lunes, 5 de febrero de 2024

Hoy podemos ensañarnos libremente con Alejandro Gil, y tenemos toda la razón, él fue uno de los grandes culpables del desastre económico cubano.

Posiblemente no dirán nunca, de manera oficial, las causas reales de su explote como ministro, pero si hubiésemos podido decir con fuerza la disfuncional actuación de este rinoceronte sagrado, desde que comenzó a sentirse la caída libre de la economía cubana, no teníamos que estar ahora festejando un performance que parece una función de títeres. Es que, como siempre sucede, el individuo era intocable, hasta que hoy, que por decisión de “arriba”, fue eliminado de la pizarra con un borrador de palo.

Si la protesta pública, refrendada tímidamente en la Constitución, fuese un evento legal, trasparente y sin peligros para el pueblo, entonces el señor Gil estuviera en su casa viendo Netflix y jugando dominó desde hace mucho tiempo; pero los rinocerontes sagrados están envueltos en una capa de titanio, y solo los elegidos pueden traquearlo. Ese es un mal que llevamos dentro desde hace décadas. 

Hoy podemos decir, gritar, vociferar que fue un chapucero y que nos jodió, pero el tipo fue (y es) parte de un sistema que lo dejó hacer y deshacer en total impunidad, mientras nosotros, el pueblo de a pie, teníamos que tragar en seco o ser marcados en la espalda por irrespetuosos y mercenarios.

Miles de veces leí opiniones de gente sabia alertando el descalabro económico, pero en Cuba los ministros son ascendidos al rango de santos, y en realidad, santo es el pueblo.

Alejandro Gil. Foto tomada de Internet


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