martes, 1 de octubre de 2013

Modus vivendi



Hace mucho que vive en el centro de la ciudad y casi nadie lo conoce. Lleva más de una década sin salir ni interrelacionarse con sus vecinos que saben que él existe, pero le han dado de baja de la nómina de los vivos en el barrio.

Lleva mucho, demasiado tiempo frente a su botella de vino. Fue quizás el presente de un amigo, o el envío como aguinaldo de una vieja navidad que ya ni recuerda.

La conoce perfectamente; puede repasar su forma cuando duerme, recordar la coloración rojiza, imaginar el olor y el exquisito bouquet que ella le ofrece. Ha estudiado a fondo la denominación de origen Rioja y las bodegas Domecq; sabe la historia del Tempranillo, Graciano y Mazuelo,  las uvas permitidas para la elaboración de su botella Marqués de Arienzo. Colecciona documentos y fotos que le informan al respecto.

Alguna vez ha tenido el deseo de abrirla y probar ese líquido sanguinolento que lo espera tras el cristal, pero siempre pone a salvo su tesoro.
 Disfruta, cuando acaricia su cuerpo, como las manos frías se traslucen distorsionadas en el líquido.

Ya no le importa nada; solo hundir la mirada en el silencioso espejo que lo domina.
Hoy la desea sobre todas las cosas. Sostiene entre las manos el descorchador, pero las fuerzas se le acaban; pues reconoce que cuando se beba su botella de vino, tendrá que recurrir a la televisión, la radio, la lectura y las falsas relaciones humanas, esos tontos inventos de la gente común para poder sobrevivir en este mundo.

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