miércoles, 19 de marzo de 2014

Cadavre Exquis 1




═──◇──═
Castell de Ribes

Para cuando llueva se habrá acabado la fiebre.

Llegar al cielo, quedarse allí...

una buena espada para matar el alma.

¿Para matar?
¿Arpa tamar?
¿Rpar rmat?

¿P-12 o P-11? 

Y yo fan a Asia y yo...hojas verdes, secas...vuelan.

Oh la la, le fromage, mon fromage, 

notre fromage.
 




martes, 4 de marzo de 2014

Encuentran los restos de la iglesia y el convento de San Francisco de Asís


Piso del Convento.

Iglesia de San Francisco.
Con la demolición del parque central de la ciudad, con motivo de la restauración necesaria para celebrar el próximo 500 aniversario de la fundación de la Villa del Espíritu Santo, ha aparecido el piso de la nave central del antiguo convento Franciscano y parte de los basamentos de la iglesia. Los espirituanos han seguido el proceso de desenterramiento con atención; ha sido un suceso grato para la ciudad.

El convento de San Francisco y su iglesia, fueron  construidos en el año 1716. La iglesia, con el devenir de los años cumplió diferentes funciones. Ya en el siglo XIX, por su deterioro, fue caballeriza del ejército español, hasta que en el año 1917 fue aprobada su demolición.

Convento de San Francisco a principios del siglo XX
Arqueólogos en plena faena.
Con un estilo constructivo de afiliación Neoclásica, la iglesia de San Francisco de Asís fue una de las joyas de la arquitectura local.
Hoy los espirituanos buscan entre sus lozas de barro  y piezas de cerámica, aquellos sonidos sagrados que hicieron de la antigua plaza de la ciudad un lugar de ensueño.


(Fotos cortesía del Arq. Pedro Jorge Jiménez Ramírez)
 

jueves, 13 de febrero de 2014

El Zurdo



Se marchó. Nos dejó a todos boquiabiertos. No se despidió de sus consortes ni de los miles de fanáticos que esperaban más. Dejó encima de su cama una veintena de postales renacentistas, una botella de miel, un cajón de bronce lleno de objetos rarísimos, una herradura de cuando la toma de La Habana por los ingleses y una deuda inmensa con sus seguidores que quieren más. Se fue el zurdo sin avisar.

Y es que un tipo así deja huellas eternas. Fue el único trovero que nunca hizo concesiones estéticas ni éticas. Con su guitarra a la izquierda, y las cuerdas también alineadas arbitrariamente, logró un manojo de canciones extrañas y certeras. Con aliento al rock sinfónico, al cubaneo tradicional y sabe Dios de cuantas fuentes transparentes y ocultas, armó su cancionero con o sin Gunila, cantando Vida, Amigo dibujo, o las Nauseas de un fin de siglo aplastante.
Santiago Feliú nos enseñó a tocar el cielo en sus noches de concierto, o al menos (vaya suerte) a tocar la piel de la muchacha más bella utilizando su canción como pretexto.

Allí doquier esté, seguramente lo esperaron los guardas de lo eterno con un ramo de rosas y una cajetilla de cigarrillos; hubo una ovación y le dijeron que era el mejor guitarrero de la isla, cosa que a él no le interesó mucho. Allí estará con su indumentaria de último hippie cubano, pues ya todos se cansaron o se fueron lejos de esta isla que anuncia con luces de neón lo controversial y efímero que es el estar vivo. Seguramente en el hotel de la eternidad, en la puerta de su habitación llena de dibujos de clavos de línea, teléfonos con vida y ángeles desnudos, habrá un cartel que dice: Mi corazón no es un Iceberg.

Lo conocí hace mucho tiempo, allá en La Habana delirante de la Casa del Té; cuando las canciones se aplastaban contra el pavimento y llovía diariamente.
Junto a una amiga común, nos vimos el día en que regresaba de las selvas de Latinoamérica, más gago que nunca y con una colección de canciones debajo de la manga.
Muchos años después, al terminar un espectacular concierto en Sancti Spíritus, ya en un ruedo de amigos, el zurdo me quitó el vaso de ron y dijo: voy a cantar algo para arreglar la noche. Abrazó su guitarra siniestra y comenzó:

El jardín tranquilo, el hogar ya está frío, ya no hay nadie en casa, tengo que empezar….

miércoles, 5 de febrero de 2014

El interrogatorio



- Buenas noches ciudadano. Su nombre por favor.
- Santiago Puentes.
- ¿Qué hace usted a altas horas de la noche vagando por la ciudad?
- Es que no puedo dormir, oficial; además, me gusta el aire de la madrugada.
- ¿Qué trae en ese bolso? ábralo inmediatamente.
- ¿Tengo que hacerlo? ¿Tiene usted el derecho de revisar a los transeúntes?
- Sí ciudadano, abra el bolso de una vez.
- Sí señor.
- Pero ¿Qué es eso, piedras?
- Sí, piedras negras.
- Espere, espere ciudadano…Qué rayos hará usted con esas piedras,             ¿Acaso va a cometer una agresión? Móntese en la patrulla.
- Mire oficial, yo no he hecho nada malo, no confunda las cosas. Esas son mis piedras, las habituales.
- ¿Cómo dice?
- Las habituales, las que todos tenemos para resguardarnos de la muerte y la soledad.
- Mire ciudadano, es tarde, hay frío y no tengo deseos de joder a esta hora. Dígame para qué puerta o qué persona son esas piedras que usted va a lanzar.
- Oficial… ¿no entiende que son mis piedras?
- Qué piedras ni un carajo. Monte en el auto patrulla.


- Aquí patrullero 556. Con el oficial de guardia, reporta el sargento Oscar.
- Aquí oficial de guardia. Informe.
- Tengo al ciudadano Santiago Puentes, con número de identidad 70101603309 vecino de la calle cuarta, en el reparto Colón. Le hemos incautado de su bolso una gran cantidad de piedras de color negro. El ciudadano dice que son su resguardo para no sentirse solo. Recomendamos conducirlo a la primera unidad como precaución de un posible delito de agresión.
- Sargento Oscar… ¿dice usted que son sus piedras negras? Entonces no puedo ver cuál es el delito. Explique con calma.
- Mire oficial, el ciudadano habla cosas raras sobre un resguardo para la soledad; le repito que es muy extraño un hombre solo cargado de piedras en la noche.
- Pero sargento Oscar, son sus piedras… ¿Es que usted no tiene la suya?
- ¿Cómo dice oficial de guardia….mi piedra?
- Claro, su piedra. Todos tenemos una piedra escondida para esos enredos de la vida.
- Oficial, no sé si usted juega conmigo. No entiendo nada.
- No se haga el comemierda sargento Oscar, usted sabe que todos en este mundo tenemos nuestra piedra. No puedo entender cuál es su situación con el ciudadano, pero sabe que llevar la piedra encima no es delito. Yo no puedo creer que no sepa nada.
- No oficial de guardia, no entiendo nada de lo que ocurre.
- No me joda. ¿Usted vive solo o está casado?
- Vivo con mi esposa y mis dos hijas.
- ¿Y no ha visto nunca las piedras de su esposa y las pequeñitas de sus hijas?
- Claro que no oficial. Me confunde.
- ¿No sabe que todos estamos preparados para subsistir? Busque, busque entre las ropas de su mujer, debajo de la cama, en el escaparate de sus hijas.
- Si, recuerdo ahora que he visto una piedra negra debajo del colchón.
- Claro Oscar, es la piedra de su esposa, la que lleva a todas partes escondida entre sus cosas de mujer. Yo tengo la mía en la funda de mi pistola, y cada vez que estoy en apuros la acaricio. Pero dígame, porque me deja con mucho asombro. ¿De verdad que usted nunca ha tenido su piedra? ¿Cómo ha podido sobrevivir en este mundo, combatiente?
- No sé, no sé oficial. Estoy muy confundido. No sé qué hacer. No entiendo nada de lo que me está pasando.
- Mire, primeramente suelte a ese hombre que camina feliz con su resguardo; luego cuando regrese de la guardia operativa, busque sus piedras en el río, entonces verá que la vida será más fácil.
- Es que me siento ridículo con eso de tener una piedra negra en mi bolsillo; tampoco creo que todos posean una.
- ¿No? Entonces, sargento Oscar, la vida fuese una mierda; no conozco a quien que no tenga a buen recaudo su pequeño guijarro; de hecho, no entiendo cómo usted ha podido vivir treinta años de su vida tan solo. Mire, le doy un consejo: busque su lugar en la tierra, hágase de su pedrusco lo más rápido que pueda, todavía está a tiempo. Suelte al ciudadano y dedíquese a buscar su seguridad.

- Está libre ciudadano Santiago, puede marcharse.
- Gracias oficial.
- Lamento lo ocurrido, aunque no entiendo nada de lo que está pasando.
- Sí señor, ya escuché por su radio que usted no tiene piedra; posiblemente es el único en este mundo que está solo.
- Yo no me siento solo. Tengo mujer e hijas.
- Claro, pero ellas tienen su resguardo, y además… ¿nunca se ha sentido como alejado de todos, aún en medio del gentío?
- Sí, es verdad.
- Claro, es que la soledad no tiene que ver con la esposa ni los hijos ni con nadie; la soledad es algo personal que se lleva a todas partes.
- Entonces para qué necesito la piedra.
- No sé oficial. Ni siquiera puedo saber si funciona, pero todos tenemos una piedra y basta. Aquí tengo muchas, tengo la de la soledad incurable, esta otra para la esperanza de una relación amorosa, la pequeña te ayuda a dormir cuando estás desvelado y la cama se te convierte en un campo de fútbol. Tengo esta muy especial, su misión es recordar que estoy solo y que necesito las otras piedras.
- Ya veo. En fin, puede marcharse. Tenga buenas noches.
- Buenas noches oficial.
- Ah… ¿No podría regalarme una piedra de las suyas? Digo, si puede.

sábado, 11 de enero de 2014

El puerco

El puerco
Cuento

En el fondo del patio, lugar al que se llega por un largo y estrecho pasillo, vive el puerco. Tres veces al día recibe su dieta de  polvos fortificantes, pan viejo mezclado con miel de purga y restos de la comida familiar.

Espera pacientemente el fin de año para ser sacrificado y así contribuir al bienestar de su gente. Él lo sabe; diríase que es un puerco perspicaz y lleno de interrogantes sobre la vida, la suerte y la condición de estar vivo.

Es una familia casi perfecta: el señor José, su esposa y los tres hijos en grata convivencia. Observa con detenimiento a todos en la casa. Oye los gritos alegres, las discusiones típicas de un matrimonio enraizado, y disfruta con devoción el retozo de los niños cuando por accidente están cerca de su corral.

En sus momentos de reflexión, se imagina como padre de una familia como esta que lo engorda. Sueña con lucir una camisa de flores doradas como José y salir tomado de la mano con una mujer linda, luciendo esos inmensos tacones rojos cuyo sonido marca las noches de la casa. Se imagina sentado frente a una mesa con mantel a cuadros, degustando exquisitos manjares y volátiles bebidas, sosteniendo una conversación agradable con los comensales.
Sabe que si se lo propone, podría ganar esa felicidad soñada y alejarse del corral mortífero; pero tiene dudas, pues si logra cambiar su suerte, tendría que hacer lógicamente todas las maniobras que dictan las leyes del buen vivir, incluida la crianza, sacrificio y cena de fin de año, de un puerquito soñador e inteligente como él.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Sin Palabras


Hoy en la mañana viví una inmensa cola de cubanos de a pie, en el Banco Popular de Ahorro de la ciudad de Sancti Spíritus.

Eran las 11:30 de la mañana y sin ninguna explicación, las puertas del local no habían abierto. La cola crecía y la multitud exasperada carecía de herramientas suficientes como para alzar una protesta formal ante tal abuso. Recordé que es lunes (los lunes en mi ciudad, por un misterio indescifrable, son disfuncionales), entonces me limité a sumar otro percance a los tantos que se suceden este día.

A las 12:30 de la tarde ya la fila inmensa de ciudadanos llegaba hasta ese paseo que parece perderse entre las lomas del Escambray. El sol agobia y la desesperación por  realizar una gestión laboral o cobrar un simple cheque, mínimo y risueño, llega al clímax, cuando ocurre lo inesperado: camina hasta la puerta del banco uno de los tantos estudiantes Paquistaníes que hoy llenan nuestros parques y escuelas. Mira con sorna a la multitud desesperada, extrae de su bolso la tarjeta magnética VISA y con altanería la introduce en el cajero automático que posa para la eternidad en las puertas del Banco; seguidamente accede, bajo la mirada atónita de una veintena de viejecillas y hombres cansados, a su cuenta bancaria, embolsándose tranquilamente un enorme fajo de billetes en CUC.

Hubo un silencio de sepulcro, solamente interrumpido por la maquina imprimiendo la transacción. Al momento se marcha el estudiante, pero antes no puede evitar (y juro que trató) de mirar nuevamente a la cola y despedirse meneando la cabeza con una sonrisa de burla.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Resucitan dos hermanos en Sancti Spíritus


Los hermanos Roberto y Sinecio Franco.
Los hermanos Sinecio y Roberto Franco, ciudadanos espirituanos, han resucitado después de casi una semana de haber sido declarados fallecidos. Eran muy populares en la barriada de Colón de la ciudad de Sancti Spíritus. 

El día primero de noviembre del año en curso, sin causas advertidas por los médicos, expiraron repentinamente, causando desolación entre familiares y amigos.

Luego de los rituales acostumbrados en nuestra cultura, como el velatorio y despedida de duelo a las puertas del Cementerio Municipal, ambos cuerpos fueron sepultados debidamente.

El insólito caso ocurrió cuando el día seis de noviembre, en las primeras horas del día, cuenta el sepulturero Pedro Gutiérrez, después de un extraño ruido en la bóveda de la familia Franco, vio cómo la loza principal se movía  hasta caer estrepitosamente al camino real. Observó después el resurgimiento de los hermanos, trayendo gran confusión entre los trabajadores del centro.

Cuenta Pedro que corrió como todos sus compañeros; pero confiesa que lo peor vino después, cuando los hermanos se aparecieron en el barrio de Colón. La policía local, ha intervenido en el cementerio para pedir explicación a tal suceso.

Pedro Gutiérrez, el sepulturero.
A tan extraño acontecimiento no ha podido sustraerse nadie en la ciudad; cientos de personas se congregan día y noche frente a la casa de la familia Franco.
Los hermanos, escondidos del barullo, no quieren dar entrevistas a la prensa local; solamente se sabe, después de la investigación de rigor por parte de médicos y los órganos de la Seguridad, que están tranquilos y no soportan ni el ruido ni la demasiada claridad.
Ya se han filtrado algunas anécdotas, contadas por los hermanos a sus familiares más allegados. 

Cuenta Roberto que estando junto a su hermano a la orilla del río, vio cómo este cayó de bruces al suelo y se asustó mucho. Cuando fue a socorrerlo, tratando de levantarlo, asegura que de pronto se dio cuenta de que estaba en otro lugar, y la persona que sostenía entre sus manos no era su hermano Sinecio, era una mujer madura, asegura Roberto, de espaldas anchas y cabello corto.
Al soltarla, esta cayó sobre un césped muy bien cuidado, entonces llegaron muchas mujeres maduras y se ocuparon de la amiga caída. Después de revivirla, lo convidaron a danzar y le ofrecieron una bebida muy extraña en unas copas muy largas y plateadas.
Cuenta Roberto que nunca se desesperó, y que cuando trató de hablarles y preguntar dónde estaba, las mujeres se escapaban de su lado y se escondían entre los arbustos.
Después lo llevaron a una casa de madera muy alta y le encomendaron la tarea de revolver un caldero humeante repleto de viandas y vegetales. Así estuvo muchos días hasta que una mujer, bien vestida y en tacones altos, le dio a probar el caldo en cocción.
Apenas lo probó lo atacó un fuerte dolor en el abdomen; sintió que sus pies abandonaban el lugar hasta caer en una celda oscura y fría, que resultó ser la bóveda familiar en el Cementerio Municipal.

Salir de la caja fue fácil, pues esta estaba abierta; después, con la ayuda de un pico y una pala, logró promover la lápida principal; fue entonces que a la luz que entró por la grieta, pudo ver a su hermano ya fuera de la caja, tratando de salir también al exterior. 

Roberto dice que no quiere hablar mucho del suceso porque le da miedo. Cuenta que ha estado muchos años sin trabajar, viviendo delos ahorros de sus padres y su hermano, que desea dar un cambio a la vida y se dedicará a vender pizzas en un local pequeño que alquilará en el vecindario.

La experiencia de Sinecio es completamente distinta; electricista de profesión, obrero ejemplar en la empresa de mantenimiento de educación, ha contado a su familia que a la hora de morir se encontraba junto a su hermano a la vera del río Yayabo cuando de pronto una luz acompañada por un extraño ruido lo hizo caer al suelo. 

Al levantarse estaba en un largo corredor atestado de fotos de vacas e inmensos barriles cerrados herméticamente. Caminó asustado durante horas hasta llegar a una salida donde se encontró, solo y desnudo, frente a un paisaje extremadamente raro, cuenta Sinecio. Unos individuos callados, de rápido caminar, lo sumergieron en una tina helada y le pintaron en el pecho un signo que él no pudo reconocer; seguidamente, con mucho frío y arropado con mantas de color magenta, fue lanzado con una fuerza superior a las ramas de un árbol repleto de extraños frutos. Allí se quedó por varios días y nunca sintió ni hambre ni cansancio. 

Cuenta que el silencio era tan grande que sintió su propio corazón latiendo apresuradamente, y que después de muchos días, cuando decidió por curiosidad probar el fruto del árbol, escuchó un sonido como del claxon de un auto en el momento de arrancar la fruta. Apenas pudo probar el extraño dulzor, pues sintió un impulso violento que lo lanzó contra una vaca que pastaba bajo la sombra del árbol. Al abrir los ojos estaba en la bóveda del cementerio junto a su hermano que ya trataba de abrir la puerta para salir al exterior.

Sinecio cuenta que la experiencia ha sido muy extraña, que su vida ha cambiado y por tanto, debe darle otro rumbo a su existencia. Comenta que a pesar de llevar una vida tranquila y aparentemente feliz, desea sentir nuevos aires. Por ahora, dice, quiero conseguir una visa e irme a Miami a trabajar en lo que sea, pues tengo deseos de comenzar de cero en cualquier lugar del mundo.

Confusión y desorden frente a la bóveda de la familia Franco.
La ciudad de Sancti Spíritus está revuelta con este acontecimiento. Han llegado personas de muchos lugares y diferentes objetivos; la acera de los Franco está repleta de religiosos, científicos e incrédulos. 


Muchos dicen que ya era tiempo de que en la barriada de Colón, lugar tranquilo de la ciudad, pasara algo importante.

jueves, 21 de noviembre de 2013

La montaña


                                                                                                                                                             Foto: cortesía de Indigo Hynmwriter


La veíamos en cada amanecer. Rodeada de sus súbditos leales: el viento, la lluvia. Imaginábamos su cuerpo fragmentado y sus derivaciones hacia otra piedra, otra ilusión de vida que se despeñaba ante nuestra atónita mirada.

Allí, decías, los colores serán tibios como el arcoíris, y las palabras llegarán impolutas al oído más rebelde.

Pero el paisaje no deja ver la otra verdad: los miedos y la sed de un salto. El terror estival nos consumió cuando lentamente fuimos escalando sus lomos inexactos. 

Esperando una fuerza atemporal, los estadios del alma cobraron forma.
Lejos, muy lejos se divisa el mar y la ciudad perdida; entre los laberintos de occidente está el hogar que alguna vez soñamos. Pero no pudimos ver, solo intuimos esos remansos de paz, pues la montaña esconde en sus atardeceres la verdadera romanza.

Al llegar al sitial más alto, repetías, haremos la paz eterna entre nosotros y el mundo que se va por la cloaca; pero los mundos no son iguales desde arriba. 

Lloraste cual ciruelo enfermo. Las tardes son las mismas aquí arriba, solo que la montaña nos da otra recompensa: el sentirnos solos, alejados del tren y de las ferias.

Ahora, entre el bullicio, caminamos con la certeza. Quizás fuimos otros o en otra vida fuimos los mismos.

Allá está imperando; y lanzamos una mirada soez a la lejanía y nos dejamos llevar aparentemente por el silbato del tren y la feria de provincia, calentando en nuestra hoguera el eterno deseo de saltar.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Melancolía



A José María de la Concepción se le vino abajo todo su retablo aquel día en que vio cómo su último amigo de la infancia cambió el rumbo de su vida tras el largo camino de la emigración. El auto se marchó hacia el aeropuerto y sus manos sólidas acariciaron por última vez aquellas otras que lo acompañaron a tumbar mangos y a robar los panes que Jerónimo dejaba la ventana de la panadería del barrio.
 El primer síntoma de la vejez debe ser el alejamiento de esos impulsos fuertes que dictan la vida. Pero el peor, el más despiadado, es cuando comienzan a caer los dioses, cuando ya no se espera nada, cuando da igual que no pongan en la radio tu canción.

José María es experto en Dominó. Juega sentado en la soledad de la tarde. Juega solo y se imagina algún lugar en el universo, donde tira con violencia el doblenueve y sus amigos lo proclaman el campeón absoluto. Siente el dulce choque de los vasos de aguardiente, mientras Felipe, su amigo del alma, lo acaricia en el hombro y le dice –carajo José María, eres el mejor. Entonces se estira en el taburete y le ordena a su esposa la última fritada justo cuando ella pasa a su lado, etérea y rosada.

Podría estar toda la vida jugando y disfrutar de los elogios de sus buenos camaradas, pero todo es un engaño.
Felipe vive en Roma y hace más de cinco años que no sabe de él; Maritza, su tierna esposa, se fugó a Miami con Carlos, el mecánico de su desvencijado fogón Pique. Solo queda su casa sin pintar, un tocadiscos ruso y dos o tres vasos de  la Alemania Democrática en los cuales hace mucho que no baila el alcohol.

José María es un hombre cabal. Consagra su vida a tiempos remotos y abre su manual de carpintería, enviado por  Pepe desde España;  imagina una mesa de roble recién salida de sus manos, llena de virutas de pan y mermelada junto a sus dos hijos, Julieta y Alejandro, el sueño irrealizado cuando se casó con Maritza hace más de treinta años.

Sabe que es dueño absoluto de su vida; su pasado y su futuro pertenecen totalitariamente, a esas fotos amarillas tiradas en la cama, al olor a tierra mojada del antiguo jardín y a las voces agradables que lo proclamaban el eterno anfitrión de las veladas nocturnas.