Son
tan aburridos como los domingos pero nadie lo sabe, o al menos no quieren
saberlo y se inventan reuniones y fiestas que no atenúan el tedio. Estamos
irritados y no hay ni un buena peli en la TV. Tenemos una botella de ginebra y
en el bafle cantan los Cowboy Junkies, pero nadie le hace caso, ni siquiera a
la botella de ginebra. Es sábado.
Hemos
intentado jugar al ajedrez, al dominó, a jugar a mentir, a toquetear entre
todos las piernas de Yoanna, pero ella también está aburrida, y no da gusto.
Afuera,
sentados en el quicio de la puerta, están los malditos revendedores de dólares
con su conversación vacía. Hablan de fútbol, de Cristiano Ronaldo y del precio
de los jeans en el mercado negro. Nos miramos con odio.
¿Y
si matamos a un imbécil de esos? Dice Yoanna. Asentimos los cuatro. Sería un
buen sábado.
Abrimos
la puerta y agarramos por el cuello a un revendedor. Yoanna lo hala con fuerza
mientras nosotros, apenas entra el cuerpo y se cierra la puerta, lo apuñaleamos
con regocijo, tapándole la boca para que los quejidos no se escuchen en la
calle.
En
pocos minutos la sala es roja por la sangre. Nosotros también. Evitando que el
charco salga por la puerta, nos quitamos las camisas,
Yoanna la blusa, y sellamos la rendija.
Ahí
está el cuerpo muerto del usurero. Le revisamos los bolsillos. Tenemos cientos
de dólares y miles de pesos cubanos en la mano, rojos también, sanguinolentos y
valiosos. Decidimos botarlos a la basura, pues no somos ladrones, solo un
piquete aburrido que quiere pasar una buena tarde de sábado.
Con
maestría improvisada lo descuartizamos, y en pocos minutos, del revendedor de
dólares quedan en la sala cinco grandes bolas de carne. No sabemos qué hacer.
¿Y
si lo cocinamos? Sugiere Yoanna nuevamente. Volvemos a asentir.
Surge
la idea de un asado con cervezas importadas, una barbacoa con los amigos tan
aburridos como nosotros. Los invitaríamos al caer la noche. Así la música será
mejor recibida y los Cowboy Junkies tendrían un buen público.
Surge
un problema muy serio: Nadie quiere comer el cuerpo sudado de un hombre
desagradable, solo Yoanna está dispuesta, claro.
Embadurnados
en sangre, y preocupados por la carne de la fiesta, nos sentamos alrededor del
cuerpo dividido, tratando de darle sentido a la tarde.
No,
no es lo mismo. Sería mejor tomar Ginebra y cerveza comiendo tiras de carne de
una doncella joven y limpia. Estamos convencidos, menos Yoanna, claro.
Nos
volvemos a mirar. Ahora con una complicidad machista. Al final, pase lo que
pase, una tarde de aburrimiento puede propiciar un descubrimiento tenebroso,
sobre todo si el hallazgo siempre ha estado ahí, esperando por nosotros. No
lo pensamos dos veces. Fue como un aviso interno o una conexión fabulosa que
surge de la nada, o del tedio.
Tomamos
rápidamente a Yoanna por los brazos y antes de que se dé cuenta de lo que pasa,
recibe en su pecho tres puñaladas certeras. En pocos minutos está dividida en
pedazos y deshuesada, lista para una buena parrillada.
Nos
vamos a bañar y ponernos elegantes. Encenderemos el fogón y vamos a cocinar dos
buenos guisados, uno para las muchachas que vengan a la fiesta, con la carne
del imbécil del revendedor de dólares y el otro caldero con la suave carne de
Yoanna. Así podremos, aunque sea por unas horas, disfrutar de este maldito
sábado, que a fin de cuentas, es tan aburrido como los domingos.
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