domingo, 25 de mayo de 2025


¡No más muela!*

Noche del 23 de mayo del 2025 en Bayamo, Cuba.
Foto: RRSS. Tomada de CubaNoticias360

Después de 66 años de inyección ideológica, de escuelas especializadas del PCC,  de jornadas, eventos y coloquios sobre el poder del Socialismo.

Después de promesas incumplidas, de voces furibundas defendiendo el mito; después de cantos, cantores y tribunas alabando el caos, derrochando el dinero del pueblo. 
Después de marchas, banderas, altavoces las 24 horas inculcando la fe en el vacío. Después del ruido ensordecedor, obligándonos a aplaudir, se les fue la mañana, el mediodía, la tarde; y ya en la negrura de la noche, esto es lo único palpable, el único logro que el gobierno cubano ha obtenido en seis décadas batiendo y cocinando el alma del pueblo: Hastío.

¡No más muela! Gritan todos...No más muela.

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Manifestación en la ciudad de Bayamo, Cuba. Noches del 23-24 de mayo del 2025

 * En Cuba la “muela” es sinónimo de palabrería vana sin contenido.

domingo, 11 de mayo de 2025

 Madres


Tengo un poema dedicado a mi madre Disney Martínez. Es el único que he podido escribirle, pues lo he asumido como un reto altísimo.

Hoy lo comparto para todas las madres del mundo, porque el amor maternal es un tesoro universal.

Le dedico mi poema, y siete textos de otros autores excelsos, a las madres cubanas que retuercen sus manos nerviosas cada día, tratando de encontrar una luz, una esperanza para sus hijos, un pedacito de felicidad en medio del caos.  

Un día habrá que levantar un monumento inmenso, abrumador, a esas cubanas que sufren estos días aciagos.

Esas manos frondosas,

creadas para atenuar mi falta de nobleza,

para ayudarme a evadir el reto de borrar 

la inocencia que desaparece a fuerza

de martillo día a día,

alguna vez se retorcieron de miedo,

de ira y desamor,

cuando sentían la sirena

o un golpe, digamos que demasiado rudo

en las tablas de la puerta.

Tal vez era el terror de sentir

que ya me iba,

que me llevaban a un lugar lejano 

a pagar mi rebelión.

Y se retorcían eliminando de una vez 

la bruma que a ras de suelo mezclaba 

nuestros pasos con la larga marcha 

hacia el abismo.

Esas manos casi transparentes

que oficiaron veladas,

simples ruegos a la fuerza superior

pidiendo por mi alma,

deben estar temblorosas todavía,

sintiendo que el mundo, mi mundo,

se fermenta y fríe en aceite quemado

mientras los supuestos ángeles del

estrado,

auscultan el cuerpo brillante

y deciden si por fin,

podrán nuevamente ser partícipes

de mi redención.

Disney Martínez

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Grandes poemas a la madre

Mírame, madre

José Martí

Mírame, madre, y por tu amor no llores:

Si esclavo de mi edad y mis doctrinas

Tu mártir corazón llené de espinas,

Piensa que nacen entre espinas flores.

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A mi madre

Edgar Allan Poe

Porque creo que en los cielos, arriba,

los ángeles que uno a otro se susurran

no hallan entre sus palabras de amor

ninguna tan devota como “Madre”,


desde siempre te he dado yo ese nombre,

tú que eres más que madre para mí

y llenas mi corazón, donde la muerte

te puso, libre el alma de Virginia.


Mi propia madre, que murió muy pronto

no era más que mi madre, pero tú

eres la madre de a quien yo quería,


y así eres más querida tú que aquella,

igual que, infinitamente, a mi esposa

amaba más mi alma que a sí misma.

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Madre, llévame a la cama

Miguel de Unamuno

Madre, llévame a la cama.

Madre, llévame a la cama,

que no me tengo en pie.

Ven, hijo, Dios te bendiga

y no te dejes caer.


No te vayas de mi lado,

cántame el cantar aquel.

Me lo cantaba mi madre;

de mocita lo olvidé,

cuando te apreté a mis pechos

contigo lo recordé.


¿Qué dice el cantar, mi madre,

qué dice el cantar aquel?

No dice, hijo mío, reza,

reza palabras de miel;

reza palabras de ensueño

que nada dicen sin él.


¿Estás aquí, madre mía?

Porque no te logro ver…

Estoy aquí, con tu sueño;

duerme, hijo mío, con fe.

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La Madre

José Lezama Lima

Vi de nuevo el rostro de mi madre.

Era una noche que parecía haber escindido

la noche del sueño.

La noche avanzaba o se detenía,

cuchilla que cercena o soplo huracanado,

pero el sueño no caminaba hacia su noche.

Sentía que todo pesaba hacia arriba,

allí hablabas, susurrabas casi,

para los oídos de un cangrejito,

ya sé, lo sé porque vi su sonrisa

que quería llegar

regalándome ese animalito,

para verlo caminar con gracias

o profundizarlo en una harina caliente.

La mazorca madura como un diente de niño,

en una gaveta con hormigas plateadas.

El símil de la gaveta como una culebra,

la del tamaño de un brazo, la que viruta

la lengua en su extension doblada, la de los relojes

viejos, la temible

y risible parlante.

Recorría los filos de la puerta,

para empezar a sentir, tapándome los ojos,

aunque lentamente me inmovilizaba,

que la parte restante pesaba más,

con la ligereza del peso de la lluvia

o las persianas del arpa.

En el patio asistían

la luna completa y los otros meteoros convidados.

Propicio era y mágico el itinerario de su costumbre.

Miraba la puerta,

pero el resto del cuerpo permanecía en lo restado,

como alguien que comienza a hablar,

que vuelve a reírse, pero como se pasea entre la puerta

y lo otro restante,

parece que se ha ido, pero entonces vuelve.

Lo restante es Dios tal vez,

menos yo tal vez,

tal vez el raspado solar

y en él a horcajadas el yo tal vez.

A mi lado el otro cuerpo,

al respirar, mantenía la visión

pegada a la roca de la vaciedad esférica.

Se fue reduciendo

a un metal volante con los bordes

asaltados por la brevedad de las llamas,

a la evaporación de una pequeña

taza de café matinal,

a un cabello.

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Con olor a canela

Alex Fleites

Mi madre y yo

hacemos equilibrio

en la línea del tren

mientras vamos silbando

canciones de lecuona


ella está tristemente feliz

porque asiste a la caída de la tarde

yo voy pisando fuerte  

muy derecho

porque soy el guardián

de la damisela encantadora

que es mi madre.


Esto sucedió hace muchos  muchos sueños

podíamos cantar hasta quedarnos

sin una gota de voz

y seguir cantando

con las manos  

los ojos

en aquel tiempo

mi madre era un vestido

repleto de flores

una mano en la frente

con olor a canela

entonces todo tenía que ver

con la belleza.

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Pedro De Jesús López


Oye frases el hombre de sus otros:

Que ave es pájaro —le dicen—, no fiera;

que abrigo contra el frío; y que en la guerra,

la fuga o el combate, todo es poco.


Así Dios y el arado, así el mosto,

la casa, los amores, las flaquezas…

Sin embargo, para sí, en la ausencia,

ni una frase tiene el hombre sordo.


Y solo y sordo de sí se recuerda;

vuelve a ser el que fue, el ignorante,

el silente glotón de tierra y piedra.


Nada existe más grande que callarme;

nada es bueno ni malo si mi abuela

me da harina en los brazos de mi madre.

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El buen sentido

César Vallejo

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.

La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tanto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.

Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!

Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.

—Hijo, ¡cómo estás viejo!

Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo! Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:

—Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.

La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos.


domingo, 4 de mayo de 2025

 


Conversación en la tarde

— Buen día, señor. 
— Buen día. ¿Cómo le va?
— Pues no tan bien. Sabrá usted que la situación de todos, incluso la suya, no es muy buena, solo que a veces cuando cae la tarde, nos olvidamos de tanto infierno.
— Yo no estoy tan mal; solo me ocupo de estar lo mejor posible, como ahora que disfruto de esta cena sobre la hierba. ¿Tiene hambre usted? Podría compartir mi mendrugo, aunque le confieso que no sé cómo hacerlo.
— En teoría no puede, señor. Le agradezco su bondad, pero sé que es casi imposible su dádiva.
— ¿Por qué es imposible?
— Porque somos marionetas. ¿No se ha dado cuenta? 
— ¿Marionetas?
— En efecto. Trate de ofrecerme un pedazo de pan y verá que no puede porque  está preso de sus hilos, como yo de los míos que me imposibilitan alargar mis manos para recibir su regalo. Intenté y verá.
— No entiendo su punto, aunque en verdad, me es imposible alargar el brazo con este trozo de pan. Explíqueme, porque da miedo.
— No, no tema, hemos vivido así desde hace mucho tiempo, y nuestra vida como ovejos mudos nos ha impedido vernos a nosotros mismos detalladamente. Somos marionetas del rey.
— Pero el rey asegura que estamos bien, y que nuestra comarca florece día a día.
— Obvio. El rey tiene sus propias marionetas con hilos más largos, cuya función es cantarle a ese futuro que existe solamente en este teatro. Si miras bien, podrías ver que esta hierba no es la hierba, y que frente a nosotros hay un paisaje aparentemente real, que no es más que un público que disfruta nuestra actuación. 
— Mi amigo, no me jodas. Yo no veo nada. ¿Estás loco?
— Prueba a caminar lejos. Prueba a decir lo que verdaderamente sientes. Prueba de nuevo a darme ese trozo de pan.
— Bueno, una vez vi que los soldados llevaban al patíbulo a un pobre hombre inocente; intenté ayudarlo pero sentí que mi boca se cerraba y que mis manos no podían gesticular contra el verdugo. Nadie pudo gritar. 
— El verdugo es otra marioneta, fabricada con el propósito de matar a los que ven los hilos, a los que entienden que todo es una puesta en escena. Está diseñado para ejecutar los deseos del rey y de su corte; son las mismas manos que con destreza manejan los hilos tuyos, los míos y los de todos. Es un gran escenario y una larguísima sesión de marionetas. A veces ese público invisible aplaude, otras abandonan la sala. 

— Te estoy creyendo; solo dime cómo podrías liberarte y te acompaño. Me has asustado bastante, y recuerdo que mi esposa una vez me dijo que estábamos manipulados eternamente.
— Tu esposa tiene luz y pensamiento propio, como la mía; pero se fue lejos con mis hijos, diciendo que tenía que cortarse los hilos y actuar a su modo. Lo logró, y yo iré con ella.
¿Has sentido en tus noches largas que hay un mundo mejor, sin cadenas ni cuerdas que nos aten? 
¿Has sentido en la soledad de tu vida, que hay palabras y sentimientos que sacar de dentro y que no puedes porque crees que estás muerto?
— Estoy muerto, creo a veces.
— Es el plan maestro, hermano; pero no, no estamos muertos, quizás en estado de hibernación, provocado por esta desgracia de ser marionetas de un espectáculo ridículo. Por tal razón nos duelen las palmas de las manos, por tanto aplaudir y aplaudir sin razón alguna. Las marionetas padecemos de dolores extraños.
¿No has visto a otros como tú que se niegan a bailar frente al palacio al son de la música ejecutada por una orquesta de marionetas como nosotros? 
¿No has visto a gente libre? 
Las cuerdas nos mantienen en pie, pero los que son libres caminan más erguidos a pesar de que el rey y sus verdugos quieran llevarlos al patíbulo.
Yo me cortaré las cuerdas, y aunque me persigan, correré a campo traviesa, sin ingenuidad ni mansedumbre, en un campo real, no en esta mierda de escenario.
— ¿Cómo lo harás? 
— Debemos romper los hilos y no tener miedo de caernos; ya nos levantaremos. Cuando lo logremos, podremos compartir los alimentos y decir lo que queramos en contra del verdugo y del propio rey. Pero se necesita valor, porque nadie vendrá a cortar tus hilos, solo tú puedes. 
— Muy buena conversación, amigo mío. Nos veremos en breve. Voy a intentar romper toda esta mierda que nos manipula. ¿Nos vemos mañana aquí en este lugar que ahora ya veo un poco extraño?
— Claro. Yo intentaré cortar mis hilos y aquí estaré.
— ¿Y cómo sabremos si logramos liberarnos?
— Bueno, supongo que el paisaje cambie un poco, y que por fin, podamos compartir el pan. Yo traeré una foto de mis hijos corriendo por el mundo, ya sin ataduras.
— Yo vendré con mi esposa; traeré un pan y una botella de buen vino para celebrar.

jueves, 1 de mayo de 2025

 
La caída de los Cristos
Fotos de Heidi González  Arango
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No voy a preguntarle a Heidi si es religiosa, no es importante saberlo; si lo supiera y lo declaro aquí, posiblemente la obra pierda esa condición de tener disímiles lecturas. Digamos que Heidi es una artista que manipula símbolos clásicos, y de alguna forma extraña, los oxigena.

Los iconos religiosos de todas las confesiones son, además de guías espirituales para los creyentes, objetos estéticos. Históricamente hemos convivido con piezas que nos producen placer visual y sosiego, seamos o no confesantes de alguna creencia, estemos convencidos o no, de su misión salvífica. 

He seguido su obra fotográfica, caminando por los vericuetos de sus series. Ella es una artista visual con una profunda cultura. Conversar con Heidi puede ser algo impredecible cuando pasamos de un punto a otro y vemos, como a través del cristal de un autobús, el mundo pasar con sus cuitas. Todo el bulto de lecturas que ella posee, sale en su obra; siempre sale y es para bien.

Sus fotos palpan condiciones humanas que me recuerdan la obra fotográfica del gran escritor mexicano Juan Rulfo; debe ser porque ambos apresan, de una forma u otra, la condenada liviandad del ser, aferrados en ese espacio y tiempo diferente en cada creador, con dos cosmovisiones irrepetibles, para suerte del arte. Juan Rulfo es un hacedor, donde cada foto nos recuerda a Comala; Heidi es una artista que produce a su forma, una suerte de Neopanteísmo, donde la doctrina es, sencillamente, motivarnos a vernos ante el espejo, a la luz de antiguos y modernos avatares del espíritu en esas "...caídas hondas de los Cristos del alma... Yo no sé".

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Obras










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Heidi González Arango.
Matanzas, Cuba.
Vive en Los Ángeles, California. USA