CANTUS FIRMUS
Tienes que irte lejos
antes que la fronda seque
y el tronco raje como palabra
hiriente.
Tienes que largarte
porque es blando el suelo,
y cuando la noria matutina
comience a mendigar
el agua sucia,
tu cuerpo se hundirá
por siempre en la miseria.
Han colgado un becerro de oro
en cada puerta.
Han blasfemado el tiempo,
todo el tiempo.
Y la ciudad sin mar,
la isla con la inútil forma de un arado,
ha perdido sus mejores años.
Si una vez el paisaje reflejaba
amor,
ahora solo muestra cuán
torpes fuimos dando loas
a dioses falsos,
recibiendo lecciones de odio
que nublaron nuestra
visión del todo.
Debes alejarte de ese espacio
atemporal
donde los oficios de la muerte
posan en sobre un extraño y deforme
lupanar
atiborrado de doctrinas,
enmiendas,
cárceles y espinos.
Si te marchas
llevarás todo contigo.
Te acompañarán tu tibia manta,
tus cartas, las copas manchadas
por el vino.
Cargarás los salmos de la noche
y el sonido de tu primer hogar.
En tu bolso de viaje llevarás
los olores de tu mocedad
y las mil llaves de tu alcoba.
Los recuerdos del hambre
irán contigo.
Las manos que acariciaste
mientras el mundo rugía,
te darán ese calor virtual
que apreciarás mil veces
en la incorporeidad
de tu nuevo laberinto.
Tienes que irte
antes de que los trastos de tu hogar
te expulsen
acusándote de torpe.
Y cuando tengas que romper
las nuevas escudillas contra el piso
sabrás que allá, en tu primer redil,
todo se rompe,
se rompe eternamente,
pues
cielo y tierra,
el bien y el mal,
son categorías deformes
que han acumulado escombros
en el camino que se retuerce
entre la bruma de un país
que muere
y tus pies cansados
prestos a seguir andando.
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