Gracias una vez más por llamar señor González, lo invitamos esta noche a usted y a su esposa, a la cena de clausura del congreso de inversiones foráneas. El alcalde estará junto a nosotros, y pensamos que una pequeña intervención suya sería genial. Gracias señor delegado, me disculpo pero hoy no podré asistir, es que estoy algo extenuado por la avalancha de sucesos en la semana, necesito reflexionar un poco y ocuparme de mi familia. No importa señor mío, le contesta el delegado de la policía, de todas formas pensaremos en usted, tómese su tiempo. Eso espero, además quiero reescribir el acta de sentencia de mi último juicio para que se guarde en la memoria histórica del tribunal. Eso está bien señor, si puede envíeme una copia por Fax, es conveniente que la policía local archive su intervención. Así será, querido amigo, responde y cuelga.

Han pasado las horas. Por la ventana de su oficina observa el ir y venir de la gente. Su hijo lo ha llamado. Después de aquella discusión hace más de tres años, no se han vuelto a encontrar; hoy recibe su voz con alegría. Parece que todo va cambiando, piensa ya de noche, cuando el auto va entrando a su casa.

¿Cómo ha sido tu día mi tesoro? Le susurra su esposa más bella que nunca. Todo bien mi amor, todo demasiado bien. Ella lo toma de la mano y lo lleva a la alcoba, subiendo las escaleras que a él le parecen excesivamente largas debido al cansancio. Estás estresado vida mía, le vuelve a susurrar; acuéstate, yo me tiraré a tu lado en un instante. Él quiso decirle que su hijo lo había llamado, pero ella no lo dejó terminar la idea. Allí en la cama blanda y tibia sintió la mayor relajación de su vida. Pensó en la felicidad. Hizo un rápido plan para salir de vacaciones a sitios impensables y paradisíacos.

Mientras su esposa lo acaricia, recuerda al asesino que pronto caminará a la silla eléctrica. Siente pena por el tipo, pero sabe que hizo su trabajo. Intenta dormirse; su esposa ha bajado al primer piso y sus músculos están flácidos y dispuestos a volar.
Cierra los ojos y se duerme, pero en ese instante, contrario a lo que pensaba, abre los ojos hinchados. Nunca es bueno dormir en una cama de piedra aunque sea el último día de la vida. Se palpa su barba hirsuta, escupe en el urinario que le han puesto en la esquina de la celda, y reconoce la voz del celador: Oye González, hijo de puta, levántate ya cabrón, no duermas tanto, recuerda que en par de días te vienen a buscar para achicharrarte en la silla que prepararon para ti.

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