Miedo
Cuento
Cuando
Ciro me describió de manera tan explícita las características físicas de Ana,
enseguida me puse en guardia. Algo raro sucedía. Todos sabemos que Ciro es
informante de la Seguridad
del Estado; entonces aquella descripción trajo dudas en mi mente.
Acabo
de verla pasar frente al cine, me dijo; con su caminar recto, sus piernas
curvadas hacia a fuera y sus pies planos con el pequeño lunar.
La
cuestión es que Ana no tiene las piernas tan curvas ni los pies tan planos como
para que todos lo adviertan a primera vista, y el lunar que exhibe en el
empeine es apenas visible.
Mi
cerebro comenzó a funcionar:
1- Ana y
Ciro sostuvieron una relación en tiempos pasados.
2- Ciro
está perdidamente enamorado de Ana, al punto de fijarse en esos detalles
velados a los ojos de todos.
3- Ana
también es de la seguridad del Estado.
Las
dos primeras conclusiones fallan, pues si ellos hubieran tenido un amorío en
tiempos pasados, lo más probable es que me lo hubieran dicho; ellos saben que
no es un problema para mí una relación pasada. Por otra parte, que Ciro esté
perdidamente enamorado de Ana también es improbable, yo nunca he sentido la
punzante vista de Ciro atravesando el éter para clavarse en Ana; además, ella
nunca me ha insinuado, ni remotamente, nada que sostenga esta tesis.
Lo
más probable es que Ana también es de la Seguridad del Estado.
¿Por
qué seguir arando en un terreno donde siempre puedo resbalar? Ana y yo hemos
tenido días de locura sentados a la orilla del río.
Eres
un genio, me dice cada vez que le esgrimo razones para decirle que la vida es
una mierda, que las ganas de ser feliz son más grandes que toda esta cadena de
horas que consumo caminando por las calles de mi ciudad.
¿Pero
ahora qué hago?
Ya
no podré hablarle más sobre política, ni sobre la porquería del deporte en el
país, ni sobre la educación y la salud.
Seguramente
Ana me sonreirá con sarcasmo, me besará con un ligero toque de labios y se
marchará sin prisa, a informar sobre mi mala conducta.
Otra
estrategia sería hablarle bien de todo, aunque por dentro hierva; pero eso no
está bien, pues será una relación turbia, poco decente y ficticia.
Semanas
atrás estábamos cenando en un lindo restaurante del centro. Te ves preocupado,
me dijo. Sí, tengo problemas con mis clases; los programas son una basura, y
además, tengo detrás de mí al ideológico del Partido que dice que yo no tengo
madurez política para enfrentar una profesión como la mía.
Ana
me acarició la frente; miro con cautela a los comensales cercanos. Mira, dijo,
tú sabes que hay cosas que no se pueden decir en público, pues te marcarán para
toda la vida. Vamos a casa a bebernos unas cervecitas y descansa un poco. Yo le
dije que estaba realmente cansado, muy cansado de luchar con un grupo de
comemierdas que ven dondequiera una amenaza del enemigo. Bueno, nada es
perfecto, respondió.
Esa
noche no hicimos el amor, nos quedamos mirándonos fijamente hasta quedarnos
dormidos como ángeles para luego, en la mañana, lucir unas ojeras descomunales
en mi clase. ¿No es raro todo? Ana no se inmutó como antes, solamente se limitó
a mirarme en la madrugada como si todo estuviera resuelto con un chasquido de
sus manos o de las manos de Ciro, su jefe o supervisor de misiones.
Ella
me espera esta tarde para salir a caminar como es nuestra costumbre, a la vera
del río y después entrar al teatro. Yo la voy a mandar al carajo apenas la vea.
Perderé a una muchacha bella, inteligente y que quizás me ame, pero no estoy
seguro, y en materia de política aquí hay que estar claro porque si no te
joden, y no quiero ver como Ana me desgracia la vida el día en que Ciro le
ordene hacer un informe sobre mi ideario y yo termine como un paria sin
trabajo, sin posibilidades de salir a flote y tenga necesariamente que largarme
bien lejos.
Me
estará esperando frente al puente, recostada con gracia al muro de piedra.
Cuando me bese le diré que se vaya a la mierda; que estoy hasta la coronilla de
mi escuela, del ideológico del Partido, de Ciro, de la política y de ella.
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