lunes, 5 de febrero de 2024

Hoy podemos ensañarnos libremente con Alejandro Gil, y tenemos toda la razón, él fue uno de los grandes culpables del desastre económico cubano.

Posiblemente no dirán nunca, de manera oficial, las causas reales de su explote como ministro, pero si hubiésemos podido decir con fuerza la disfuncional actuación de este rinoceronte sagrado, desde que comenzó a sentirse la caída libre de la economía cubana, no teníamos que estar ahora festejando un performance que parece una función de títeres. Es que, como siempre sucede, el individuo era intocable, hasta que hoy, que por decisión de “arriba”, fue eliminado de la pizarra con un borrador de palo.

Si la protesta pública, refrendada tímidamente en la Constitución, fuese un evento legal, trasparente y sin peligros para el pueblo, entonces el señor Gil estuviera en su casa viendo Netflix y jugando dominó desde hace mucho tiempo; pero los rinocerontes sagrados están envueltos en una capa de titanio, y solo los elegidos pueden traquearlo. Ese es un mal que llevamos dentro desde hace décadas. 

Hoy podemos decir, gritar, vociferar que fue un chapucero y que nos jodió, pero el tipo fue (y es) parte de un sistema que lo dejó hacer y deshacer en total impunidad, mientras nosotros, el pueblo de a pie, teníamos que tragar en seco o ser marcados en la espalda por irrespetuosos y mercenarios.

Miles de veces leí opiniones de gente sabia alertando el descalabro económico, pero en Cuba los ministros son ascendidos al rango de santos, y en realidad, santo es el pueblo.

Alejandro Gil. Foto tomada de Internet.



SHOW MUST GO ON

 Te duele, país,

te duele tanto el fierro en tus entrañas,

el cansancio

en tus músculos terrosos.

 Y te traen, y te llevan al mar,

no al mar de agua salobre

sino al mar de clavos oxidados.


 Alguien grita y te nombra.

Alguien da un pisotón sobre la roca.

¡Voltaren, quién tiene Voltaren!

Necesitamos masajear tus campos,

tus colinas llenas de mosquitos y serpientes.

Apuren el paso,

traigan la crema sanadora,

que la isla dio un traspié en el escenario

y está cansada,

doblegada ante un millón

de espectadores asombrados.


 ¡Voltaren para las calles, para el lago putrefacto!

Y la música se detiene.

Los que miran, callan

rezan, se abrazan, se toman de las manos.


 ¡Qué infeliz, qué tristeza verla así sobre la alfombra roja!

La isla intenta una vez, dos, tres veces

levantarse y salir airosa

colmada de aplausos, 

pero está cansada, con sed, con hambre

y miedo.

Voltaren... necesitamos recuperar sus plazas

y edificios destrozados,

para aliviar al niño que va solo al aula 

(dígase la soledad infierno)

a la madre, al tunante

al policía que no sabe qué es el Voltaren.

(crema para eliminar la tristeza de la carne)


 Los tutoriales caen sobre el tabloncillo,

enviados por los jueces

que devoran animales antiguos en el palco,

pero la isla no los ve

ni quiere leer la letra vana.


 El portón lleva a una luz afuera, muy lejos,

y las miles de almas congregadas

apuntan al azul.


 Pobre ínsula.

Ha perdido la dureza de sus piernas.

Silencio.

Hay una bombilla parpadeando

y un fontanero con sus rayadas manos

aparece descalzo en el teatro.


La isla sabe amar la mansedumbre.

Los que han pagado el show

debe saber que no siempre

los finales son piadosos.


 —¿Cómo he llegado hasta aquí?

murmura tirada sobre el manto.

Todos saben

pero no quieren que la luz se enfoque sobre sus cuerpos,

porque las siluetas en la pared del fondo

aterrorizan.


Y la función se alarga ante el público mudo...

El fontanero sube al proscenio

—He vendido mis herrajes, los gladiolos y las rosas.

Voy a comprar Voltaren, agua pura,

un buen manto lleno de flores y crustáceos.

Te daré un buen masaje,

y después

nos tomaremos una taza de café.

miércoles, 24 de enero de 2024

Cantus firmus

Tienes que irte lejos

antes que la fronda seque

y el tronco raje como palabra 

hiriente.

Tienes que largarte 

porque es blando el suelo, 

y cuando la noria matutina 

comience a mendigar

el agua sucia,

tu cuerpo se hundirá

por siempre en la miseria.

Han colgado un becerro de oro

en cada puerta.

Han blasfemado el tiempo,

todo el tiempo.

Y la ciudad sin mar,

la isla con la inútil forma de un arado,

ha perdido sus mejores años.

Si una vez el paisaje reflejaba 

amor, 

ahora solo muestra cuán

torpes fuimos dando loas 

a dioses falsos,

recibiendo lecciones de odio 

que nublaron nuestra

visión del todo.

Debes alejarte de ese espacio 

atemporal

donde los oficios de la muerte

posan en sobre un extraño y deforme

lupanar

atiborrado de doctrinas,

enmiendas,

cárceles y espinos.

Si te marchas

llevarás todo contigo.

Te acompañarán tu tibia manta,

tus cartas, las copas manchadas 

por el vino.

Cargarás los salmos de la noche

y el sonido de tu primer hogar.

En tu bolso de viaje llevarás 

los olores de tu mocedad 

y las mil llaves de tu alcoba.

Los recuerdos del hambre 

irán contigo.

Las manos que acariciaste 

mientras el mundo rugía, 

te darán ese calor virtual

que apreciarás mil veces

en la incorporeidad

de tu nuevo laberinto.

Tienes que irte 

antes de que los trastos de tu hogar 

te expulsen

acusándote de torpe.

Y cuando tengas que romper 

las nuevas escudillas contra el piso

sabrás que allá, en tu primer redil,

todo se rompe,

se rompe eternamente,

pues 

cielo y tierra,

el bien y el mal,

son categorías deformes

que han acumulado escombros

en el camino que se retuerce 

entre la bruma de un país

que muere

y tus pies cansados

prestos a seguir andando.

lunes, 15 de enero de 2024

Lluvia de noviembre

Cuento

═──◇──═

Todos los días son iguales, al menos eso dicen. Campanas sonando, gente cabizbaja, perros desposeídos, cosas malas y pocas buenas que se manifiestan en cada inhalación del oxígeno, a veces con olor a gas, otras a manteca rancia. Derrumbes, muebles rotos y mente rota; almanaques mal colgados, y al parecer, muy dentro, esos herrumbrosos deseos de vivir, pero en fin, deseos de flotar aunque el agua esté contaminada.

Yo siempre sigo el mismo protocolo: comienzo el día, todavía acostado, con alguna canción folk llena de una nostalgia que no conozco, café, una caja de cigarros, y después, cuando ya estoy plenamente despierto, enciendo la laptop, pongo a correr un video de Rush o Jethro Tull y todo está listo. Así sucede cada día apenas me levanto, y creo que funciona. 

Pero hoy ha sido distinto; la calle hierve desde anoche y la ciudad ha despertado alborotada. Hace par de días que seguimos las noticias. Creo que la copa se colmó; algo está sucediendo, y me he dicho: Por fin.

De manera que, a pesar del tedio y la falta de un aliciente para decir que La Habana vale la pena, hoy doy gracias porque algo ha comenzado a moverse, y ya es hora de poner los puntos sobre las íes. Nos hemos citado aquí en mi casa-refugio-cueva para salir a hacerle frente a este nuevo reto. 

Ella fue la primera en llegar. Cuando entra así de sopetón, con su andar rápido y ese olor a algo distinto que solo Dios sabe de dónde carajos procede, todo cambia en la casa; incluso los colores de las paredes y hasta la atmósfera se reordenan al divisar a esa cosa peluda y nerviosa que entra dando razones para amarla. Mis socios de borrachera y discusiones sobre arte y sociedad, que también la adoran, tienen la misma teoría: Patricia es un ser de otro mundo. Hoy trae una caja de chucherías porque intuye que el día será largo. 

Muchas veces intuí que este sería un otoño fatal debido al encierro y al calor bestial que nos abraza a pesar de ser noviembre, pero cuando pienso en nuestras vicisitudes, mi única salida es gritarle a todos que Patricia es el único ser en este mundo que me aplaca la “fundidera” natural que llevo dentro. Estar fundío no es algo gracioso, pero soy tan tímido que no encuentro la forma precisa para extraer de mi estómago todas esas palabras malditas que explicarían que yo no puedo pensar ni dormir alejado de Patricia. Todos lo saben, pero nunca han logrado sacarme una perra confesión.

Aquella vez, sentados en el malecón, casi frente a donde muere 23, desarrolló con tanta claridad la teoría de que ser predecibles es peor que ser mudos, que palpó candorosamente ese cajón lleno de trastos que tengo por dentro, y lejos de tomarla de la mano, besarle el dedo meñique o decirle que la amaba a pesar de estar ambos en esta mierda de país, me quedé gitano y castrado de ideas. Esa noche tuve que decirle que la única medicina que me libra de la represión, el hambre y la miseria de este país, es estar conversando con ella por media hora; pero no lo dije, y eso me desmorona. 

Manolo me despertó temprano con un timbrazo. Cuando sonó mi destartalado  Iphone, supe que algo había arrancado como un motor de trasatlántico; me contó los pormenores y me pidió citar a la tropa para que salgamos lo más pronto posible. 

Su vida es muy jodida desde que lo “tronaron” por explicar en sus clases de Historia del Arte que la creación artística siempre será un pasaje más allá de cualquier ideología dominante. Lo reventaron, y hoy da clases particulares cuando puede conseguir algunos alumnos pidiéndole repasos. Manolo se parece un perro Husky, incluso el calor lo daña tanto que lo jodemos gritándole que ladre. Alguna vez intentó dejarlo todo y meterse a taxista, pero su vena con el arte fue demasiado fuerte, y aquí sigue, tratando de sobrevivir en un mundo donde su talento no vale ni diez centavos. 

Yo no soporto ver jodida a la gente que quiero; todos estamos cargando en nuestros lomos algún problema por ser como somos. Y es que ya en esta ciudad no se puede pensar con seriedad ni podemos decir cívicamente todo lo que tenemos dentro. Nunca se ha podido, eso está claro, pero en los últimos años hemos sentido que la cadena atada a nuestros pies, y el candado en la boca, han adquirido una mayor presión sobre nuestros cuerpos ya flácidos. Por eso estamos prestos, y si la calle arde, aportaremos nuestra carne como material inflamable.

Rolando llegó de segundo, y sin saludar entró directamente a la cocina para preparar el café. Patricia y yo lo seguimos con la vista, y él, al ver nuestra sonrisa de satisfacción, solo atinó a decirnos: De pinga… como está la calle. 

Sus dedos son tan largos que aseguramos que puede acariciar a cualquier muchacha a veinte metros de distancia; su sombra en la pared de la cocina nos da mucha risa, porque se nos parece a aquel muñequito que salía en la televisión llamado Toqui. 

Vivió en Guadalajara un año, pero regresó para acabar su carrera en la universidad, lugar donde también, como casi toda la gente intranquila e inteligente, ha tenido mil rollos. 

Cuando me hagan el juicio final le pediré a Dios que le de asilo en el cielo a mis amigos. Patricia, por supuesto, estará muy cerca de mí, comiendo mi desayuno y yo regalándole helado de nubes y cosas deliciosas que solo habrá en el cielo; pero Rolando y Manolo también estarán allí, y bajaremos los domingos a la tierra para pasear por las destruidas calles de mi Habana, viendo sus paredes cuarteadas a la luz del sol, y tratando, desde nuestra condición de ángeles, de librar del sufrimiento a todos los caminantes sin destino que miran cabizbajos las señales en el fango. La Habana debería ir al cielo también, y Cuba entera, pero primero tendría que hacerse una limpieza de los miles de hijos de puta que han destruido la tierra, las ciudades y el alma de sus habitantes. Así estamos, prestos a marchar y a comenzar la auténtica feria de La Habana.

Las noticias vuelan como flechas; hay muchos congregados frente a las rejas del Ministerio de Cultura. Tenemos que salir. 

Patricia nos brinda pasteles y Rolando nos sirve un buen café. Hoy, cuando comencemos a gritar en pos de la libertad de expresión, diré a toda voz que amo a Patricia. Creo que la conexión universal me dará fuerza para hacérselo saber. Creo que lo sabe, pues me mira con un brillo en los ojos que nunca he visto. Ella también ha tenido  muchos rollos en su vida, y casi todos han sido porque nunca se dejó mangonear por  nadie, y mucho menos por un tipo de la UJC que quería templársela, pero sabiendo que ella tenía un expediente abierto por ser “lengüilarga” y no tener miedo de decir lo que piensa, lejos de tratarla con respeto y cierta dosis de amor, le hizo la guerra “ideológica” de tal modo, que tuvo que pedir la baja de su trabajo como filóloga.

–Mierda para todos  – Fue lo que dijo en pleno uso del castellano.

Yo sé que dentro de Patricia hay una avenida bien pavimentada que comienza en sus ojos, y después de pagar el peaje, podré pasear por su cuello, su garganta tan bien resguardada, y visitar el hotel cinco estrellas que está ubicado en su corazón. Allí habrá piscina, cabaret con música de Los Beatles, y la vista será magnífica, pues será el paisaje que ella sueña desde su mente vaporosa. En ese lugar estaré toda mi vida, viendo las montañitas a lo lejos, los campos sembrados  y un lago inmenso lleno de gente feliz, como ella sueña. Beberemos vino tinto y café machiatto, y olvidaremos el odio exterior y las miserias humanas de un país que se hunde. Después bajaré a su ombligo, luego a su vagina, para allí bañarme con sus líquidos y tirarme húmedo por sus muslos durísimos como una piedra en medio del desierto.

Si todos los culpables de que tengamos que salir a protestar hablaran con Patricia dos minutos, la vida de los cubanos sería mejor, y no habría problemas, ni acusaciones, ni artistas censurados, ni presos, porque Patricia tiene el don de decir las cosas con sabor a miel. Si supieran que cada intelectual que sale hoy a la calle podría estar toda la vida soñando con ella, habría paz en Cuba; pero las cosas no son así, y yo, que soy medio comemierda, a veces creo que la gente es más imbécil que feroz, pero aun así, sigo siendo un comemierda, pues sé que hay gente mala y corrupta que nos han hecho la vida un desastre.

– ¿En qué piensas?  –Me dice ella con una taza de café en su mano derecha y un cigarrillo en la izquierda. 

Con esos jeans apretados su cuerpo es algo especial. Carajo, pienso, si no fuera por ella, yo no amaría ni la libertad ni el deseo de un país decente.

–Pensando, pensando en mil cosas.

–Ya Manolo está al llegar, y seguro viene con más gente. Voy a hacer más café para todos. ¿Quieres otro poquito?

Y sin esperar mi respuesta, sale despavorida a la cocina mirando la hora.

Tocan a la puerta y es Manolo, acompañado de Yaima la pianista y tres jóvenes estudiantes de arte. 

El team está completo. Todos sentados en mi destruido sofá con olor a colchón de judo, compartimos rápidamente las experiencias de lo que queremos y lo que está sucediendo. Yo, que soy el único no titulado en arte, aunque me he pasado la vida leyendo ciencia ficción y poesía francesa, y que además, he tenido muchísimos rollos por ser amigo de esta tropa, solo pienso decirle a los manifestantes, cuando todo se ponga caliente, que amo a Patricia, y que la libertad del intelecto descansa en sus ojos. Sé que ellos entenderán, y además, ser activista por los derechos culturales y estar loco por una muchacha como ella son ideas gemelas; pero quizás, como aquella vez en el malecón, me quede callado mirando a todos dar opiniones sobre la censura, la represión y cárcel, y yo no quiero romper el ciclo de emancipación grupal con un criterio fundamentado en el cuerpo de Patricia, aunque a mi modo de ver, sea la misma idea. Posiblemente comience a gritar Libertad, mirándola fijamente a sus ojos; ella me va a seguir, y entonces le agarraré las manos y a un grito unánime sobre la paz de Cuba, le diré que la amo.

Ya estamos al salir, y ahora recuerdo que mis zapatos están húmedos y los otros tienen tremendo hueco en la suela derecha. Iba a ir a casa de Fermín, el  zapatero del barrio, pero con todos estos acontecimientos lo olvidé. Tendré que ir a la manifestación en mis chancletas de baño, pero en fin, es igual o mejor, porque hoy se van a definir dos cosas: la libertad de los cubanos y mi unión con Patricia. Tengo que tener cojones para las dos actividades de la noche, pero con estos amigos que me animarán, los ojos y la melena de mi chica, y todos esos derechos que debemos recuperar como gente decente, lo lograré.

– ¿Nos vamos? Ya es tarde  –Dice Rolando con sus manos largas como palmas reales.

Todos chequeamos nuestros bolsos, las vituallas, algunos libros de poemas para declamar en alta voz si no quieren escuchar nuestras demandas.

Y allí va ella, como ángel de la manada. Mira al grupo plenamente feliz que se acerca a la puerta. 

Me clava la vista, y yo, con la llave del apartamento en la mano, le tiro un beso.

– ¿Estás listo?  – Me susurra.

–Sí, claro  –le contesto chancleteando y con un levísimo nudo en la garganta.

Una nube negra asoma por la ventana. Hay bulla y silencio a la misma vez en todo el barrio. Parece que el mundo va a comenzar hoy, y que la rueca empieza de cero a convertir en hilos de seda toda la lana acumulada. Hoy será el día.

–Pues vamos  –Me dice sonriendo. 

═──◇──═

Lea este cuento en Árbol Invertido:

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El mundo enloqueció después de la pandemia. El mundo siempre ha estado medio loco, y Cuba, con la hipersensibilidad que posee para entrar en problemas, colapsó. 

Bueno, Cuba sigue ahí, rodeada de mar... sí, de mar ¿no me creen? Es una isla con  olitas que acarician morbosamente la arena y el diente de perro, y que de vez en cuando, bañan los zapatos perdidos de algún emigrante ilegal que se lanzó buscando futuro. 

El mar encrespado es terrible, pero la tierra hirviendo es peor. 

Resulta que la isla hierve, y aquellos días llenos de esperanza de un futuro mejor, se fueron por el tragante porque vivíamos al día, sin un peso para suplir las necesidades del pueblo, y los cuatro dolaritos que el estado enterró en el patio, en un rapto de locura y ansiedad los gastó construyendo hoteles desfachatadamente caros, que son visitados diariamente por turistas intangibles y fantasmagóricos. Nadie los ve, y la economía, que desde hace décadas tiene la alarma en rojo punzó, depende de esos espectros y de las artimañas de un grupo empoderado que le interesa más la propaganda política que resolver problemas.

Cuentan que el Período Especial de los 90’s fue un juego de niños, una mala racha y un spoiler sobre el parque jurásico en que se ha convertido Cuba. La gente perdió la fe, la esperanza y la caridad, y todo porque los escalones de una sociedad justa, están invertidos.

No hay nada —o no debe haber nada— más sagrado que el pueblo. Un gobierno que no asuma tal cosa es un gobierno fallido. Pero en Cuba el objeto sagrado es el PCC. Cuando eso sucede, algunos dejan de llamarse “pueblo” y se convierten en entes superiores, y la pizza de queso se reparte mal.

Hace par de meses viví una huelga en Berlín. El pueblo salió a la calle gritando desaforadamente, y la policía ayudó al torrente humano, tratando por todos los medios de que los manifestantes no sufrieran daños por el tráfico, por falta de agua, etc. 

Ahora, algún sesudo me podría decir que, claro, es el pueblo exigiendo derechos dentro de un Capitalismo cruel. Yo le podría responder que este Capitalismo cruel, imperfecto como todo en esta tierra, ha pasado por crisis inmensas desde la post guerra, y ha llegado a un punto, después de la implantación de medidas reales, donde el respeto a los derechos del pueblo son sagrados.

¿Cuál es el problema de que en Cuba es imposible decirles cuatro verdades en la cara a los dirigentes? 

¿Por qué es punible que miles, cientos, una decena o un alma sola, le diga a los que mandan que son unos inútiles?

Muy fácil: son el objeto de adoración, en un panteón lleno de dioses surgidos en una gesta “heroica” que ha dejado al país más seco que una mesa de billar. 

Son sagrados porque la primera acción de un sistema totalitario es sacralizar a sus representantes, a los funcionarios de primera y segunda categoría, a los dirigentes pueblerinos y del barrio. Todo esto acompañado por un ejército que no sabe nada de la vida política del país, y unas legiones de esbirros y chivatos que saltan de flor en flor buscando miel.

Los presos de conciencia en Cuba también ejercieron sus derechos, y los resortes que se activaron en contra de las manifestaciones en las calles, son pruebas de las carencias conceptuales y espirituales de un gobierno que, como decía mi abuelo, ha metido la pata hasta el gollete, pero su única estrategia es callar al pueblo, porque sabe que si los deja gritar, se rompen los objetos sagrados que están en la mesita, y aparecerán otras vías para encauzar la energía y mitigar el hambre y la miseria.

El mundo está loco, en verdad, pero más locos están los gobernantes cubanos, aliándose a cuanto eje del mal aparece en el paisaje, buscando préstamos, unos dolaritos para poder aguantar un poco, tan solo un poco más, hasta que el prestamista quiebre y aparezca otro dispuesto a seguir enviando donaciones. 

Después, cuando el cofre está por la mitad, comienzan a construir más hoteles, a fomentar guerrillas por el mundo, y comprar cohetes. (Esto de los cohetes no lo tengo muy claro, pero he leído algo sobre el tema, y tampoco me asombra)

Después de tantos años de promesas incumplidas, de planes,  de reajustes, de parches, de reordenamientos apocalípticos, y viendo el patrón de comportamiento de un gobierno que prefiere cualquier cosa menos considerarse servidor y esclavo del pueblo, Cuba, por el camino que va, no tiene redención. 

¿Qué podemos esperar de un gobierno que no puede escuchar la palabra Libertad porque le causa temblores y espasmos? 

¿Cómo llamar a un gobierno que le teme al Internet, chequeando a cada usuario para saber cómo piensa, y que se altera cuando hay protestas, pero aplaude las que suceden en otros países?

¿Qué podemos decir de un país donde se eliminó el  desayuno, donde no hay pan, donde el pueblo camina hambriento, buscando desesperadamente algo de comer, pero se hacen banquetes oficiales y a la vista de todos? ¿Qué podemos esperar de un país donde el sueño de la población es largarse lejos porque siente que Cuba es una pesadilla?

En el palacio saben que esas son las preguntas de casi todos, pero callan, y prefieren, además, invertir en armas, toletes, y autos para la policía con el fin de reprimir manifestaciones. 

Quieren seguir moviendo la noria, a pesar de que la decepción es masiva, porque todavía se consideran sagrados. Pero lo sagrado también muta, como han mutado la religiones ancestrales, como han mutado los dioses antiguos, adaptándose, creando campos magnéticos con otras doctrinas, acelerando sus pulsaciones, porque los dioses también pueden morir de olvido y de soledad cuando los devotos sienten que adoran a un Dios mudo e ineficiente. 

Lo único sagrado que queda en Cuba, es su pueblo hecho leña, que todavía es capaz de reír y hacer bromas a pesar del hambre, la miseria y la imposibilidad de gritar bien alto.


Foto: Momento en que bajan la estatua de Isabel II. Parque Central de La Habana. 1899



A ver, el país es un caos, provocado por vuestro paquetazo.  ¿Por qué no renuncian limpiamente y así alcanzan, en el último metro de la carrera, un tin de honestidad?

Renuncian y nos quitamos un problema enorme de nuestras vidas. ¿Que vendrán otros problemas? Cierto, pero serán problemas de reconstrucción, muy duros, pero de reconstrucción. Ustedes destruyen, arrasan, deforman, mienten y desordenan. 

Cuba está quebrada, de rodillas pidiendo un milagro, una señal que nos brinde la esperanza de un futuro mejor, pero también de un presente, pues la vida es corta y son muchos los años de martirio. Váyanse ya, y dejen que personas lúcidas armen un país decente.

Váyanse en el último tren, pues es saludable para nosotros y para ustedes que la película tenga un final feliz.


¿Algún barrigón desde el podio ha dicho que el 2024 va a ser un mejor año, o ya les da terror a esa frase?

Más medidas en contra del pueblo, más obcecación tratando de mantener a flote un sistema político-económico disfuncional, y el número de feminicidios se incrementa con el asesinato de una jovencita trinitaria. Cada día es un nuevo problema.

Espero que ningún sátrapa se anime a vociferar que el nuevo año será de triunfo revolucionario y conquistas bla bla bla, porque hacer el ridículo una vez, pasa,  pero constantemente, por décadas, es una enfermedad que merece tratamiento especializado.

Paren ya... Hay un modelo de documento muy antiguo que se ha utilizado muchas veces en la historia, que podríamos llamarlo “Dimisión”. La idea no es mala.



En el año 1965 mi padre fue arrancado de la familia y enviado a la cárcel. Era la llamada “Primavera negra Bautista”, cuando 65 pastores fueron a prisión con sanciones mínimas de  12 años, acusados injustamente, entre otras mentiras, de colaborar con el gobierno de Estados Unidos.

De la primavera negra Bautista se ha hablado poco; el paso de los años, incluida la muerte de casi todos los sancionados, ha dejado un velo cubriendo la historia.
Casi todos los pastores estuvieron al menos 4 años presos. Recuerdo las visitas dominicales, cuando mi madre, que asumió el pastorado de la Iglesia, nos llevaba a la prisión de Ariza, y parados en un fanguero, para diversión de los oficiales, esperábamos a que el viejo apareciera en la puerta para disfrutar la corta visita.

Flaco, pálido y nervioso, como todos los prisioneros, muchas veces contó que los ponían en el paredón de fusilamiento y creaban la atmósfera para que pensaran que iban a morir, y después del disparo de los fusiles, con balas salvas, los llevaban a las galeras entre las carcajadas de los oficiales y soldados.
Cuando fueron puestos en libertad, por presiones internacionales del Consejo Mundial de Iglesias, entre otras instituciones, mi familia continuó sufriendo la segregación, y a mí me quitaron becas y posibilidades de practicar deportes por ser hijo de pastor Bautista.

Tengo el trauma incorporado eternamente, de manera que, cuando algún funcionario cultural o político me miraba de reojo, lo primero que pasaba por mi mente es que soy hijo de religiosos.
Pero hoy veo esto que publicó el Granma hace unos días, y aunque ya casi nada me asombra, pienso que la desfachatez debe tener un límite.

¿Por qué mienten tan descaradamente como si no existiera una memora colectiva que sabe y vivió la verdad?
Todo el pueblo cubano recuerda la persecución que sufrieron los que no se doblegaron y continuaron asistiendo a las iglesias y centros espirituales de cualquier denominación, incluidas las religiones afrocubanas. 

Cuando recuerdo los domingos en la noche, en la iglesia Bautista, pienso en los huevazos habituales que entraban como misiles, lanzados por personas que disfrutaban total impunidad. 
Este artículo publicado en el órgano oficial del PCC, solamente logra que otro cubo de escombros caiga sobre ellos, pues la mentira nunca podrá ocupar el lugar de una verdad tangible.




miércoles, 8 de julio de 2020

Vamos a morirnos.


Vamos a morirnos
Cuento
Somos unos cincuentones tan aburridos y desfasados que decidimos morirnos. Ya no nos importa la noche, ni el whisky, ni las mujeres ni los discos de Led Zeppelin. Esa es una buena señal para morirse.
Lo descubrimos una tarde, sentados los cuatro en el balcón. Había cerveza y cigarrillos. En el bafle sonaba Beth Hart con Joe Bonamassa disparando Strange Fruit.
Luego de un silencio de minutos, mirando sin mirar, fue que afloró la interrogante solidaria: ¿Por qué no nos matamos y salimos de esta mierda?
Demoró varios segundos en hacer efecto, pero la onda expansiva fue creciendo. Nos miramos asombrados, conscientes, seguros de que esa era la mejor idea que se nos había ocurrido.
Hemos estado por años tratando de degustar sensaciones extremas, pero los extremos cansan y descansan sobre un cimiento flojo.
Una sonrisa de complicidad afloró.
Como la hélice de un ventilador girando en sentido contrario, o un globo aerostático que regresa solo a su lugar, asentimos con esa carga productiva que se erige en momentos cumbres.
- Caramba, qué idea. Pensamos en silencio. Una nube de proyectos se posó sobre nosotros mientras la tarde casi se marchaba, y a lo lejos el sonido del puerto nos aseguraba un buen final para esta historia.
Con nuestras melenas blancas, con coleta y todo, y preparándonos para lo que debía suceder, seguimos procesando datos:
- Sí, ¿Pero cómo?
Así comenzó el viacrucis.
Para morirse (nos planteamos) lo primero que debemos tener seguro es de que estamos totalmente vivos (Elemental) y con ganas de morirnos de verdad. Morirse en serio trae problemas, pues no es nada como para jugar o hacer bromas absolutas, de esas que la gente no digiere mucho; bromas al fin y al cabo.
Estamos vivos, o casi vivos, por decirlo de algún modo. Eso es bastante.
El método de marcharnos, a la misma vez y en pleno dominio de nuestra conciencia, hay que estudiarlo bien.
Alguien expone la tesis de que todo suicida pierde la razón. No es nuestro caso. Hay que hacerlo con claridad.
La última vez que salí con una muchacha; cuenta, nos sentamos a beber una buena botella de vino sentados en la escalinata de la iglesia. Eran las tres de la madrugada y nada sucedió. Ella quería irse a bailar; yo deseaba besarla con fuerza. Creo que lo supo, pero no sucedió nada, a pesar de que en algún momento, ella esperó algo de mí.
- Pero eso no es un buen motivo para matarnos-. Le acotamos.
- Claro que no, pero creo que morir bebiendo es un buen método.
Hablamos de comprar cuatro cajas de ron; una para cada uno, y comenzar a beber hasta reventar de un infarto o Hipoglicemia. Pero la idea fracasa: Morir de alcohol no debe ser muy agradable, y además, si llegamos a la pérdida de la conciencia, allí, en esa esquina, podríamos trocar el deseo de morir por el deseo de seguir bebiendo.
No hay sensación más grata que acostarse en la azotea una noche de fiestas populares, y si es sábado mejor. Escuchar a lo lejos la algarabía de los fiesteros, la música barata inundándolo todo, la risa acompasada de las muchachas. Esa sensación de lejanía es el único sustento.
– ¿Y si morimos de hambre acostados en la azotea una noche de sábado?- Les propongo.
Todos callan; no resulta, no produce el efecto deseado.
Otro del cuarteto, que aún conserva sus pantalones acampanados y las patillas a lo Lennon, sostiene que morir de hambre es imposible, pues demora días y quizás semanas, lo que traerá una revaloración del caso, e iremos al hospital con las defensas por el suelo y con unos deseos inmensos de vivir. Es lógico, hambre avisada no mata soldados.
La habitación llena de discos de acetato, botellas vacías y un bafle tembloroso. En la pared central cuelgan, como casadas, la carátula del Surrealistic Pillow y otra de Vivaldi.
Cuando pinté el techo de azul le añadí varias nubes como en los discos psicodélicos. Ahora, después de tanto tiempo, me parece ridículo que haya estado acostado en un andamio por una semana, decorando con fatales nubes el salón principal. Mi esposa se largó en esa época; yo me consolaba llamando a estos consortes, y ya en la noche habíamos consumido el tiempo hablando tonterías sobre el fin del mundo, la falta de buen gusto entre los jóvenes y bebiendo como perros.
Matarse no es fácil. Podríamos envenenarnos con champú, con aceite vegetal en grandes cantidades, tomar petróleo o lanzarnos del séptimo piso de mi edificio. Nada convence tanto como el vacío. En esos segundos de caída, sería bueno filmar, copiar y repartir entre la gente el batacazo contra el suelo de cuatro cincuentones aburridos; pero si estamos aburridos, lo seremos igual en esa otra vida que nos anuncian en las pancartas espirituales. Todo es sobrevivir hasta el final del pasillo.
Podríamos degollarnos-, proseguimos. – Lo hacemos bien entrada la noche en el Parque Central. Provocarnos un infarto, tirarnos delante de una guagua local, tomar una dosis alta de píldoras para la presión. Podemos darle candela a esta casa, y de paso provocar un incendio a gran escala. Lanzarnos contra un pelotón de las FAR, machete en mano, y morir baleados. Morir de calor, de frío, de invasión de Reggaetón.
Sería fabuloso colarnos en el Zoológico y lanzarnos al foso de los leones como en la antigua Roma. Matar a un policía y comérnoslo a la luz del día para ser juzgados por asesinato y terminar fusilados. Morir de aburrimiento, aunque es muy difícil, pues llevamos años de espera. Morir de un susto. Morir de felicidad pagando cuatro putas y tomarnos una caja de viagra. Podemos asaltar el Banco Nacional, y lanzar a la calle millones de dólares antes de recibir en el pecho la descarga de fusilería. Podemos pagar a un delincuente que nos mate a machetazos, asesinar a grandes personajes para alcanzar la pena capital; matar por ejemplo a Silvio, a Pablo, a la orquesta Los Van Van, al equipo Industriales o a Padura. Tirarnos en un río crecido o ahorcarnos como lo hacían a los negros sureños, como Strange Fruit.
Se acaba la canción de Beth Hart y todavía no sabemos cuál método utilizar para marcharnos.
Otro habló por primera vez:
- Vamos a comprar comida y bebida, y esperar acostados, con las cabezas en los rieles, a que pase el tren.
Silencio de sepulcro (buena analogía). Nos volvemos a mirar asombrados de tanta cohesión y simplicidad de sus palabras. Claro; la línea está ahí, apenas a una cuadra de nosotros. Es casi de noche, es viernes y posiblemente llueva en la madrugada. Mejor no podría ser.
Lo abrazamos con devoción, y sin pensarlo mucho, pues pensar complica el ritmo, nos largamos a la búsqueda de alimentos.
Hemos comprado cuatro enormes pizzas de jamón y ocho latas de Seven Up.
Estamos acostados con nuestras cabezas en los rieles. Son las once de la noche y las estrellas desaparecieron con las nubes húmedas que amenazan desde el cielo.
Estamos prestos; esperando a que pase el tren para salir de este tedio en el que caímos de rebote como todo el mundo; callados, seguros de que todo será para nuestro bien.
Alguien del cuarteto tatarea Midnight Train to Georgia muy bien afinado, cosa que nos da, a pesar de la solemnidad, muchísima gracia.

martes, 7 de enero de 2020

La Habitación Roja



La Habitación Roja
Cuento

Cuando me fui del país,  mis amigos me hicieron una despedida estupenda. Estuvimos una semana bebiendo al calor de mujeres hermosas.. Tanto duró la borrachera que llegué a Miami con resaca. Mi saludo al primer mundo fue un vómito amarillento y fétido que manchó la alfombra gris del aeropuerto.

Después de casi veinte años aquí estoy de nuevo. Las calles no se parecen en nada a aquellas rutas diarias en mi adolescencia, buscando alcohol y pastillas para sobrevivir.

Llego a la habitación roja donde fue mi despedida. Pienso en la cálida sonrisa de mis amigos; pero lo que más recuerdo son las tetas de Alina y la voz dulce de Mabel. En mi última noche, cuando faltaban horas para irme, entre ellas dos me dieron una mamada inolvidable, y mi leche corrió por sus bocas, rodando dulcemente por los pezones de Alina; después nos pasamos la noche templando los tres, sin miserias ni vergüenza, de tal forma que aterricé en Estados Unidos medio borracho y con la pinga llena de mordidas y más roja que las paredes de este cuarto. Que días aquellos.

Ya todos se han marchado, no queda ni rastro de ese tiempo colmado de buena música, alcohol y sabor a vaginas profundas y suaves como una nube. Ya no es lo mismo. Todos se fueron a hacer sus vidas. Mabel debe estar puteando y regalando sexo anal en  cualquier lugar de Asia; Alina casada con un militar argentino, y mis amigos rodando por el mundo, menos Eduardo que está preso por robarse un LADA y cargarlo de putas en la playa.

No queda nadie, solo yo, sentado en esta habitación roja como la sangre. Deberé irme de nuevo, bien lejos de esta mierda de ciudad, de está mierda de país; pero no sé cómo hacerlo, pues a la hora de mi próxima partida ¿Quién carajos me va a despedir?