La
habitación roja
Cuando me fui del país,
mis amigos me hicieron una despedida estupenda. Estuvimos una semana
bebiendo al calor de mujeres hermosas.. Tanto duró la borrachera que llegué a
Miami con resaca. Mi saludo al primer mundo fue un vómito amarillento y fétido
que manchó la alfombra gris del aeropuerto.
Después de casi veinte años aquí estoy de nuevo. Las
calles no se parecen en nada a aquellas rutas diarias en mi adolescencia,
buscando alcohol y pastillas para sobrevivir.
Llego a la habitación roja donde fue mi despedida. Pienso
en la cálida sonrisa de mis amigos; pero lo que más recuerdo son las tetas de
Alina y la voz dulce de Mabel. En mi última noche, cuando faltaban horas para
irme, entre ellas dos me dieron una mamada inolvidable, y mi leche corrió por
sus bocas, rodando dulcemente por los pezones de Alina; después nos pasamos la
noche templando los tres, sin miserias ni vergüenza, de tal forma que aterricé
en Estados Unidos medio borracho y con la pinga llena de mordidas y más roja
que las paredes de este cuarto. Que días aquellos.
Ya todos se han marchado, no queda ni rastro de ese
tiempo colmado de buena música, alcohol y sabor a vaginas profundas y suaves
como una nube. Ya no es lo mismo. Todos se fueron a hacer sus vidas. Mabel debe
estar puteando y regalando sexo anal en
cualquier lugar de Asia; Alina casada con un militar argentino, y mis
amigos rodando por el mundo, menos Eduardo que está preso por robarse un LADA y
cargarlo de putas en la playa.
No queda nadie, solo yo, sentado en esta habitación roja
como la sangre. Deberé irme de nuevo, bien lejos de esta mierda de ciudad, de está
mierda de país; pero no sé cómo hacerlo, pues a la hora de mi próxima partida
¿Quién carajos me va a despedir?
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