Encontré
estas letras en mi papelería Word.
Las leí el pasado año en la Feria Internacional del Libro, en un panel sobre Poesía Cubana Contemporánea…creo que se llamó así el suceso.
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Poesía Cubana Contemporánea
Cuando tenga dinero y sea rico,
dejaré de ser artista…
Un artista plástico habanero
Es mejor creador
quien guarde
más pasado dentro.
G. Apollinar
Prefiero
hablar, no de la poesía contemporánea en sí; tal vez sería más saludable, antes
de comenzar a citar nombres propios y versos sueltos que amplíen el panorama, meditar
sobre los derroteros y las condiciones específicas que generaron lo que ahora
se escribe y ahondar en sus sueños y carencias.
La
poesía, como toda disciplina del arte, necesita un caldo de cultivo para
animarse a salir en el primer dictado. La poesía es un dictado triunfal; es la
zona límite entre la conciencia y esa condición filtrada que se manifiesta “diabólicamente”
en el escritor. Pero nada es fácil, y menos en esta disciplina, en la cual nada
está escrito, porque ese dictado que “baja”desde un más allá, que a veces está
más acá de lo que podríamos suponer, se niega a quitarse el velo, y la labor de
escribir los sentimientos, sensaciones y deseos de libertad del poeta, demora
años en sorprender al escribano. Charles
Bukowski dijo que tardó veinte años en escribir un poema que se pareciera,
al menos mínimamente, a lo que él quería decir.
Y es
que el poeta necesita solo una herramienta: Las palabras, y estás ya están
conformadas con sus sonidos y su fuerza semántica, y las palabras se convierten
en prisión, pues si decimos AMOR, ODIO, estamos pronunciando sonidos que se han
convertido en conceptos prefabricados, y nuestro amor, o nuestro odio, podría
parecerse solo lejanamente a esas palabras absolutas con que nombramos dichos
sentimientos.
Esa
es la razón por la cual recoger la cosecha de la poesía contemporánea es tan
difícil, pues cabe la posibilidad de que para hablar de esta generación,
tendríamos que esperar veinte años para ver el verdadero fruto de la vendimia.
Otra
posibilidad sería ensayar su devenir desde décadas atrás, de lo que pudo
suceder en un pasado reciente, creando un producto Vintage, esa palabra de moda en los circuitos artísticos cuando
queremos manipular tiempos pasados.
Pero
no aspiramos a tanto, pues si el dictado es difícil de descifrar, lo es también
el hecho cultural desde el cual el escritor se alimenta.
Ser
poeta en la edad antigua era sinónimo de cantor épico y mundano; después la
historia se encargó de cubrirlo con la corona de ser inasible, hasta que alcanzó
la categoría de un ser poseído por mil demonios, con la voluntad explícita de
socavar los cimientos de la cultura oficial imperante en su momento y para más,
desarmar el propio idioma en que escribe, creando un mundo paralelo mitificado.
Pero podría decir, con toda la seguridad, que poesía no es más que decir, con
maneras estéticas, aquello que soñamos, amamos y odiamos; nuestros sueños de
libertad y de un mundo diferente a aquel en el cual se desarrolla la historia
del poema; lo cual complica más nuestra reflexión, pues para partir de un criterio
tan simple, aparentemente, necesitamos ante todo, conocer los basamentos
estéticos y sociales de toda la poesía escrita, y eso requeriría de un libro de
mil páginas, y no es la idea.
El
conflicto puede estar en esa imposibilidad de ordenar cronológicamente a un
sistema de aprehensión que no se deja arrastrar por el oropel de lo histórico;
entonces, no hay un poema que nos narre la historia del mundo; solo leemos las
correcciones hechas a esta desde un mundo subjetivo. La caída de Troya la
conocemos desde La Ilíada, desde una
posición poética que para nada tiene que ser la historia real de un suceso que
todavía hoy, se especula sobre su veracidad.
Nunca
la libido estuvo más alta que en la cruzada intelectual de los jóvenes cubanos
escritores de los 70; estos acudieron a la cita, y comulgaron con la consigna
de Lucha Armada; construyendo los mitos y la figura compleja que desafía
nuestra vista: El poder, y les hablo del poder de la palabra, la de justificar
los objetivos y la potencia del arcabuz. A la vera de la nueva trova, la nueva
canción Latinoamericana, la Generación de poetas del momento, descubrieron y "vallejearon" con Silvio Rodríguez y con esa sensación de estar militando en un
proyecto solidario y saludable. Los poetas iban a la zafra y trabajaban en el
domingo rojo; nacieron en las escuelas al campo y leían lo que aparecía, lo que
estaba de moda, y lo que estaba permitido.
Era
la época en que se les llamaba bitongos a los jóvenes que se comportaban con
cierta solemnidad, que vestían con singularidad, y daban las gracias y los
buenos días. Se les condecoró con el sello de producto de alta peligrosidad,
porque representaban un pasado pequeño burgués. Era la época del diversionismo
ideológico, de las películas soviéticas (casi todas de elevado nivel estético)
el payaso Ferdinando y la
imposibilidad de ver en la televisión a los Beatles o a Led Zeppelin.
Era la época en que existían en las grandes urbes, pelotones de policías que
pelaban a los hombres melenudos en plena calle, acusándolos de estar
rindiéndole culto a la marginalidad capitalista.
Un
poeta gay, o freak, o hippie, difícilmente podría publicar sus textos en esos
años, y la vida social de los mismos, sería solo posible de manera underground. Esa marca ha quedado,
recordémoslo después. Ha quedado en nuestras manos, a manera se estigma, esa sed por vagar, por
escuchar música que no se divulga en canales oficiales, por leer lo prohibido,
aunque no sea la mejor literatura del mundo, pero estando vedada a la lectura
pública, adquiere cierta morbosidad.
Los
poetas de los 80 y 90 comulgaron con la consigna Lucha Almada, y rompieron las
paredes de las barricadas para introducirse en cada verso, en esa intríngulis
que es el mundo de la creación.
Ya
era más fácil sobrevivir distintamente; nada era color de rosas, pero surgieron
organizaciones y proyectos sociales que dignificaron el rock, al mundo gay y lésbico,
al mundo alternativo; ya el fantasma de Allen
Ginsberg había aparecido entre nosotros, y después la generación Beat,
tardíamente, hizo sus marcas entre los jóvenes escritores.
Claude Levis Strauss, el
filósofo estructuralista, planteó en su momento que el mundo sería en un
futuro, algo sólido y único; con un idioma, una cultura común, una raza única.
En la postmodernidad, cuando plantea el fin de una época, la muerte de la
historia lineal y por ende, la fragmentación de toda la obra creada por la raza
humana, nos sentimos más cerca al irracionalismo Nietzcheano de lo que podemos pensar a priori. Los que leímos a Emir
Ciorán, en su momento, sabemos las estrategias para desarropar nuestro
mundo espiritual. Tampoco estaba publicado en Cuba, y al igual que Milan Kundera, Boris Pasternak y muchos otros, formó parte del gran mito. Los
libros de estos grandes del momento adquirían un valor inestimable, y se
pasaban de bolso en bolso, por los libreros de todos los escritores cubanos.
La
década del 90 nos ha marcado para siempre. El Período Especial llevó demasiado
lejos la taquicardia; arrancó de nuestra alma los sueños de un mundo mejor, y
trajo, como siempre sucede, una ola inmensa de religiosidad por una parte, y de
creación artística por otra. Creció el número de artistas, de escritores y
poetas que le cantaban a las ilusiones perdidas; aparecieron los Plaquettes y
las editoriales alternativas, aumentó considerablemente la capacidad de
adaptarse, pero nunca más fuimos los mismos.
Nos
sorprendió el siglo XXI con toda la náusea acumulada. Una centuria que depende
más de lo visual que de cualquier otro sentido. Abrimos los ojos y nos comienzan
a bombardear con imágenes de venta, de promoción, imágenes de productos, de
ropa, imágenes de bombardeos que parecen performances luminosos; vemos guerras
en vivo frente al televisor, y podemos leer los versos acabados de escribir en
Estambul, New York o Tokio.
Nos
vestimos todos iguales; las muchachas quieren ser delgadas y los jovencitos,
casi andróginos. Cada día el mundo es más bisexual y sabemos más de la vida de
los grandes cantantes y modistos de cualquier parte del mundo, que lo que sabía
un escritor insular, en los años 50, sobre la poesía de su país.
Existen
grandes proyectos ecológicos mundiales, organizaciones a favor y en contra del
aborto y de la eutanasia; movimientos terroristas bien organizados, organizaciones
gay, de travestis y lesbianas; iglesias
satánicas y mikis, reparteros, faranduleros, bitongos, feministas, machistas,
comunistas y de extrema derecha. Y todos, o casi todos estos movimientos, los
tenemos en nuestra puerta y sin mucho protocolo.
Y
para más, uno de los preceptos de la postmodernidad, en este caso aplicado
directamente a la creación artística, anuncia la salud del pastiche, la
repetición y la copia como paradigma de un mundo en el cual, casi todo está
dicho o escrito. La moda del siglo XXI nos dice que todo puede estar de moda;
entonces es posible ver a jóvenes luciendo atuendos postmodernos, vestidos de
vampiro, a la usanza del siglo XVIII, a lo Hippie o con ropas computarizadas, y
todos visten a la moda actual, todo se usa.
¿El
romanticismo se acabó? No puedo asegurarlo, pero si me convenzo de que sus
formas han mutado. En mi escuela primaria y secundaria, la esperanza del hombre
nuevo era nuestro camino a seguir, con la certeza de que podríamos conquistar
el porvenir con la dureza de nuestras ideas, donde el bien se repartiría en
igual proporción entre todos los seres del planeta tierra. Buscábamos flores para
nuestras novias, a las que llevábamos al cine y nos sentábamos después en los
parques a hablar de música y esperar una descarguita en la esquina para bailar
con los ABBA o los Boney M.
Los
poetas cantaban a los niños pobres del mundo, y ensayaban el himno de guerra
para el combate en contra del hambre, la codicia y el poder del dinero.
¿Era
un mundo mejor que el de hoy? Tampoco puedo asegurarlo, pues una mañana nos
levantamos con la noticia de que se había caído un muro en Berlín, y que el
socialismo, como lo habíamos estudiado en la escuela, ya estaba muriendo de
cansancio y de sed. La realidad plantó banderas frente a nuestros ojos
atónitos; hubo que cambiar ciertos tópicos y reinterpretar aquellos poemas que
fueron himnos de esperanza, pues las playas ya no eran nuestras, y volvieron
los Yatch Clud, con otros nombres, que no es lo mismo, pero es igual.
El
poder del dinero nos convenció, pues solo con ese billete esquivo podemos
acceder a ese mundo que se transparenta en las vidrieras de la calle principal.
Se acabaron las descarguitas para ir con nuestras novias y/o novios; ahora son
las fiestas privadas, producidas por los hijos de esa nueva clase alta: Los
nuevos ricos que han llenado sus arcas de disímiles maneras, ejerciendo como
funcionarios, médicos misioneros, negociantes, usureros y apuntadores de
bolita. Producen eventos llenos de luces y efervescencia, con un mundo
maravillosamente improvisado, donde puede suceder todo lo soñado.
Ahora
un poeta joven puede estar tatuado de pies a cabeza, con símbolos extraños
bajados de internet, símbolos Mayas, tribales antiguos, señales satánicas o
angelicales, textos en cualquier lengua que son de su conocimiento, pues el
poeta sigue insistiendo en la lectura rabiosa.
El
poeta no ha cambiado nada. Sigue siendo el mismo soñador, y guarda en su
corazón las mismas esperanzas; esa es la razón por la cual la poesía no muere,
sí que cambia su sedimentación, y por supuesto, suena distinto a nuestros oídos
cansados.
Cuando
vemos nuestra historia podríamos entender mejor lo que nos dicen los jóvenes poetas
de hoy; podríamos comparar cuánto se ha caminado en la comprensión de la música
anglosajona desde que se publicó Roll Over Beethoven
de Manuel Sosa o cuánto se avanzó en
comprensión popular desde que se leyó en Caimán Barbudo Vestido de
Novia, de Norge Espinosa.
Si
conocemos los basamentos, podemos entender una puesta en escena como CCPD del grupo matancero El Portazo, donde la vida social,
política y cultural de nuestro país, se asume con total desfachatez.
Si
atendemos a nuestra historia común, podríamos entender por qué tanta diferencia
entre los versos de Roberto Fernández
Retamar y Legna Rodríguez Iglesias;
podríamos asimilar un cuento como Mierda,
de Ariel Fonseca. Entenderíamos por
qué Carlos Esquivel le dedica un poemario al Futbol
Club Barcelona y no necesariamente, a una brigada de macheteros
millonarios.
Este
es nuestro tiempo, complejo, disoluto, organizado en tribus y afectado cada día
más por la hegemonía que dicta el primer mundo, pero no hay otra manera de
vivir que no sea salvar la cultura real que nos queda.
Si
hoy impera en nuestros mecanismos de difusión masiva el mal gusto y la
violencia, no es culpa de los jóvenes escritores que se inspiran en un universo
sórdido para ejercer su labor: filtrar, como siempre ha sucedido; trasmutar la
piedra el oro en esa suerte de alquimia literaria.
De
qué van a escribir si no es de esta sinfonía brutal que se nos cuela hasta
nuestras almohadas, y aun así, hay lirismo, textos limpios, escenas de celo desmedidas,
luces que se apagan y otras que encandilan nuestra habitación.
El
poeta es el dueño de su tiempo. Si volvemos a atrás y recordamos de nuevo a Homero, vemos cómo los dioses influían
en el destino de los guerreros, cómo la muerte de Aquiles fue una jugarreta del
Olimpo.
Ahora
son otros los dioses, otros los guerreros y otra Troya que se pretende
conquistar. Podría ser la historia de una
Helena no robada de la cama de Menelao y sí negociada a un buen precio.
La
joven poesía Cubana le canta a lo que le tiene que cantar, y siempre hay
humanismo y esperanza detrás de una fachada llena de grafitis.
Falta
comprensión. Es que se convive y se comulga en esa zona de la
cultura contemporánea que defiende lo defendible. Si todos los poetas cantan en
el mismo coro una canción de amor, habrá entonaciones diversas, en tiempo de bolero,
de soul, de rock y música tecno, pero es la misma voz que se afina en pos de una
cultura que merece ser escuchada, y la cubanía, ya está demostrado desde Virgilio Piñera y desde antes, no solo
es cantarle a la caña, la mulata y el tabaco. Un poema cubano es el que
funciona como espejo, donde nos vemos retratados todos los nacionales. Un poema
cubano puede ser escrito desde Bruselas o Toronto y seguirá aportando ese
grano, ese verso que dignifica nuestra condición de isleños.
Las
cuitas son las mismas, la película es un suspenso y la sala oscura está llena a
tope. La o el joven poeta se levanta y todos escuchan su hablar; en sus manos lleva
un manojo de papeles impresos en una HP. Todos hacen silencio, y por delante de
nosotros aparece un sujeto lírico que no se deja matar y que desea de nosotros
no el aplauso milenario y la sonrisa marchita, pero sí que escuchemos
atentamente.
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