viernes, 23 de febrero de 2024


La Lupe.

Conversación con Lupe Amelia, una muchacha refugiada en Alemania. Alegre, improvisadora, con un corazón más grande que Europa, amiga de todos y con inmensa sensibilidad.

—Llevo un año en Europa, y todavía no me adapto al frío, a la exactitud de los trenes, ni al café aguado, pero soy feliz.

—Pero aquí puedes encontrar café fuerte en los mercados.

—Sí, lo sé, pero si me tomo un cafecito de esos, me vienen a la mente muchas escenas de mi patria, y prefiero negarme a tomar café bueno.

 

Me fui de Venezuela porque la vida se nos hizo imposible. ¿Extrañar? Mucho, pero he llenado mi bolso de las nostalgias con otras cosas que me han ayudado a ver y a sentir que la paz es la mejor vía para encontrar esa cosita que muchos le llaman felicidad.

 

—Te escuché hace un rato, cuando conversabas en tu mesa, que estuviste en Cuba. ¿Me cuentas?

—¿Cuba? El mejor sol del mundo. Varadero la mejor playa que he visitado, y créeme, que conozco muchas. Cuba es la mayor contradicción en mi vida.

Te cuento:

 Cuando llegué a Varadero pensé que el piloto se había equivocado de ruta y habíamos llegado a Miami... ¡qué Miami, más, más glamour!

Esa primera noche fue un paraíso; la habitación de princesa, el trato de los trabajadores mucho más cálido que en otros lugares famosos; la mesa buffet tan creativa y variada como en Dubái. Me dije: carajo, es verdad que Cuba es un paraíso.

Cuando acabé de cenar, se me acerca una joven trabajadora que preparaba el buffet. Pequeñita, con cara de niña y cierta tristeza en sus ojos.

 

—¿Ya terminó?

—Sí, gracias. Ha sido una exquisita cena.

—¿Las sobras de su mesa me las puede dar a mí, para ponerlas en este bolso que tengo escondido?

 —Claro que sí. Seguramente podrás tener mucha comida para ¿los animales del hotel, o de tu casa?

—No, señorita, son para mi familia y para mí. Nosotros en Cuba no podemos comprar nada de esto que usted come. No podemos desayunar en nuestra casa si no tenemos lo que sobra en las mesas. Cada trabajador del restaurante tiene sus mesas para hacer “la lucha diaria”. Perdóneme, ahora usted puede decirlo en alta voz y crearme un problema.

Me sentí muy mal, y comencé a entender que todo no es como lo vemos los turistas.

Decidí hacer algo mejor, y le dije:

 —Mira, a partir de mañana, vendré siempre a esta mesa tuya. Voy a tomar del buffet muchísimo más de lo que voy a comer, lo mismo en el desayuno , almuerzo y comida. Prepara un bolso grande y todos los días te llevarás comida limpia para ti, no las sobras.

Así lo hice diariamente, pero las muchachas de las otras mesas supieron mi complicidad, y sus caras reflejaban la ansiedad por tener la buena comida.

Creamos un mejor plan: desde ese momento mi novio y yo decidimos entrar al restaurante en diferente hora y distintas mesas, de manera que otras pudiesen tener la misma posibilidad.

La muchacha que trabajaba en el mostrador me mostró la foto de sus niños, y diariamente le dábamos dos potes inmensos de helado, total, los turistas no lo comen, y se pasan el santo día bebiendo mojitos frente al mar.

 En los 10 días en varadero, salió del hotel más comida de la que consumimos todos los que estábamos hospedados.

Fuimos a la tienda en divisa y compramos toallas, perfumes, champú, golosinas, y se las entregamos a la chica X, la de mi mesa. Vimos a lo lejos que ella, feliz, repartía en segundos toda la mercancía entre las trabajadoras del restaurante, que miraban y olían los productos con una felicidad indescriptible.

 

Cuando nos fuimos a La Habana por tres días antes de regresar a nuestro país, todas fueron a despedirnos en un saloncito pequeño, fuera de la vista de los jefes.

Dimos el nombre del hotel al que íbamos y preguntamos si conocían a trabajadoras allí.

Cuando llegamos nos estaban esperando.

La Habana era totalmente diferente a Varadero. Es una ciudad que respira aires señoriales, pero en total destrucción y miseria. Mucha carencia, rostros más tristes, y “la lucha” más despiadada.

 

 La trabajadora que nos esperaba, la muchacha Y, nos recibió con lágrimas en los ojos. Le dijimos que haríamos lo mismo que en Varadero. Ella nos dio el “tutorial”: Teníamos que evadir al personal de la administración y a la policía, porque si se enteraban, simplemente les quitaban los productos y se los apropiaban, o tenían que pagar 5 dólares por cada bolso de sobras o comida íntegra  que se llevarán a casa.

Así fueron los días de La Habana. La última tarde nos citamos con la muchacha Y. Vivía en un edificio destrozado en el centro de La Habana Vieja, muy cerca del mar y frente a un bar lleno de turistas, con las calles atiborradas de basura y mal olor.

Su hogar colgaba de un ángulo destruido en el tercer nivel de lo que fue un bello edificio. Los pisos habían perdido los mosaicos y la miseria alcanzaba hasta el alma de todos.

Nos presentó a su niña y a su mamá, humildemente vestida, y sentados frente a una mesa, cenamos congrí con yuca y trocitos de carne de puerco que nosotros habíamos sacado del hotel.

 El aire caliente, húmedo e intoxicado con la mezcla de gas y los detritus que llenaban la calle, no evitó que la tarde fuese entrañable.

 

 Cuando nos despedimos le dijimos que queríamos ayudarlos, regalándoles 100 dólares, pero no aceptaron.

Nos sentimos culpables de haber aterrizado en Cuba, pensando que era un paraíso, sin saber cómo vive el pueblo.

Entonces la muchacha nos dijo: ¿vieron cómo vivimos? Pues somos privilegiados por tener la posibilidad de trabajar en un hotel; imagínense la mayoría de los cubanos que nunca han probado ni sueñan probar algunas cosas que ya nosotros, al menos una vez en la vida, hemos tenido.

 

—Sabemos que en Cuba todavía se puede estudiar. ¿Por qué no estudias algo?— Le preguntamos.

—Sí, se puede estudiar. Soy licenciada en pedagogía, pero con el salario de una licenciada nos moriríamos de hambre— Me contestó.

 Mi estupor fue inmenso, y mi tristeza mayor.

Nos fuimos después de un fuerte abrazo. Teníamos la forma de contactarla por teléfono, y apenas llegamos al hotel, la llamamos diciéndole: Muchacha Y, en una rendija, debajo del mosaico tal, a la derecha de la mesa, te dejamos 200 dólares.

 

 Lupe termina llorando.

 –Mira, estamos llenos de mentiras, y son cosas tan simples el comer, vestir, soñar y pensar como queramos, que no podíamos creer cuando nos decían que Cuba es un desastre económico y social.

Venezuela, mi país, era el más rico de América Latina, y el poder absoluto del estado con su empecinamiento por un sistema fracasado, y la corrupción heredada del modelo cubano, lo ha destruido tanto tanto, que tuvimos que largarnos y llevamos un año lejos, extrañando el paisaje, el azul del cielo, pero sin miedo a vivir.

 

Nos dimos un abrazo con la seguridad de vernos de nuevo.

 —Mira—Me dice. —Tu país tiene tremenda música, pero para que veas cómo va mi país, escucha a Canserbero, búscalo en internet. Quizás no te guste el ritmo (Me vio pinta de rockero) pero escucha el mensaje. A ese tipo lo mataron, y fue el gobierno quien lo asesinó.

 

Nuremberg. Febrero 17 y 2024

 

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